» 19-11-2023

Animales racionales 16. Animales.

Si hablamos de animales racionales sería imperdonable que no habláramos de la parte animal. El título es una proposición en la que el sujeto es calificado de poseer una cualidad: “racional”, y el sujeto es “animal”. Como en toda proposición analítica (supongamos que es analítica) el predicado no debe añadir información a lo que significa el sujeto. La RAE dice de animal: “Ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso”. Para que sea analítica la descomposición del sujeto en sus parte componentes (ser, orgánico, vivo, sensible, que cambia de posición, y autopropulsado física y mentalmente) debe incluir la cualidad de racional. ¿Es así? En principio no, aunque el tema de la sensibilidad podría ser discutible. Estamos ante una proposición sintética y por tanto el predicado añade información al sujeto: la cualidad de racional. Por lo tanto podemos analizar el sujeto: animal, como autónomo del predicado: racional. Ello implica que los animales no son en absoluto racionales,  lo que podría cuestionarse (al margen del análisis de la proposición en sí). 

 

Sabemos que el gran defecto de las definiciones es que marcan clases discretas en un mundo en el que las clases forman un continuo en el que los límites no son determinables con exactitud. Esta gradualidad hace que en el continuo racional/irracional haya un punto en el que ambas posibilidades sean ciertas (o quizás… ninguna, fundidas en el tránsito). Para tratar de determinar si la proposición es analítica o sintética deberíamos escudriñar la definición de racional (por si permite que los animales no humanos pueden participar), pero probablemente nos encontraríamos con el mismo problema de la continuidad. No sabemos, pues si la racionalidad es una cuestión de grado o por el contrario es la cualidad distintiva y exclusiva de los seres humanos que marca el linde entre dos clases discretas. Mi opinión es que es una cuestión de grado, que la proposición es analítica (el predicado no añade información sustancial a lo que sabemos del sujeto) sino que se trata de una información cuantitativa, de grado.  Los animales tienen cierta racionalidad que, en general, supeditan a mecanismos de supervivencia mentales más efectivos, por lo que no puede (la racionalidad) ser etiquetada de esencial.

 

Dada la adicionalidad de nuestros cerebros evolutivos (que conserva los cerebros antiguos), nuestra condición de animales está más que justificada. No somos otra especie sino que somos animales mejorados (levemente), y dada la difícil integración de esos cerebros (que la corteza cingulada es incapaz de resolver eficazmente), no es fácil distinguir lo que corresponde a nuestros cerebros animales y lo que corresponde a la estricta  racionalidad (que aproximadamente coincide con nuestro lóbulo frontal). Sabemos que tenemos emociones y sentimientos que compartimos con los animales pero que hemos evolucionado -en el sentido de desligarlos de la mera supervivencia- reorientándolos hacia la sociabilidad o la individualidad. Sabemos también que conservamos los instintos allí donde la razón no es capaz de ser lo veloz o lo eficaz que requiere la supervivencia. Ni siquiera la socialidad, la instrumentalidad o la autoconciencia nos son exclusivas sino que hunden sus raíces en nuestra biología animal. Seguimos siendo asesinos implacables o caníbales, afortunadamente mediatizados por la razón que ante la menor disfunción nos pone a los pies de los caballos (sicópatas,  sociópatas…). Nos hemos inventado una moral con permiso de Kant) que trata de lidiar con nuestro pasado animal pero que no deja de ser un mecanismo cultural, que es como decir que en situaciones extremas… no funciona. Probablemente somos más, animales morales que racionales.

 

No nos gusta “descender del mono”, la campaña de descrédito desplegada contra Darwin lo dejó bien a las claras. ¡Animal! es un insulto. No aceptamos el aspecto violento/agresivo de los animales que medimos con la vara de la moral y de la socialidad.  En una interpretación del mundo animal caricaturesca e injusta (Lorentz). Capamos a los animales (física o domesticación mediante), para que encajen en nuestro esquema de bondad y amor, pero también de sumisión y sojuzgación. En este aspecto Disney fue un campeón. Reorientamos nuestros instintos más inconfesables al sexo: dominación, sadismo, masoquismo, tortura. El lenguaje del amor (y del deseo) está lleno de metáforas caníbales o, cuando menos, gastronómicas. Pero hay dos manifestaciones que desvelan nuestra contradicción con nuestro (todavía) presente animal: el mascotismo y la nostalgia del instinto. 

 

El mascotismo consiste en confundir a los animales de compañía con seres humanos. Una vez domesticados (extirpada su agresividad) y sometidos a la voluntad del ser humano, les atribuimos sentimientos simil-humanos a la par que exacerbamos sus instintos más convenientes para nosotros (lealtad, sumisión, compañía…). Los tratamos como a hijos, y les atribuimos todo lo que de bueno tiene (debería tener) el ser humano. Nuestro cuidado por ellos se acaba en resolverles la cotidianidad física (comida, techo, medicina, peluquería… ) en cuanto coincide con nuestras propias exigencias. Poco nos importa reprimir sus naturales instintos sexuales, territoriales, confinarlos en un piso, pasearlos a horas tasadas por un paisaje urbano, con tal que nos ofrezcan lo que necesitamos: cariño, compañía, lealtad, docilidad y adecuadas conductas higiénicas. Haraway escribió un manifiesto en el que exponía que nuestra relación con una mascota ha de ser de convivencia y no de sometimiento, incluso de indiferencia (en lo que tiene de respeto). Seres humanos y mascotas debemos reescribir nuestra convivencia. A las tres grandes sojuzgaciones que caracterizan a la especie humana (mujeres, colonizados y homosexuales) habría que añadir: animales (sobre todo mascotas, pero también cobayas, zoológicos, laborales: cazadores, guardianes, pastores, circenses, concursales) y los humanos con necesidades especiales. Las leyes están bien pero lo esencial es cambiar la actitud, el talante. Una mascota es un animal y en eso reside su grandeza y no en ser humanos a los que “solo les falta hablar”. 

 

La nostalgia del instinto se produce por la conciencia de que el libre albedrío no es ninguna bicoca. Decidir quiere decir recoger información, evaluarla, y actuar… y a veces, las decisiones resultan muy difíciles. Entonces volvemos la vista a los animales y envidiamos su estilo de vida: comer, dormir, quizás joder. Ninguna decisión que tomar. Entonces envidiamos el instinto esa respuesta automática que nos libera de decidir. Sobre este tema he escrito ampliamente en el blog la serie: “La nostalgia del instinto” y a él os remito. Aunque no hay contradicción en no ser racional cuando se es animal, si que la encontramos en nuestras comprensión y nuestras relaciones con los animales. Nos hemos inventado “racionalmente” un animalidad que tiene poco de racionalidad. Si envidiamos a los animales es que algo no funciona. Si los esclavizamos, tampoco. Hay que redefinir nuestra relación con las mascotas desde posiciones igualitarias. Y hay que revisar la totalidad de las relaciones que tenemos con los animales, con todos los animales.

 

El desgarrado. Noviembre 2023.

 




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