» 18-03-2021 |
Cuando a los políticos no le interesó que la razón rigiera la política se forzó el giro ético que consistió en un viraje hacia la ética como elemento definidor de la política. Los hechos se transformaron en derechos tornando la realidad en normas que dependían de su voluntad y no de razones ajenas a ella. La norma más elemental de la ética autoproducida es “Por que yo lo digo” pero hay muchas más aunque menos evidentes de manipulación. “Los países de nuestro entorno, “De sentido común”, “como no podía ser de otro modo”, “como indica la tradición”, etc. Son “normas” sin ninguna base razonable pero que parece que son de ineludible cumplimiento. Pero además de esta sustitución de la razón por la ética ya se había producido una distribución ética (partición de lo sensible) que separaba claramente la ética de los ciudadanos de la ética política. No era suficiente que las leyes que los propios políticos se otorgaban discriminaran las normas que regían a políticos y ciudadanos sino que aquellos se dotaron además de una ética propia distinta y más laxa que la de estos.
La retórica es la primera de las normas éticas que no se admite en los ciudadanos y los políticos se autootorgan. La retórica no es el arte de argumentar sino de convencer. No tiene como meta la verdad sino la persuasión. Evidentemente al ciudadano (en sus relaciones con la administración) se le exigen hechos y los razonamientos deben ajustarse estrictamente a las reglas de la lógica. Entre las “razones” retórica destacan la oportunidad (porque es el momento adecuado) y la teleonomía (el finalismo, es decir para conseguir un objetivo concreto). La objetividad que se exige al ciudadano no es de aplicación en el político que se reviste de la presunción de veracidad, justicia y moralidad en razón de su circunstancia de político. Esta presunción se refuerza con el tratamiento honorífico que políticos, militares y jueces reciben: señoría, usía, ilustrísima, honorable, etc. La retórica ha desembocado en la demagogia (corrupción de la lógica que permite alcanzar fines espurios), el populismo (decir lo que los ciudadanos quieren escuchar faltando a la verdad), la posverdad (mentiras disfrazadas de verdad) y la mentira pura y dura. Las promesas incumplidas pertenecen también a la mentira. La calumnia (difama, que algo queda) no solo se utiliza con otros políticos de facciones opuestas sino que también se aplica a los ciudadanos: “Habéis vivido (endeudado, gastado, invertido, etc.) por encima de vuestras posibilidades”.
La tergiversación (cambiar el sentido propio de las palabras) también es una estrategia normal en los políticos. La democracia es tomada alternativamente como sistema de gobierno, forma social de vida en común o forma de estado. En cualquier caso el sentido que le da la Constitución: legitimación otorgada por el pueblo soberano es mediada de tal manera por las instituciones y las leyes que pierde completamente su sentido. En España la única vía por la que se vehicula, para el pueblo la democracia. son las elecciones mediatizadas por circunscripciones desiguales, el sistema proporcional (ley de Hont), limitaciones de edad, dificultades en el voto rogado, limitaciones a los extranjeros residentes, mediatización del voto mediante publicidad, encuestas, artículos de opinión, etc. Otros conceptos políticos como pueblo, representación, progreso, desarrollo, España, adolecen de los mismos problemas. En definitiva se trata de manipular interesadamente los conceptos y darles nuevos significados. Históricamente nombres como comunismo, socialismo, liberal, conservador, derecha, izquierda, centro, han sufrido una evolución que las ha llevado de la simple identificación de una facción a un contenido moral más o menos peyorativo: comunismo: totalitarismo, liberal: demócrata, etc. La derecha suele tergiversar los conceptos propios de la izquierda (progreso, ecología, desarrollo, feminismo…) para apropiárselos o para denigrarlos. Recientemente asistimos a la expulsión del término “imputar” del Código penal sustituido por el de “investigar” considerado como más suave. Es la manera que tiene el PP de acabar con la corrupción: suprimir la palabra.
Existe una ingeniería que sustituye las palabras que se quieren evitar por circunloquios u otras palabras menos expresivas. “Finiquito en diferido”, “actividad extracontable”, “desaceleración”, “procedimiento de ejecución hipotecaria” “enfriamiento de la economía”, “prisión permanente revisable”, “procedimiento de ajuste”, “ajustes coyunturales”, etc. La ley de protección de políticos e instituciones se llamó ley de seguridad ciudadana y el pueblo la llamó ley mordaza. Tres nombres para lo mismo indica que la divergencia entre el pueblo y sus políticos es enorme. Y lo voy a dejar aquí porque me he dado cuenta que esta es la historia interminable. He empezado pensando en hablar un poco y esto no lo acabo ni con una novela. Remataré con lo que indiqué en el título. A parte de la conversión de la razón en ética (el giro ético) existe una doble moral que permite que los políticos tengan desmesurados privilegios legales, sociales, políticos, para que puedan ser mandarines. Pero además todos esos privilegios exenciones y dispensas no se les permiten a los ciudadanos. Los ciudadanos tienen la obligación de ser honrados y en su defecto serán severamente castigados. Y por supuesto, se les echará en cara. ¡País!
El desgarrado. Marzo 2021.