» 07-05-2020

Reflexiones tipográficas 236. El contexto político histórico del coranavirus (capitalismo neoliberal).

Si algo le dolió al capitalismo fue tener que renunciar a la explotación de las mujeres y de los niños, pero encontró la manera de reintroducir su explotación, bajo otras formas. Esa forma de explotación no la inventó el capitalismo. Pertenece a la dominación hombre/mujeres y niños, de todos los tiempos. El 90% de la comida rural existente en África, el 60-80% en Asia y el 40% en América latina es producida por las mujeres (Haraway 2018, 52). El primer capitalismo no hizo sino seguir esa tónica y esclavizar a mujeres y niños  en las nuevas fábricas. Los logros sindicales consiguieron la jornada de ocho horas y la prohibición del trabajo de los niños, pero el trabajo industrial de las mujeres había llegado para quedarse. Ese trabajo fuera de casa, el doble sueldo imprescindible para un consumo redoblado, no vino acompañado de un menor trabajo en el hogar y el exclusivo trabajo reproductivo, lo que condenó a la mujer al pluriempleo. Lo de la jornada de ocho horas se quedó en agua de borrajas. Los niños siguen trabajando en el campo, en la cultura y en los deportes.

 

No menos le dolió tener que subir los salarios de los trabajadores para introducirlos en la categoría de consumidores ¡Para vender hay que tener compradores! Con el tiempo vio que aquello que parecía un desastre podía ser una fuente de negocio y con los bancos, las sociedades anónimas y la inversión como ahorro, recuperó todos los ahorros de los trabajadores para el circuito del capital (acciones de sociedades anónimas, fondos de inversión). Manipular ese circuito no fue difícil de manera que los pequeños ahorradores siempre perdieran. ¡El dinero volvía con papá! El contubernio con los políticos (que no eran capitalistas, sino gestores) fue otro gran acierto. Las leyes y la justicia se pusieron de su parte a cambio de las migajas de sus inmensas plusvalías. El neoliberalismo, el capitalismo de gestión (la introducción en el negocio capitalista de los gestores: políticos, directivos de bancos y sociedades anónimas, y financieros) llevó al capitalismo a su mejor momento.

 

Pero su gran logro fue reintroducir a los mayores (jubilados por leyes del estado protector) de nuevo en el circuito laboral. El hueco dejado por la mujer en el hogar fue cubierto por los abuelos que se prestaban encantados a una nueva explotación laboral encubierta. El no-sueldo de los abuelos debería haberse añadido al sueldo de las mujeres (puesto que la ayuda era un coste de su trabajo) cosa que no solo no se hizo sino que se constituyó a las pensiones de los abuelos en banco de caridad de sus hijos cuando, en las periódicas crisis, el núcleo familiar se quedaba sin recursos. ¡Simplemente genial! Lo que los sindicatos conseguían para los hombres, el capitalismo lo recuperaba de las mujeres, los niños y los mayores. Finalmente el falocentrismo se imponía al capitalismo.

 

Porque las crisis se instituyeron como el mecanismo del miedo para regularizar los salarios. En nombre de la recuperación nacional se bajaban los salarios, y cuando las empresas se habían recuperado, nadie se acordaba de restituir los salarios a su antiguo valor. Para ello hubo que capar a los sindicatos, no solo acosándolos sino también sobornándolos con prebendas como las famosas tarjetas Black. Sin sindicatos, desmontar el estado del bienestar fue sencillo. Los recortes y las privatizaciones privaron a los ciudadanos de la protección del estado pero no con ello se rebajaron los impuestos, que en teoría financiaban el estado social (Piketti), sino que se mantuvieron y se aumentaron para refinanciar al capital y para pagar la abultada nómina de los gestores (políticos, directivos de SA, financieros, asesores), que con el contubernio con el capital, demandaban su parte del pastel. El estado del bienestar fue sustituido por el estado de seguridad, lo que supuso la invención de enemigos de los que nos libraban los Estados: los rusos (en la guerra fría), el terrorismo internacional (a partir de los 70) y los no alineados: radicales, periodistas horribles, antipatriotas, anarquistas, okupas, etc. (en la actualidad).

