» 22-07-2019 |
Leo el libro citado y me encuentro con lo dicho: un filósofo respondón. No solo ataca al cientifismo como un paradigma discutible sino que reparte zascas a diestro y siniestro con desenvoltura y sin respeto alguno. El tema es el de Descartes: ¿espíritu/materia es un dualismo irrefutable? ¿Es el espíritu, el pensamiento, la consciencia, el Yo algo, material o inmaterial? ¿Tiene algo que decir la neurociencia en este tema? En un ejercicio de pedagogía (en la que nos asegura que no necesitamos más bagaje que el que él nos proporciona) recorre todas las teorías y todas las escuelas mostrándonos todos sus errores. En una reducción al absurdo nos muestras como los demás se equivocan en la esperanza que el error de los demás sea la verdad de sus tesis: el espíritu existe y yo no soy mi cerebro. Pero ¿refutando a los demás demuestra su tesis? Lo dudo. Los descreídos actuales necesitamos algo más que negatividades. Necesitamos un pensamiento positivo en el que fundarnos.
Biólogos y sociólogos, además de científicos son desacreditados. A los filósofos se les trata con otro rasero. Porque parece que solo los filósofos pueden hablar del espíritu sin que se nos diga nunca en base a qué. Se echa en falta un rigor intelectual que se atreva con las grandes distinciones: Filósofos/científicos; cuerpo/alma; material/inmaterial. Voy a tratar de explicar lo que Gabriel no explica, no sin antes destacar que su repaso por las ideologías y las escuelas es impecable. Su libro se puede guardar en la biblioteca como un diccionario de doctrinas del Yo, de la consciencia, de la mente y de lo espiritual. Tampoco pretendo saber más que él, simplemente trato de rellenar los huecos que me han parecido vacíos, probablemente porque a él no se lo han parecido. La teoría de la evidencia es implacable: no siempre lo que es evidente para el escritor, es evidente para el lector. En el fondo lo que queremos saber es si el espíritu pertenece a este mundo (es materia o energía), o no, y si está constituido por la trascendencia. Trascendencia, la palabra maldita.
Empecemos por el principio: ¿cuál es la diferencia entre filósofos y científicos? Ambos utilizan -como métodos de abstracción- la lógica (la razón), el concepto y la igualdad. La ciencia usa además profusamente la abstracción de la cantidad (las matemáticas) y añade la experimentación como regla de verificabilidad. Son pues estas dos últimas las que diferencian la filosofía de la ciencia. La filosofía se niega a hacer experimentos (aunque los experimentos mentales no dejan de ser una forma de filosofía del lenguaje, pero parecen patrimonio de la ciencia) y considera la cantidad como una cualidad más (pero no especialmente distinguida) de las cosas. Una y otra, abstraen de la complejidad de lo real determinados universales especialmente significativos como medio de simplificar y poder manejar cómodamente lo real. La experimentación supone un retorno a lo real en el que -en condiciones simplificadas y controladas- se verifican las hipótesis o teorías abstraídas de lo real. La única verificación que realiza la filosofía es la no contradicción racional (que también utiliza la ciencia). Los ataque que a la infalibilidad de la ciencia son atinados pero no más de lo que serían esos mismos ataques destinados a la filosofía. El método de la abstracción y creación de universales que ambas emplean tiene los mismos defectos en una que en otra (es un sistema aproximado) pero ha sido llevado más lejos por las matemáticas y la experimentación en la ciencia que en la filosofía aunque sin lograr la infalibilidad.
Algo parecido podríamos decir de la oposición de las ciencias (puras) y las humanidades en la que el experimento y las matemáticas vuelven a ser determinantes sin ser definitivas. La perfección interna de las matemáticas se desmorona cuando -como en el caso de Hilbert- se reconoce que las matemáticas no describen la naturaleza (lo real) sino que pueden ser aplicadas a ella en un ejercicio de asimilación sin otra garantía que el experimento. Por otra parte las humanidades echan mano del experimento más que la filosofía, como podemos ver en la etología, la biología, la sicología, etc. pero son experimentos descriptivos en cuanto no formulan sus hipótesis con cantidades. El principio de incompletitud (ningún sistema puede demostrar se propia verdad desde dentro del sistema) de Gödel desbarata cualquier posibilidad de autosustentación de la verdad interna.
