» 08-08-2019 |
La inteligencia animal (si entendemos por inteligencia la capacidad de gestionarse en un entorno cambiante) es el instinto. Es un tipo de inteligencia inflexible y necesaria. A cada situación responde con la misma acción. Esto resultaría abrumadoramente determinista, mecánico, si solo fuera así en relación con una herenecia genética que funciona de modo, otra vez rígido y necesario. Afortunadamente Darwin nos proporcionó el mecanismo de la mutación (la modificacion azarosa de la herencia) y la selección natural de las características más adaptadas. Pero había más. La recombinación de material genético de las bacterias permitía modificar la herencia de modo inmediato y la cooperación de Margulis permitía que no todo fuera lucha por la supervivencia (la célula es un caso de cooperación evolutiva entre distintas bacterias (células componentes) con beneficios para todas. Recientemente se ha descubierto otro mecanismo de adaptación al entorno que es la epigénesis. El entorno puede activar una serie de interruptores que desactivan determinadas secciones de los genes de forma no definitiva es decir no mutacional (¡reversible!).
Todos estos mecanismos que acaban con el determinismo del instinto no oscurecen el acontecimiento brutal que supuso la aparición del pensamiento en el ser humano. El pensamiento es la reacción a las variaciones del medio de forma individualizada y eficaz (la ineficacia es la muerte). Es como si la epigénetica se hubiera trasladado al comportamiento inmediato. Esta nueva forma de reaccionar necesitaba de dos premisas necesarias: 1) un sistema de evaluación de alternativas suficientemente eficaz y 2) un periodo transitorio de convivencia con el instinto de modo que no se interfirieran (resuelto por nuestro organismo con una estructuración en niveles de importancia creciente). El sistema de evaluación de alternativas es lo que comúnmente llamamos razón y que lejos de ser unitario es una navaja suiza con respuestas evolutivas distintas a problemas y situaciones cambiantes. Pero además hubo varios enfoques para acomodar esa nueva forma de arrostrar el mundo. Pero antes debemos hacer hincapié en que todas esas formas tienen algo en común: la nostalgia del instinto. Llamo nostalgia del instinto a la búsqueda desesperada de soluciones necesarias (inflexibles) tal como lo era el instinto. Se busca la seguridad (en la respuesta) que suponía el instinto. Si lo que propicia el pensamiento es la flexibilidad lo que vamos a tratar de hallar es la necesidad, la formalidad, la seguridad en la respuesta estereotipada, la causalidad extrema y la linealidad (proporcionalidad) máxima. En una palabra: el determinismo.
Pero la búsqueda del sistema de evaluación eficaz nos empujó a una incansable recopilación de datos. Hacía falta una buena base de datos para que diversas alternativas pudieran ser escogidas. No solo hacía falta escoger la alternativa adecuada sino que hacían falta alternativas. En eso consistió nuestra primera forma de conocimiento del entorno: recopilar, recolectar, clasificar, calificar. La inteligencia primitiva empieza (como la agricultura) por la recolección. La primera forma de evaluar fue el sistema de prueba y error. Las buenas elecciones eran guardadas en la memoria y reutilizadas cuando era necesario. La elección se podía hacer fuera del cerebro, directamente en lo real (como los niños arman el cubo de Rubik), pero la memoria requería utilizar el cerebro. El primer intento de pensamiento (al modo del instinto) consistió en recopilar todas las respuestas, construir una inmensa base de datos obtenida por medios sensibles (los sentidos): el refranero, los proverbios, los brocardos, la tópica (repertorios de respuestas estereotipadas). La idea de analizar cada caso requería la formulación de leyes que todavía no se entendían sino como repetición de respuestas memorizadas. Era un sistema de acumulación. Otras asociaciones de ideas sustituyeron al método de sistema y error, ¡Al fin y al cabo la meta era prever! La analogía por inducción (algunas cosas nos hablan de su función con su forma) o por asociación de ideas (metáfora y metonimia, onomatopeya, etc.) contigüidad, similitud, condujeron a la representación (tomar una cosa por otra) y la representación abstracta (arbitraria) nos condujo al simbolismo.
Mediante estos mecanismo se empezaron a abstraer cualidades de los objetos a fin de simplificarlos y manejarlos mentalmente. La definición (conjuntos de objetos que responden a las mismas características) fue una de estas abstracciones, directamente asociada al lenguaje. Le siguieron la cantidad (abstraer de un objeto exclusivamente su número) que dio lugar al conteo, la medida, la contabilidad, la agrimensura. La verdad (certeza) le siguió, dando lugar a la lógica (con solo dos valores: la certeza y la falsedad. La certeza fraccionaria, la probabilidad, estaba lejos) y por último (en este estadio) la igualdad (abstraer de las cosas la cualidad que los hace iguales o equivalentes. Estas abstracciones condujeron a los universales (muchos objetos estaban representados por un concepto común, una cantidad determinada, eran verdaderos o falsos y se podían considerar iguales). Los universales eran la materia prima de las leyes (que por definición deben afectar a colectivos universales). Por primera vez se pudo pensar sin necesidad de disponer de la base de datos completa pudiéndose incluso predecir (prever) los elementos faltantes (como hizo Mendelejev con la tabla periódica de los elementos). La leyes se convirtieron en el modo de evaluación privilegiado a imagen y semejanza de las leyes de justicia o equidad que se aplicaban a colectivos de individuos iguales. Al sistema de acumulación le había salido un competidor: el sistema de abstracción-universalización-ley.
