» 21-09-2020 |
Trump reconoce que mintió cuando dijo que la importancia del coranavirus era inferior a lo que realmente era. Estamos ante una situación inédita. Nunca jamás un político había reconocido que había mentido excepto el emérito: “me ez equivocao, loz ziento”. Y menos en USA, donde la mentira es una cuestión cuasireligiosa. Lo ha dicho con la antigua argumentación de que hizo lo mejor para un pueblo, que ¡pobrecito! es incapaz de manejarse. Democracia para el pueblo pero sin el pueblo. Esa es la cuestión. En el fondo es la antigua (y moderna) cuestión de la dominación. A medida que los pensadores han defendido a un pueblo que en general no se entera, los dominadores han utilizado múltiples argucias para que como dijo Lampedusa: “todo cambie para que todo siga igual”. Es decir: que parezca que las cosas cambian cuando la dominación sigue siendo la misma. Esa historia de la simulación tiene una trayectoria que voy a a tratar de esbozar, dado que los historiadores no suelen afrontarla.
Para los griegos -los primeros que se plantearon algo más allá de la oligarquía- la manipulación consistió en la “partición de los sensible”, es decir en separar el pueblo en grupos susceptibles, o no, de ser ciudadanos. Evidentemente los esclavos no eran ciudadanos, pero tampoco lo eran los artesanos que debía atender a sus trabajos en vez de asistir a la asamblea (Ranciére). Ni que decir tiene que las mujeres tampoco eran ciudadanos. ¡Tardarían 24 siglos en lograrlo! La democracia griega era una “democracia” de patricios en nada diferente a una oligarquía. Pero una vez establecida la división de lo sensible, dentro de ella los modos eran democráticos. Era una democracia topológica solo aplicable a un sector de la sociedad. Los romanos siguieron con esa idea topológica en la que solo los patricios (y además romanos) participaban en la democracia. Mujeres, esclavos, trabajadores, pobres, no eran ciudadanos pero con su sentido práctico suavizaron las severas líneas divisorias que permitirían que los libertos o los artesanos se convirtieran en ciudadanos. La unidad familiar -dirigida por el pater familias y que engloba la familia y a los sirvientes y esclavos- se erige en el núcleo de la organización política (Arendt). La organización romana se asentaba en el derecho positivo y la ciencia positiva (la ingeniería). Hasta el arte era positivo en tanto que imitación escrupulosa de la naturaleza, de lo real.
Esta organización política fue desbaratada por el cristianismo que enfoca la dominación de forma completamente diferente: los pobres serán los ricos en el reino de los cielos. Dos promesas que nada tienen que ver con la practicidad romana: la inversión de los valores de la dominación y un mundo alternativo en el que se realizará cumplidamente. En el fondo, el consuelo en otro mundo, de las privaciones en este, eran eran una zanahoria que los burros jamás podrían alcanzar. Nietszche entendió perfectamente lo que de subersivo tenía la propuesta. El cristianismo insufla esperanza en el corazón de los desarrapados con el fin de mantenerlos al margen de las lógicas aspiraciones de igualdad… en este mundo. Era un sofisticado y sicológico sistema de dominación, y evidentemente, un engaño mayúsculo. La iglesia encargada de dirigir la operación, se desmarcó pronto de los votos de pobreza, humildad, castidad, etc. y se lanzó al desenfreno con el dinero de los diezmos y las primicias, acumulando un inmenso poder y riquezas.
Este orden “positivo” fue desbaratado (formalmente) por el caos bárbaro. De hecho no era un caos (como demuestra el derecho germánico) sino una organización distinta en la que la fuerza organiza la jerarquía social y la justicia se asienta sobre el “ojo por ojo y diente por diente”. La Edad media fue el tiempo de la fusión de la organización bárbara (la fuerza) y la cristiandad (el reino de los pobres). La pérdida de la cultura greco-romana acentuó la evidencia de la pobreza y por tanto del cristianismo (excepto para la Iglesia, como se ha dicho). Los gremios se convierten en la organización que los bárbaros añaden a la cristiandad y rigen los destinos del trabajo y de la familia. La rígida persecuación de la usura (Weber) dificulta el progreso hasta que Lutero funda a Iglesia separada sobre la base de una religión personal y la consigna de que la riqueza no ofende al Señor, es decir, quitando y dando la razón a la Iglesia católica. Por la misma época se inicia la ciencia basada en el experimento desplazando a la filosofía que se basaba exclusivamente en la razón. La ciencia se opondrá a la religión eclesial (la católica y la reformada) y aunque con dificultades, acabará desplazándola. El feudalismo (oligarquías agrícola-guerreras) rige la política. Los reyes escalan a duras penas la jerarquía social tratando de afianzarse “entre sus pares” para formar la monarquía absoluta.