¿Qué quiere decir que yo no soy mi cerebro? 1) ¿Qué la identidad no tiene sentido porque igualamos dos elementos heterogéneos: el Yo (inmaterial y espiritual) y un órgano (material y físico)? 2) Que el Yo es más que los procesos físicos y materiales del cerebro. Existe un plus no cuantificable físicamente (biológicamente) que trasciende lo material. 3) Que el Yo, la consciencia, el espíritu, el alma, es una consecuencia inmaterial del sustrato físico y que ha sido la metafísica la que al dividir en dos lo real, en material e inmaterial, en mundo y Yo, en espiritual y físico ha forzado una distinción irreal entre mi cerebro y Yo. La irrupción de Freud con sus distinción entre lo inconsciente y lo consciente no mejora las cosas, aunque la posibilidad de la represión (la exclusión de la consciencia) abre una puerta a que lo consciente y lo inconsciente sean intercambiables y de la misma naturaleza. Gabriel apunta pero no dispara y entre el espíritu y la materia se queda con la libertad. Sin embargo es rotundo al afirmar:
“En este libro he esbozado las líneas maestras de una filosofía del espíritu para el SXXI. Mi intención era desarrollar el concepto de libertad intelectual y defenderlo de los programas de reducción y eliminación que quieren convencernos de que no disponemos de espíritu ni de libertad. El adversario lleva por nombre ideología, y su intención principal es el versátil intento del ser humano de acabar consigo mismo; hoy día cobra muchas formas rondando en torno a las ideas del transhumanismo y el posthumanismo, esto es, de que el tiempo del ser humano ha llegado a su fin, porque vamos a superar nuestra naturaleza biológica convirtiéndonos en cíborgs. Se puede constatar un problema que contribuye a la ideología de nuestro tiempo, y es que las humanidades tienden a renunciar al espíritu…” (Gabriel, 2016, 288)
“Por eso es una tarea importante para nuestro siglo echar una nueva mirada a nuestra situación como seres espirituales. Debemos superar el materialismo que pretende hacernos creer que solo existe lo que se encuentra en el universo (en términos de realidad material-energética con causas anónimas rigurosas), y que por eso se retuercen las manos buscando desesperadamente una concepción del espíritu que pueda reducirse a la conciencia, y luego ésta a su vez a las tormentas neuronales. Somos ciudadanos del mundo, nos movemos en el reino de los propósitos, que pone a nuestra disposición toda una serie de condiciones de libertad” (Gabriel 2016, 292).
Bien, resumamos. Gabriel está convencido de tres cosas: 1) la filosofía está tan preparada como la ciencia para abordar el tema de la aparición de la mente, consciencia, yo, o como lo queramos llamar, y lo demuestra mostrándonos los defectos de la ciencia. 2) Hay un plus sobre la materia, sea espíritu, Yo, consciencia o mente que escapa a lo material, aunque no se molesta en analizarlo. Desde luego, Yo no soy mi cerebro. 3) La libertad podría ser ese plus, pero tampoco analiza su aparición. Es como si la posición genuina fuera la filosofía y la ciencia fuera una entrometida que debe explicar sus valores (a la filosofía) para acometer la empresa de explicar la mente. No estoy de acuerdo. Todas las disciplinas deben mostrar sus capacidades para explicar el mundo. No exactamente como la ciencia dicta, pero sí de forma convincente. Ni tampoco podemos confundir lo inmaterial con lo espiritual. La equivalencia entre materia y energía, entre corpúsculo y onda nos dice que lo material y lo inmaterial son dos formas de ver el mundo… intercambiables. Es ahí donde está el quid de la cuestión y no en un supuesto plus que lo espiritual añade a lo material.
Para acabar de oponerme diré que creo que la libertad no existe como realidad sino que es tan solo una aspiración. La contradicción entre mi libertad y la de los demás nos dice bien a las claras que la libertad no es un absoluto sino relativa a la libertad de los demás. La libertad es el reverso de la dominación: donde no hay dominación, hay libertad. La pregunta es ¿donde no hay dominación? Será en la imaginación, en la ficción, o en el más allá. Desde luego en este mundo yo no lo he visto, jamás. Podríamos decir lo mismo de la igualdad (que también se las tiene con la dominación) pero la igualdad es más llevadera. Si bien no se cumple (y por tanto es una aspiración) sin embargo puede llegar a cumplirse, es posible. No es el caso de la libertad que es imposible. Creo que la ciencia tiene parecidos defectos que la filosofía para comprender lo real, el mundo, pero no veo que ninguna de las dos tenga la ventaja decisiva. El sistema de formulación de universales por abstracción no es perfecto, pero nos aproxima a una comprensión significativa del mundo. En el caso de la ciencia el experimento es una cláusula de cierre que le concede ventaja, pero que no le concede la infalibilidad. Volveremos sobre el tema… y siempre nos quedará la cibernética como alternativa al sistema de los universales y la abstracción (Lecciones de política alternativa 58. Política cibernética)
El desgarrado. Julio 2019.