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» 23-04-2020 |
ASEMAS la aseguradora de los arquitectos ha lanzado un concurso de ideas para que los arquitectos se distraigan durante el confinamiento. Llega cuarenta días tarde, pero es una iniciativa de alabar… en el caso de que sea un concurso limpio, lo que no es habitual. Pero como la ocasión la pintan calva, es una ocasión para reflexionar sobre la situación actual, que no se puede desdeñar. Así que me voy a apuntar, en el sentido de que voy a escribir sobre el tema, porque el concurso, lo que espera de los concursantes, es que se escriba poco y se dibuje mucho. Es difícil saber como se puede, en poco más de dos meses, reflexionar sobre el virus y realizar propuestas interesantes. Los que ya se habían liniciado (que no tienen porque ser conocidos del jurado) es evidente que tendrán ventaja. Lo que se puede asegurar es que la convocatoria será un éxito. Con las obras paradas y el dinero acojonado es evidente que todos los arquitectos están en paro, ociosos.
Lo primero que habrá que hacer es analizar la situación producida por el virus. Todos estamos de acuerdo que nada será igual tras él, pero el análisis es imprescindible, por otra parte no estará mal analizar cómo está la arquitectura en general en este momento en que parecemos estar saliendo del paradigma metafísico y entrando en el paradigma cibernético. La globalidad es algo que no es de desdeñar: el cambio climático es una situación tan global como la del virus (ambas se caracterizan porque no hay posible huida: no hay donde escapar) con la diferencia de que el cambio climático todavía no es virulentamente letal y el virus: sí. También el neoliberalismo (capitalismo) es global, una vez que cayó el muro de Berlín y Fukuyama decretó el fin de la historia. Siempre he defendido que el saber arquitectónico es un saber por hacer y quizás esta será la ocasión de hacerlo. Todo esto es contextual pero imprescindible para esbozar una estrategia.
Adorno se preguntó, cuando se conoció el holocausto nazi, si era posible la poesía tras Austzwich. podríamos preguntarnos si es posible la arquitectura tras el virus. De alguna manera se ha puesto de manifiesto que el método de las necesidades, las relaciones y las soluciones de diseño, que ha defendido siempre el movimiento moderno, se ha mostrado absolutamente inhábil. Las viviendas no están preparadas para el confinamiento, los balcones -que con la contaminación y la privacidad enfermiza- no eran sino recursos de diseño, se han mostrado elementos de socialidad, manifestación, colaboración y solidaridad. La separación del inodoro se ha mostrado imprescindible cuando todo el mundo vive en casa todo el tiempo. La despensa cobra una nueva vitalidad, El automóvil es un trasto, la segunda residencia tiene poco sentido cuando es inaccesible mientras la primera delata sus carencias. El tamaño, sí importa, el jardín no es solo paisajismo. Los vecinos pueden ser una ayuda, el perro por fin se paga la manutención, no solo paseando a los dueños sino distrayendo a los niños, el aire por fin es respirable (es una lástima que no se pueda ir en bicicleta).
Si esta situación es esporádica todo lo dicho es circunstancial, pero si ha venido para quedarse, entonces debemos revisar todas las soluciones que solo tenían sentido si las necesidades que cubrían eran sólidas (pétreas). Pero deberíamos llegar más lejos revisando ese loco sistema de necesidades y soluciones. Si una casa dura 50/100 años y el mundo avanza a una velocidad endiablada. ¿Cómo es posible que durante todo ese periodo subvenga las necesidades establecidas bajo unas condiciones precisas y determinadas. Habrá que preguntarse si el baño no es un dispositivo a mayor gloria de la concentración de cañerías, la arquitectura habitacional algo al servicio de la moral, la cama un trasto que solo se usa cuando no la ves… y cuando la ves siempre está en medio, el balcón un trastero, el salón la habitación de la TV, etc. Las viviendas son inflexibles en unos tiempos flexibles. De hecho las viviendas se han convertido en los reductos de un micropoder femenino excluido de las grandes decisiones, víctima del machismo. También habrá que estudiar el género.
Pero la arquitectura es más que las viviendas. Las instituciones asentadas sobre el modelo de la sociedad disciplinaria, del panóptico benthanliano, que tan bien expuso Foucault en “Vigilar y castigar” son dispositivos de vigilancia y de control: escuelas, talleres, cárceles, hospitales, asilos, siquiátricos, pero también estadios, mercados, teatros por más que la mirada vaya en la otra dirección. El sistema de vigilancia ha saltado de las instituciones a los bancos, a los edificios administrativos, a las oficinas… y a las calles. Hemos alcanzado el panóptico global. Hasta la guerra se ha convertido en un dispositivo de vigilar y castigar, disciplinario. Asistimos impávidos a como USA apiola a sus enemigos en sus refugios con total impunidad o los deporta a Guantánamo para privarles de sus derechos humanos lejos de la vigilancia de los jueces. Faroki tenía razón cuando se lamentaba de que las bombas llevaran un cámara en su ojiva. ¡No solo hay que matar. Hay que convertirlo en pedagogía!
Nada más claro, para mayor gloria de los dispositivos, que la arquitectura high tech. Sin tapujos. Si la arquitectura tiene que ser un mecanismo, que no se esconda. Una arquitectura de ingenieros como Foster o Calatrava. Las infraestructuras se convierten en arquitectura: autopistas, AVE, canales, malecones para playas artificiales, con sus puentes, sus túneles, su fraccionamiento del territorio, su desbaratamiento de los canales naturales que llevan el agua al mar, su dispersión y aniquilación de las especies animales y la implantación de especies vegetales invasivas y decorativas. Y la arquitectura a mayor gloria de los políticos: centros de arte, polideportivos, centros cívicos, estudios de cine, circuitos de F1, parques de atracciones o temáticos, Forums, olimpiadas, mundiales, aeropuertos. Lo más grande (aunque no sirva) para los políticos en la tradición de los reyes grandes constructores. ¡Para qué hablar de la ecología!
Porque la arquitectura se ha convertido en un repertorio de dispositivos. A los históricos: la muralla, el templo, el palacio, las instituciones disciplinarias, el hogar, la urbanización se añaden ahora los nuevos dispositivos infraestructurales citados. Pero también de microdispositivos: el baño, la cocina, el salón, el comedor el estacionamiento subterráneo. Un juego de dominó en el que las fichas están tasadas y solo hay que disponerlas. La arquitectura está cuantizada, es un repertorio de soluciones concretas. Cada ficha tiene ya su valor, todo consiste en como relacionarlas. Es como si una pereza infinita impidiera a los arquitectos enfrentarse a cada problema con una mirada limpia (de artefactos). La arquitectura todavía no es una industria de manofacturados como la automovilística (que por cierto ahora empieza a personalizar sus constructos). Es susceptible de amoldarse a los tiempos prescindiendo de los dispositivos. Es, incluso capaz de enfrentarse al virus.
El desgarrado. Abril 2020.