Para la construcción de leyes se utilizaron varios métodos. El primero es la intuición, ¡tan relacionada con el instinto!: hay leyes evidentes por sí mismas,. La tópica también proporcionaba leyes fiables. La religión (la confusión de la verdad, la certeza y la fe propiciada por la revelación: la palabra de dios). A su modelo se adoptaron leyes dimanadas de la autoridad (sangre, fuerza, sabiduría) o de la experiencia (Senado, consejo de ancianos), origen de la topología (la verdad reside en el lugar). La deducción era la aplicación de una ley general a un caso particular mientras la inducción era el establecimiento de una ley general a partir de casos concretos. La aplicación de la lógica al análisis de la realidad originó la filosofía. El consenso era el acuerdo de las partes. La cantidad dio lugar a las matemáticas y la teoría de la verdad a la lógica, las definiciones dieron lugar a los conceptos y la igualdad se convirtió en el modo fundamental de la comparación: la medida. Con todas ellas, y añadiendo además la experiencia (el experimento) se formó la ciencia. Todo este conjunto de bases de datos, métodos de evaluación, instintos y leyes se empaquetó en una sola palabra: razón, que originalmente debió significar usar la cabeza: relacionar y memorizar.
Pero todo este complejo de abstracción-universalización-ley necesitaba de un paradigma que lo autorizara y ese paradigma durante veinticinco siglos fue la metafísica. La metafísica se basaba en tres principios: 1) la existencia de un sujeto soberano y pensante que es capaz de comprender un mundo que le es exterior y distinto, 2) tras la apariencia de las cosas se esconde una verdad más profunda y esencial (idealismo: la idea de la cosa es más importante que su percepción, su apariencia), y 3) Todo lo que hay se reduce al ser que puede ser estudiado estáticamente (ontología) es decir reducido a sus componentes simples, parado (el movimiento entorpece el conocimiento), muerto (la vida complica el entendimiento). Más allá de la física hay algo más, el principio antrópico: el hombre es la medida de todas las cosas. El fin de este complejo es la restitución de la necesidad intuitiva (la nostalgia del instinto), evidentemente, por otros medios. Este paradigma fue puesto en duda por la posmodernidad que impugnó la metafísica y el concepto al que veía como una herramienta discreta para un mundo continuo. A decir de Lyotard también impugnaba los grandes relatos, lo que establece una conexión entre el relato y la metafísica.
A mi parecer esa conexión se produce a través de la nostalgia de la intuición. En el tránsito de la intuición al pensamiento, el ser humano echa de menos la necesidad dimanada de la intuición (su inexcusabilidad) y la restituye mediante el relato una de cuyas características es la necesidad (no solo de la exclusiva utilización de los elementos necesarios sino también de la necesaria articulación de la verosimilitud), pero también por la causalidad profundamente marcada en el relato (tanto causalidad como secuencialidad), omnipresente en la intuición y discutible en el pensamiento. Por eso también el pensamiento se estructura como un relato, porque es precisamente a través de éste (causalidad, secuencialidad, necesidad y verosimilitud) que se recupera el paraíso perdido: el instinto, pero se recupera por otros medios: la razón. El relato restituye la seguridad que el ser humano necesita para enfrentarse a la doble incertidumbre que supone un mundo inhóspito e incomprensible y un tránsito de la intuición a la razón, que no lo es menos, entre el instinto necesario y la libertad del pensamiento. Miedo a la libertad pues, que no dejará de manifestarse a lo largo de la historia.
La posmodernidad acaba con veinticinco siglos de metafísica porque el sistema de abstracción-universalización-ley no funciona. Como he dicho el concepto es un intento discreto (no continuo) de caracterizar objetos continuos (entre el árbol y el arbusto no hay una diferencia conceptual sino un tránsito fluido). El teorema de incompletitud de Gödel establece que no es posible determinar la verdad de un sistema desde el interior del mismo (lo que desautoriza el sistema de la cantidad como sistema necesario y probablemente también el sistema de la verdad). La lógica no acepta la inducción (lo que ha ocurrido mil veces no tiene porque volver a ocurrir) y la igualdad ha resultado ser el enemigo a batir por la desigualdad original, como se empeñan en mostrarnos nuestros políticos día tras día y nuestros físicos con la termodinámica del desequilibrio. Otros sistemas posteriores de universalización-abstracción también han demostrado sus carencias. El dinero como abstracción universal del valor se desmorona con la flotabilidad derivada de los acuerdos de Brenton-Woods y las criptomonedas. La premisa del género único (masculino evidentemente) psicoanalítica (el falo es la premisa universal del pene: la idea universal de que todo el mundo tiene uno… o lo ha perdido) está siendo arrollada por un movimiento de liberación de la mujer (y de terceros sexos), cuyo pensamiento -todo hay que decirlo- es profundamente antimetafísico. El problema es ¿Qué sustituye a la metafísica?