 

A cambio de esta creciente presión fiscal, política y laboral acompañada del desmantelamiento del estado del bienestar se podría suponer que el Estado florecía y que el bienestar aumentaba. Pues no. La inutilidad de los gestores, su codicia, el despilfarro, las corruptelas y la corrupción, les llevó al endeudamiento perpetuo como único modo de mejorar la economía. El endeudamiento es la fórmula para aumentar la riqueza sin aumentar la producción de riqueza física (la que mide el PIB). Es un adelanto de la riqueza,  que se producirá en el futuro, disfrutada prematuramente. El capital virtual (créditos e hipotecas, tarjetas, letras, adelantos, etc.) supera en un 450% al capital real (de los periódicos). Si esa riqueza física no llega, se procede a nuevos crédito (que en primer lugar pagarán los intereses) dando lugar a la deuda perpetua. Ese desajuste entre lo producido y la riqueza circulante origina periódicamente las crisis (los acreedores temen no cobrar, por diversas circunstancias críticas) que los Estados capitalistas (la inmensa mayoría) aprovechan para reducir los salarios en nombre del bien del país.

 

El neoliberalismo (Foucault) ya no pretende ser una ideología en contraste con otras sino una hegemonía (¡es lo que hay!), desde la caída del muro de Berlin en el 89, sin oposición (Fukuyama). El mito de que el Estado es el peor empresario ha desaparecido en favor de que el Estado se encargue de todo lo que el neoliberalismo no quiere pagar (Stiglitz): desde la investigación básica hasta el gasto social (que aunque mermado ha sido integrado en su praxis), y por supuesto los rescates de las grandes empresas (bancos, sistema financiero, empresas creadoras de empleo, etc.) que por su estupidez y codicia los gestores del capital llevan a la ruina según las fórmulas de “Beneficios privados y pérdidas socializadas” y “demasiado grande para dejarlo caer”. El Estado es rehén (y socio) del neoliberalismo, desvirtuando la democracia. Su estabilidad se apuntala, antidemocráticamente en la conculcación de la separación de poderes (control ilegal del legislativo y de judicial). El neoliberalismo no es el liberalismo ni muchísimo menos. No es una ideología, sino una praxis fascista (Habermas) basada en la insostenible situación actual (el análisis sesgado), la patria (nazionalista), la fuerza (virtud soberana), el pragmatismo (antirracionalista), el coraje (empecinamiento y sostenimiento del error), que manipula la democracia para los fines de sus adalides.

 

En este contexto se produce la aparición del coranavirus, la primera emergencia de una catástrofe mundial. El cambio climático es una emergencia mundial pero todavía no es catastrófica; las guerras mundiales (como su nombre no indica) no fueron catástrofes mundiales. No hay posibilidad de huir de ella, no hay donde esconderse. No queda más remedio que afrontarla. Pero para eso haría falta una unidad, una homogeneidad de criterios que el neoliberalismo no puede ofrecer. Y unos dirigentes capaces y preparados lo que no es el caso. El modelo más común de dirigente es el empresario (Trump, Berlusconi, Bolsonaro), lo que es como aplicar la cuenta de la vieja a la economía. Su falta de preparación política, sociológica, práctica, se evidencia por sus maneras populistas y su talante fascista. Para escurrir el bulto se da las riendas a los científicos como si esto fuera un problema de la ciencia, cuando es la consecuencia del contexto antes citado: los recortes en sanidad, en I+D y las privatizaciones son los agentes que han permitido que el coranavirus apareciera sin ser detectado, sin ser esperado, y sin medios para combatirlo (vacunas, tratamientos y paliativos), todo ello, cometidos políticos y no científicos.

 

La soberanía nazionalista es enemiga de la unidad de acción además de ser como cualquier crisis, una oportunidad de negocio (chinos). En un mundo de Taifas, cada cual resuelve el problema de acuerdo con su capacidad (limitadísima) y su solidaridad (nula), con la esperanza puesta en la codicia (ilimitada). Trump (Jonhson, Bolsonaro, López…) colocan la economía por delante de la vida de los ciudadanos y se arriesgan a que el virus diezme a la población (lo que están consiguiendo con gran eficacia). Todos anteponen los objetivos político-partidistas a los objetivos sanitarios generales. Por otra parte se dedican a salvar su culo acusando a China de haber “fabricado el virus”, es decir, acusando a los demás de lo que ellos hubieran hecho si se les hubiera ocurrido. El estado de seguridad exige que los enemigos sean claros y estén identificados. En España, donde las medidas de confinamiento están dando resultado, los dirigentes autonómicos y la oposición (locos por tomar las riendas y apuntarse los logros), exigen que se ponga la economía por delante de la prudencia y abogan por el final del confinamiento. Una recaída sería nefasta, pero los laureles políticos son tan deseados como insoslayables. ¡Mundo!

 

El desgarrado Mayo 2020.




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