» 15-01-2021

Reflexiones tipográficas 293. De cementerios y epitafios.

La presión urbanística sobre los cementerios “aconseja” la incineración y no solo porque los cementerios se inscriben con el tiempo en la trama urbana, -aunque nacieron en los márgenes-, sino también porque los muertos ya no tienen cabida en el urbanismo epistemológico, como en Japón, que se ven obligada a exportar sus muertos. Pero ¿qué sentido tiene tener un muerto exportado. Los cementerios nos proporcionaban la eternidad física de nuestros allegados… lo que la exportación, anula. Todo ello, inscrito en los cambios que los tiempos imprimen en las costumbres ancestrales. Los homínidos nos hicimos humanos con los enterramientos, con la consideración de una alma inmortal capaz de sobrevivir al cuerpo material (aunque solo fuera la memoria). Ahora tenemos que renunciar a nuestra humanidad. Conservar la urna es convertir nuestro salón en mausoleo, lo que contradice la separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos que nuestros ancestros promulgaron. ¡La tierra para el que la trabaja! el utilitaritismo expulsa a los muertos.

 

Los cementerios llegaron a tener personalidad propia. No solo la reunión de las tumbas sino el holismo de lo innegable. El arte acudió en su ayuda y se hicieron monumentos funerarios exquisitos. Se puede saber más de una ciudad y de una sociedad visitando sus cementerios que sus monumentos. Pero hay algo que la desaparición (no inminente, pero inexorable) de los cementerios destruirá impagablemente: los epitafios. Los epitafios son el testamento verbal de los muertos. Entendido como homenaje o como desdén, los epitafios son la memoria trascendente, no exenta de arreglo de cuentas. No haré aquí un recuento de sus innumerables variantes (que es fácil de encontrar). Solo recordar el de Groucho Marx: “Perdone señora que no me levante”. O el de Bolzman que puso una fórmula, precisamente la fórmula que convertía la entropía (la medida del desorden del universo) en una cuestión estadística.

 

Pero no me resisto a traeros aquí un epitafio anónimo: “Pensé con los cojones y jodí con la imaginación. Fui un auténtico hombre” genial afirmación feminista del machismo absoluto. Probablemente se podría encontrar un epitafio equivalente de un feminismo antimachista, pero no es posible, porque la mujeres no son trascendentes: no escriben epitafios. Para las mujeres la vida lo es todo. Incluso Teresa prefirió el orgasmo místico en vida… que su equivalente en la otra. Y no es una crítica. La trascendencia es algo plenamente masculino. Como he dicho en otras ocasiones el hombre no consigue la plenitud en vida y la difiere a la “otra vida”, a la trascendente. La mujer sí: trasciende en la maternidad. Y con eso no quiero decir que con la maternidad ya está. Siempre nos quedará la trascendencia. Eso es la religión, religión que las mujeres aceptan, profesan y trasmiten pero que no integran. Por otra parte con la mierda de vida que les han dado los hombres -histórica y cotidianamente- no me parece de extrañar.

 

En fin. También he hablado mucho sobre la plasticidad del cerebro que permite que todo sea intercambiable. En el fondo solo hablamos de tendencias, nunca de rasgos definitivos. Cada individuo puede ser lo que quiera ser… con permiso de sus emociones que no dejan de ser -originalmente- su razón ancestral, el mecanismo disparador de su respuesta instintiva. Es difícil encontrar leyes de comportamiento en individuos cuya plasticidad es determinante (somos procesos, no seres). Como los erizos venenosos cuando hacen el amor, aquí hay que tener un cuidado exquisito. Nuestra mente quiere (adora) las normas fijas: es lo que he llamado la la nostalgia del instinto. Adora el ser). Aquel pasado idílico en que cada situación tenías pautas determinadas, inequívocas, ajenas a la voluntad. La ciencia (filosofía natural) solo trata de que aquella Arcadia perdida vuelva a ser realidad. Antes lo intentaron la omnipotencia de las ideas (el animismo), la religión, el mito, la tópica. Ahora lo trata la política, cuya impotencia le obliga a recurrir a la intoxicación, a la mentira y a la corrupción.

 

Me he desviado aunque confío en que si estáis leyendo esto es porque  no sois ajenos a la emergencia, a lo inesperado, a lo insólito. Cuando los presocráticos intuyeron que tras la realidad perceptible había explicaciones agazapadas, fundaron la filosofía: la ciencia de las explicaciones ocultas (o simplemente: no aparentes). Luego llegó el cristianismo y decidió que esa explicación oculta era dios y que lo trascendente (lo que había más allá de la realidad) era la vida eterna (¡previa la resurrección de los muertos! lo que explica nuestra pasión por los vampiros). Hoy pensamos (algunos) que la trascendencia es simplemente la sustancialidad (materialidad) de lo insustancial (las idas) y que no hace falta ni dios ni vida eterna para ello. Al fin y al cabo la muerte (los cementerios y los epitafios: una forma de trascendencia como otra cualquiera), tiene mucho que ver con el tema. Metafísica y trascendencia son prácticamente lo mismo: lo que hay más allá. Poco importa si es más allá de lo material (física) o de lo ideológico (trascendencia). Amén.

 

El desgarrado. Enero 2021.




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