» 16-08-2019

Reflexiones tipográficas 191. Antropocentrismo y ecología.

Durante milenios el hombre (podría decir el ser humano pero es esencialmente el hombre) se erigió en centro del universo y no solo él, sino también lo que le rodea, desde la tierra a su logos, su cultura, su inteligencia o su religión. Se puede entender la historia del conocimiento como un lento desplazar al ser humano (ahora sí) de esa posición privilegiada. Finalmente la posmodernidad remató esa operación cuando afirmó radicalmente el fin de logocentrismo y del antropocentrismo: ni la lengua, ni la inteligencia, ni el propio ser humano eran el centro del universo. Ni siquiera atributos como la autoconciencia le son ahora reconocidos en exclusiva (delfines, elefantes, y hasta pulpos la presentan). La idea era simple, consistía en dividir el mundo en particiones discretas en vez de continuas y separar radicalmente la partición del ser humano de las del resto. Esas particiones discretas se llaman conceptos por lo que permeaban radicalmente la idea del conocimiento. Como afirma Rancière previo a la intelección (cómo son las cosas) es la partición de lo sensible (cómo las planteamos).

 

Pero no solo se trataba de un ejercicio de humildad. La extrema separación del ser humano de los animales, como ser inteligente, autoconsciente, manejador de útiles, creador de dioses, fundador de civilizaciones era mucho más que una diferencia. Era un orgullo y el orgullo no se rebaja con razones ni con humildad. En resumen el ser humano ha desplazado su antropocentrismo a particiones de lo sensible que antes no se contemplaban y como para muestra basta un botón, a la ecología. La ecología esconde una serie de actitudes que lejos de acabar con el antropocentrismo lo que procuran es perpetuarlo. En primer lugar la conservación de las especies en peligro de extinción. A la largo de la historia ha habido seis periodos de extinciones masivas que han alcanzado en varios acasos al 90% de las especies. Se mire como se mire son parte de la evolución y nuestro mundo no sería el mismo si esas extinciones no se hubieran producido. Por ejemplo la última extinción de hace setenta millones de años no solo hizo desaparecer los dinosaurios sino que propició la aparición de los mamíferos, es decir de nosotros mismos. Somos el producto de una extinción masiva. Pero ya éramos el fruto de otra que se produjo hace 2.000 millones de años: la oxigenación de la atmósfera que acabó con el 90% de las bacterias anaeróbicas.

 

Solo se puede entender que el ser humano se erija en árbitro de la evolución si se considera que sus situación en la evolución es la de dueño y señor. La evolución no ha estado en manos de los hombres nunca hasta ahora. El ser humano interviene en la evolución natural de las especies sin calcular si esas extinciones son frutos de la marcha natural de los tiempos (hacia la complejidad) o son simples accidentes provocados por el hombre, lo que aún debería matizarse, si es o no parte de la evolución natural. Ya no se trata de aquellas metidas de pata como la introducción de conejos en Australia donde no tenía depredadores naturales o la introducción de especies invasivas accidentalmente (por el comercio internacional, el afán de lucro o la simple estupidez). La pregunta es ¿Existe una evolución natural que hay que respetar, o se le concede al ser humano el poder de incidir en esa evolución no solo extinguiendo algunas especies sino evitando, en otros casos, esa extinción? El resultado es simple: esas intervenciones lo que hacen es detener la evolución aunque por otra parte esté incidiendo en la aceleración de la evolución por otro lado, por ejemplo fortaleciendo a las bacterias con el uso indiscriminado de antibióticos, de determinados insectos con el uso indiscriminado de insecticidas, etc. No podemos resumir que extinguir es malo y reimplantar es bueno. Las leyes de la naturaleza no son leyes morales.

 

En segundo lugar el mero concepto de ecología involucra la entronización del ser humano como cúlmen de la evolución y señor de su cuidado. La idea de que el ser humano puede desviar el curso de la evolución, acabar con algunas especies o modificar su equilibrio, implica inmediatamente que es el señor de todas la especies. Por el mero hecho de considerar que el hombre puede acabar con el planeta (con el clima, con la pureza del aire, con las especies, con el equilibrio) no deja de ser ponerlo en el centro de nuestro mundo. El simple concepto de ecología encumbra al ser humano en lo más alto (aunque sea de forma negativa). ¿No es un pecado de soberbia inaudito pensar que puede acabar con la tierra? Y con ello no quiero decir que no pueda (no se trata de negar el influjo nefasto de su desidia, su codicia y su estupidez), sino que, de un modo u otro, seguimos manteniéndole en el centro de la modificación, control y eventual destrucción de nuestro mundo. Sigue siendo el rey.

 

Decir que el hombre está destruyendo la tierra (contaminación, lluvia ácida, cambio climático, desaparición de especies, metanización de la atmósfera, destrucción de la capa de ozono, agotamiento de los recursos, etc.) es situarlo en la posición central de ser capaz de destruirla, de ser el señor de la catástrofe. Parece que estamos en una paradoja. ¿Es posible aceptar el mal que está produciendo sin magnificar su influencia? No es un tema de  resultados sino de sensibilidad y está claro que supone el fin del desarrollismo y sobre todo del concepto de utilidad (in-utilidad). Es ese concepto de desarrollismo el que debemos erradicar de nuestro vocabulario. Cuando el desarrollo conduce al desastre no es desarrollo sino mal-desarrollo, in-utilidad. No solo necesitamos parar el desastre, necesitamos también cambiar los conceptos, demasiado ajustados a lo que hasta ahora nos ha parecido eficaz.

 

Coincide este planteamiento con el fin de los pares de oposiciones que nos proporcionó la metafísica: bien/mal, espíritu/materia, ser/devenir, etc. Debemos aceptar otra forma de pensar en la que la negación de un término no presuponga la aceptación del contrario. No todo son pares de oposiciones pues las cosas pueden tener más opciones, como por ejemplo el contexto. El par significante/significado de Saussure se abrió al contexto con el planteamiento tripartito de Pierce. Es posible que el planteamiento antropocéntrico hombre/naturaleza deba ser abierto a una naturaleza que escape totalmente a las evoluciones del hombre y en el que la ecología no tenga que ver con el hombre sino como un elemento más que en ella interviene. Nuestra forma de pensar metafísica probablemente nos nuble la razón, pero otra forma de pensar es posible (por ejemplo la cibernética) y la superación de la metafísica de los pares de oposiciones contradictorias, necesaria. Estamos entrando en una nueva era (y no precisamente de emancipación) pero en la que las cosas deben cambiar mucho. Que sea a favor de la dominación o de la emancipación exclusivamente dependerá de nosotros. La palabra clave es política.

 

El desgarrado Agosto 2019.




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