El saber se escinde en humanidades y cientificidad opuestos con el mismo encono que antes se opusieron las facciones religiosas. Las humanidades se refugian en la razón y en el derecho natural, pero sobre todo, en las ciencias no exactas: teoría del conocimiento, ética, política. Las humanidades se arrogan el saber político. Aparece la Ilustración como un ideal de hombre científico y ético que aúna las dos tendencias. A mediados del SXVIII se inicia la revolución industrial, es decir el inicio de la tecnología y a finales se produce la revolución francesa, poco después de la independencia americana y nacimiento de los estados constitucionales (con permiso de Inglaterra). Empieza la edad moderna con una ciencia que se convierte en tecnología y una filosofía que toma la defensa de los derechos humanos como bandera de humanismo: libertad, igualdad, fraternidad. La brecha entre ciencia experimental y humanidades se agranda. Poco antes de la revolución francesa se han fundado las academias de las ciencias y las artes. El saber y el arte se institucionalizan. A la revolución francesa sucede el imperio de Napoleón.
Pero algo une a la ciencia y a la filosofía: la metafísica. El SXIX se inicia (y acabará) con las premisas metafísicas que habían establecido Platón y Aristóteles. Pero aparecen fisuras. Marx llenará este siglo con su teoría de la economía política (el valor de cambio como valor que no se goza, no se utiliza) o dicho de otra manera con el dinero como equivalente universal del valor, el plusvalor, la mercancía absoluta y el fetichismo de la mercancía. Con él arrancará el socialismo como doctrina política de la liberación de los desheredados, singularmente los trabajadores. Para nada de las mujeres. Cuarenta años después de Marx nace Saussure que revolucionará doblemente la lingüística, primero con la división entre significante (soporte) y significado (contenido) pero todavía más con la cadena de significantes como significado (saber que reside en la forma… al modo de la lógica). Recordemos que el Propio Platón había deslindado el amor (el placer que no se sabe), el arte (el saber que no se sabe y el placer que no se goza) y la filosofía (el saber que no se goza) de los contenidos de la metafísica. Las evidencias contra la metafísica empiezan a ser abrumadoras. El SXIX es el de la generalización de los Estados constitucionales sucediendo a los Estados absolutos (lo que no implica la desaparición de las monarquías). Constitución se convierte en equivalente de democracia, cuando solo es equivalente de ley escrita.
El SXX empezará con la teoría freudiana del inconsciente (el inconsciente se estructura como un lenguaje: Lacan), el falo como premisa universal del pene (solo existe un género: el género fálico), la economía (política) de las pasiones. La ciencia cuántica se opone frontalmente a la metafísica del principio de no contradicción (no se puede ser onda y partícula a la vez), de identidad (probabilidad cuántica) y del tercio excluso (entre dos opciones excluyentes no cabe una tercera: el vacío está lleno de cosas)
La fenomenología de Husserl (existe un saber intuitivo) y la hermeneútica de Gadamer (el saber reside en el exégeta, en el destinatario) siguen minando la metafísica. Todas estas evidencias convergerán en la filosofía de la diferencia (los pares de oposiciones excluyentes de la metafísica no tienen porque ser reducidos a uno de ellos) que contempla la coexistencia de los pares de oposiciones, y la posmodernidad con el fin de los grandes relatos de Lyotard y la deconstrucción (de la metafísica) y la “diferezia” (la diferencia puede hallarse en la escritura cuando no existe en la palabra: se ve pero no se oye).
El SXX, en política, es el de los totalitarismos (nazismo, fascismo y comunismo de estado) y de sus excesos, de la generalización de la democracia nominal: democracia para el pueblo pero sin el pueblo. En igualdad, es el siglo de las más extremas desigualdades ejercidas a cara descubierta. En lo relativo a la libertad, es el siglo de la constatación que la libertad es un límite, una tendencia asintótica que jamás podrá ser alcanzada. Una aspiración sin contenido formal, un significante sin significado. La oposición entre mi libertad y la del otro solo se puede resolver en la dominación. Solo uno puede ser libre. En el juego de los dos (yo y el otro) la libertad es imposible. La libertad solo funciona (individualmente) cuando se produce la dominación de uno sobre otro y a costa del otro. Tal como vaticinó Fukuyama la historia de la oposición de liberalismo y socialismo (1989) se ha terminado con el triunfo del liberalismo. Pero la historia del liberalismo no ha terminado como lo demuestra la aparición del ultraliberalismo.
El SXXI es el del capitalismo de gestión (que engloba a los capitalistas y a los gestores políticos, de sociedades mercantiles y gestores finacieros) propiciado por Reagan y Thatcher en los 80’ del siglo pasado. Es el artífice de la gran desigualdad que denunciaron Stiglitz, y Piquetti (antes de retractarse). Este contubernio entre capital, política, comercio y finanzas es el final, por ahora, de la historia del liberalismo en la que los totalitarismo asoman sin desdoro (Trump, Bolsanaro, Putin…) y sin disimulo. Los principios del fascismo (Habermas): la nación, la pérdida de los valores, la fuerza, el pragmatismo, el coraje, invaden la política. La democracia es una cuestión nominal sin contenido real alguno. La dominación, la desigualdad y la explotación es la única realidad. Por eso Trump ya no se esconde para mentir. Porque la mentira (la postverdad) ya es parte de la democracia. De pleno derecho. La democracia necesita una renovación completa y urgente puesto que se ha convertido en la herramienta de la dominación y de la desigualdad al servicio de los capitalistas de gestión. Amén.
El desgarrado. Septiembre 2020.