» 18-10-2019 |
Cuando se planteó la posible resolución del juicio del procés ya se vio que la definición de violencia sería fundamental, pues el hecho de que hubiera o no violencia determinaba (según el código penal) si había o no delito de rebelión. La solución del supremo ha sido peculiar: hubo violencia pero no dirigida a la rebelión, por tanto no hay rebelión. Es una solución que no satisface a muchos juristas pues presupone que la hay, pero que no es determinante para definir el tipo (no la hay). Para los independentistas el karma ha sido enrocarse en que son un movimiento pacífico, siempre lo han sido y si hay violencia es que no son ellos, porque el pacifismo entra en la definición de independentismo en una trampa lógica insostenible. Tras la sentencia -que tratan de hacernos creer que les ha sido inesperada y desorbitada (injusta, vengativa, antidemocrática, etc.), además de cruel, humillante, insensible y victimante- retoman el karma de la no-violencia tal como lo han elaborado en estos años y cargan contra el Supremo por la incoherencia de su tratamiento de la violencia. La sentencia puede tener muchos defectos pero el de ser sorprendente no es uno de ellos. Por en medio se suscita el debate de la violencia policial. Para el estado la violencia es un privilegio (cuyo ejercicio recae interiormente en la policía). No cabe hablar de violencia, puesto que es un privilegio, sino de proporcionalidad de su aplicación (el grado), no cabe hablar de represión puesto que la policía tiene como fin institucional la represión.
Esta solución del supremo cuya voluntad política ha sido no llegar hasta el final y desactivar el delito de rebelión ha tenido dos consecuencias una inesperada: los independentistas solo hubieran aceptado la absolución total como resulta justo, proporcionado, democrático y noble (no rencoroso), por lo que la concesión (así lo siente el supremo) de un delito menor no ha servido de nada; y otra esperada: la reacción de la derecha por no haberse aplicado el delito de rebelión que consideraban el único posible. Estas dos posiciones sitúan a la sentencia en el punto medio entre los absolucionistas, y los que pretendían la máxima pena. Los dos extremos del arco. La maniobra de Sánchez solo ha servido para que las posiciones queden aún más definidas pero también para que el debate se traslade al enfrentamiento entre la derecha y los nacionalistas-independentistas, dando a las otras fuerzas una cierta posición de centralismo… que no acepta el independentismo. Quizás por eso el independentismo arremete contra Sánchez tratando de incluirlo entre los que se ensañan con la petición de la máxima pena. La cuestión topológica no es baladí.
Llegados al punto de irracionalidad en el que estamos, todos mienten aplicando argumentos maniqueos tan distantes y disjuntos que hacen imposible cualquier solución razonada o dialogada, porque no existe ninguna posición común, base o puente desde donde iniciar la aproximación. Estamos pues donde empezamos. Ni los independentistas ni los imperialistas han querido dialogar en ningún momento, pero tratando siempre de que fuera el otro el que abandonara esa mesa de diálogo que nunca se ha constituido. Los imperialistas porque no aceptan nada fuera de la constitución (y la independencia lo está); los independentistas porque solo quieren hablar de lo que está fuera de la constitución: la independencia como derecho inalienable y verificable.
Hablar de que es un problema político y no judicial es una memez. Es un problema político-jurídico y tiene que resolverse desde ambas vertientes, tratadas conjuntamente. La solución jurídica no conviene al independentismo porque lo que pretende (la independencia unilateral o pactada) está fuera del ordenamiento constitucional. La solución política no conviene al imperialismo porque supone soslayar de entrada el ordenamiento jurídico, que es su gran baza. Tanto la violencia, como el diálogo, como la solución política son grandes mentiras porque se ha tratado de aplicarlas sesgadamente, en posiciones antipódicas e irreconciliables. Y así es imposible la solución. Solo la historia puede solucionar esto y será mediante la pérdida de la memoria operada tras varias generaciones. Como todos los problemas basados en el territorio (Israel, Gibraltar), solo existe una solución armada, porque las razones son imposibles. Y en eso estamos.
