» 12-08-2020 |
Todos sabéis lo que es tratar de hablar con una gran empresa. No solo se trata de de la dificultad de conectar (en sus fastuosas web raramente ponen un teléfono) sino que por teléfono (de pago, evidentemente) te pueden tener eternamente a modo de tragaperras, hasta que desistes. No figurarás en las estadísticas porque nunca hablaste… pero pagaste. ¡Es la perfección! ¿Para cuando una ley que no permita cobrar cuando no se establece la conexión? ¿Para cuando el rey emérito (o todos los políticos que han sido pillados) devolverán el dinero? No estamos en una democracia, estamos en una ratonera. Estamos en Martrix. Somos la energía con la que funciona el sistema. Sin nosotros no existiría nada (¡hasta la robotización total!) pero mientras tanto hay que exprimirnos hasta la médula… y nosotros accediendo.
Es la carrera del ratón. Cuando no haya ahorros de trabajadores, pensiones, salarios que recortar, prestaciones que recortar, cuando no haya nada que esquilmar ¿de que vivirán los especuladores? ¿Se robarán entre ellos?. Durante un tiempo el capitalismo entendió que había que adinerar a los consumidores si se quería vender la producción. Parece que ahora eso ya no es óbice. Si alguna capacidad ha tenido el capitalismo es que siempre encuentra una salida. Pero parece que se acerca a su fin (probablemente apocalíptico con todo nosotros como adorno). La depredación insaciable acaba con la presa. Las mayores visiones apocalípticas del futuro se van haciendo realidad. Es posible que la nueva Edad Media ya esté aquí. Es posible que hayamos llegado al cabo de la calle. Pero la maquinaria es incapaz de parar, se dirige al desastre sin vergüenza y sin desdoro. Los ricos se asientan sobre un montón de escombros incapaces de darse cuenta que no se puede matar a la gallina de los huevos de oro.
Los políticos les han avanzado: es un problema de impuestos. Como dice Piquetti hace un siglo los impuestos no existían. Con la excusa del estado del bienestar los impuestos subieron como la espuma (los putos radicales los defienden). Ahora se trata de desmantelar el estado del bienestar, pero mantener la recaudación que lo sustentaba. Privatizar el estado del bienestar (para beneficio de unos pocos) sin reducir (e incluso aumentar) los impuestos. ¡Esa es la fórmula! ¿Y a donde va esa masa monetaria? A los que se consideran sus legítimos propietarios: los capitalistas. Bueno. Los capitalistas y sus nuevos socios: los gestores (banqueros, las grandes empresas, los gerentes de sociedades, los financieros). Ese contubernio que crearon Thatcher y Reagan en los ’80. Los americanos consiguieron su independencia de la metrópoli a la voz de “no impuestos sin derechos”. Hoy sería imposible. Los derechos está en manos de los gestores, los mismos que quieren enriquecerse hasta los tuétanos a costa del pueblo.
No se como acabará esto pero sí se que estamos llegando al cabo de la calle. La teoría de la revolución es que solo los desesperados la inician. Un coche un frigorífico y una promesa de vivienda es suficiente para evitarla. ¿Será así siempre? Es evidente que nuestro sistema no nos da ni la mínima protección que tratamos de creer. Un puto virus lo ha puesto todo patas arriba. Podéis pensar que es un albur, algo impredecible. No es así. Todo era predecible pero nadie quiso poner el dinero que hacía falta para evitarlo. El dinero ya tenía destino: el bolsillo de los políticos. Ni investigación, ni medios humanos y materiales. No había nada. Bueno sí había: privatizaciones, descuido de una producción mínima de material de defensa sanitaria inmediata, respeto venerencial por unas farmacéuticas internacionales, en una palabra corrupción, estupidez, desinterés. Que les haya pasado a todos no es justificación. Nosotros votamos a nuestros políticos y éstos han demostrado que son incapaces. Por menos (pero más explosivo) ha dimitido el gobierno de Líbano.
Nuestra sanidad no es la mejor, sino la que ha permitido que casi 30.000 ciudadanos hayan muerto, que ha dejado que los mayores murieran masivamente en las residencia (privatizadas) y que mantiene unas listas de espera de escándalo. Y sobre todo, que no ha sabido controlar la pandemia más allá de las primeras victorias pírricas. Si bien lo miramos el esfuerzo recayó -como siempre- sobre los ciudadanos: No había ni investigación, ni previsión, ni medios para pararla y hubo que delegar en los ciudadanos: ¡confinaos! Evidentemente una panda de políticos como los que padecemos ni siquiera aplaudieron semejante argucia estratégica. Por decirlo mal y pronto lo que ha ocurrido (está ocurriendo) es una catástrofe… sin paliativos. Nos queda el consuelo que podría haber sido peor (como en UK, USA, Brasil o Méjico). Por lo visto nuestro gobierno no es lo suficientemente populista. La pregunta es ¿habría sido peor si no hubiera habido gobierno? Probablemente no. Era imposible.
Y es una catástrofe de los políticos, de todos los políticos. No debemos preguntarnos si otros políticos pueden arreglar este desaguisado sino por el contrario lo que hay que hacer es cambiar las reglas del juego. Esto no funciona y si un puto virus puede poner en jaque al sistema “democrático” occidental (y mundial por ósmosis), deberíamos preguntarnos de una puta vez si es este el mundo que queremos o tenemos que intervenir (no necesariamente con la revolución tradicional) pero sí de alguna manera. ¿O, no? A la voz de libertad o muerte han desaparecido muchos revolucionarios. Nuestro problema es más sencillo: muerte o muerte.
El desgarrado. Agosto 2020.