Estamos ante el choque de dos nacionalismos: el catalán y el español, los independentistas y los imperialistas, la secesión y la unión. La única solución es una solución intermedia (federal) que es la que ha triunfado en EUA, Alemania y Suiza. Pero para llegar al federalismo habría primero que sentarse a dialogar y eso, hoy por hoy es imposible. Un segundo problema es que, tal como ocurrió con las autonomías, habría que dar café para todos (todos querrían ser federales en cuanto sospecharan que el federalismo concede una ventaja competitiva, y como medio de construir una identidad nacional), lo que siempre ha sido visto con suspicacia por los nacionalismos históricos. Pero no es imposible pues hay ejemplos que lo avalan como EUA en donde el federalismo no se basa en la lengua ni en los territorios históricos, la cultura o la tradición. El federalismo es una posición que el socialismo ha defendido históricamente, pero que la derecha no aceptará nunca. Sería la manera de dividir España en dos bloques de similar entidad: la derecha imperialista y la izquierda federalista. Las dos Españas son de una resistencia a prueba de historia.
Y no podemos olvidar que Catalunya no es unitariamente independentista sino que tiene su propia división interna que hasta ahora ha sido ignorada por los independentistas que tanto de palabra (somos una nación) como de obra (imponer la mayoría parlamentaria como mayoría natural) han mantenido la ficción de que todos somos independentistas en un movimiento que no puede ser calificado sino como de antidemócrata, oligarquíco y posiblemente xenófobo. Es duro pero es lo que hay: una élite que se consideran catalanes auténticos imponiendo su voluntad -no mayoritaria- al resto de la población (los charnegos). Y no me expliquen lo que significa charnego porque lo sé, lo que no quita que el vocablo sea utilizado para denigrar a los que no son considerados catalanes auténticos. Exactamente lo mismo que hacen los imperialistas españoles con respecto a la minoría catalana al llamarnos catalufos. Las posiciones son tan simétricas que por eso la solución es tan difícil. Los mismos argumentos aplicados topológicamente en posiciones enfrentadas.
De momento estamos en una situación de guerrilla urbana y el independentismo ha conseguido que nadie le acuse de utilizar la violencia. El gobierno español y la policía insisten en que son grupos violentos autónomos. Es posible, pero lo que es seguro es que actúan amparados por la inmensa mayoría de los independentistas pacifistas, “infiltrados” en sus filas y con casi su total connivencia. ¿Donde está el sistema de orden que garantiza que esos violentos no actúen? No existe. Amparar la violencia es mal asunto. Los violentos tienen futuro totalitario. En Euskadi llegó un momento que el pueblo no quería la independencia precisamente por miedo a que ETA tomara el poder (pues poseía la fuerza), en una hipotética situación de independencia. Fue entonces cuando perdió apoyo popular y el terrorismo sin apoyo popular es historia. Fue el principio de su fin. ¿No es el caso, verdad? En este caso los tenéis bien controlados. ¿No es eso? Pues, nada. Adelante con las bombas. Ya, ya. Que lo que os preocupa es la violencia policial y la de los ultras. Cuando la violencia se clasifica entre la nuestra y la de los otros la partida está perdida. Además mentir es gratis.
Quizás estemos en aquello tan español: “de perdidos al río”. El instinto de muerte. Morir matando. Lo dijo Comín parafraseando a Puigdemont: bloqueemos el estado (aunque se nos vuelva la operación en contra). Paralicemos las comunicaciones, sumamos la ciudad en el caos. Detrás de mi el diluvio. El independentismo ya se ha apoderado de ciertas esferas de poder como la Cambra, TV3, el Parlament. Los Mossos le han salido respondones. Tiene gracia que las tradicionales víctimas se hayan convertido en verdugos. Como los judíos.
El desgarrado. Octubre 2019.