La era cibernética
El principal candidato es el sistema cibernético. Y ¿de donde ha salido este engendro, preguntaréis? De una triple confluencia: a) la retroalimentación dinámica que acaba definitivamente con la ontología estática (la filosofía, para resumir y en gran medida, la ciencia), b) la computación que maneja (confronta) millones de datos y c) las bases de datos objetivas y la transformación del sujeto en sensor que vierte millones de datos en las redes sociales. Tenemos a) un método, b) un mecanismo de procesamiento y c) un caudal infinito de datos. Hemos entrado en otra dimensión de la cognición: la era internet. Sigo en este desarrollo a “La hipótesis cibernética” de Tiqqun y “Fuck off Google” de Comité invisible en edición de Pepitas de calabaza, 2015.
1) La cibernética. Para hablar de la cibernética debemos hablar de los servomecanismos. El servomecanismo más conocido es el timón de un barco. Se marca un rumbo; las olas desvían ese rumbo; el servomecanismo lo contrasta con la brújula y corrige el rumbo. Es un sistema dinámico. Su fin no es conocer la desviación (como haría un sistema estático) sino corregirla. Es un sistema de gobierno (de acción) del buque. Existen dos tipos de retroalimentadores: los amplificadores (a más, más) y los servomecanismo (a más, menos). Estos son reguladores, estabilizadores, correctores. La vida es un servomecanismo. No trata de venirse arriba sino de autocontrolarse. Y aquí empieza el lío. Esta teoría de la información aúna los sistemas mecánicos y los sistemas vivos. Esto podría haber sido una revolución cognitiva si el capitalismo no se hubiera enterado. Pero se enteró. Y se apropió del invento para sus propios fines. Es lo que denuncia Tiqqun: el capitalismo ha cambiado la economía política de las abstracciones y los universales como métodos de conocimiento por las bases de datos y los servomecanismos. Lo que podría ser una aurora en los sistemas cognitivos es un medio de dominación. Cuando por fin accedemos a un método dinámico de pensamiento (frente al esencialismo/idealismo, ontología y metafísica, tradicionales) resulta que ha sido atrapado por el capitalismo. El capitalismo actual adopta la cibernética como sistema de gobierno en vez de la economía política.
2) La computación. Fracasado el proyecto de remedar el pensamiento humano con la máquina, hoy en día la computación es un sistema de tratar miríadas de datos en fracciones ínfimas de segundo. Nunca podríamos haber exprimido una base casi-infinita de datos si no hubiéramos tenido un procesador de esos datos fiable, rápido y adecuado. Está ahí y se llamar computador. Su labor no es otra que confrontar datos. Pero no serviría para nada si no tuviéramos miríadas de datos. La abstracción y la creación de universales era un método de pensamiento en ausencia de los datos y de la máquina de procesarlos. Era como si dijéramos un sistema simplificado de cognición. Ya no es necesario. La posmodernidad nos dijo dos cosas. Los universales (concepto, cantidad, verdad, igualdad, falo, dinero, etc.) no son fiables, con aquella formulación genial de Lyotard: se han acabado los grandes relatos, y la otra: la única verdad son las bases de datos, es decir la enumeración de todas las cualidades del elemento a definir. Lo demás son simplificaciones.
3) Los datos. Para obtener millones de datos (incluso personales) hacían falta varias circunstancias. a) En primer lugar la aldea global. Todos conectados con todos. Eso lo consiguió Internet (desde Wikipedia a los buscadores, pasando sobre el transfronterismo), b) las redes sociales: el individualismo feroz tratando de distinguirse y de obtener adeptos (cariño, I like), y c) la depredación de unas empresas (Cambridge Analitycs, por citar una) que vieron que aquello era maná para sus negocios: la generación de perfiles… reales. Ni siquiera era necesario filtrarlo. Cada cual defendía en las redes con denuedo cuales eran su pretensiones, sus debilidades, sus anhelos. La sociedad vio aquello como un expolio de la intimidad y sin embargo a los gobiernos no le interesaban los individuos. Le interesaban los perfiles, le interesaba saber como tratar como masa a todos aquellos individuos. La abstracción perfecta. Porque de lo que se trataba era de gobernar. Con un método: la cibernética, con una máquina: el procesador de datos y con unos datos: los perfiles elaborados a partir de las bases de datos que los usuarios vierten voluntariamente en la red. Se ha acabado -radicalmente- la era de la filosofía y de la ciencia. Ha empezado la era de las bases de datos y del gobierno cibernético. La ciencia estadística. Se ha acabado la verdad/falsedad. Estamos en la estadística (la verdad fraccionaria). Los empresarios buscan consumidores, perfiles de consumo, y los políticos buscan perfiles de gobernabilidad, de votante. El gobierno de España ha aprobado, este año -con nocturnidad y alevosía- una ley de protección de datos (?) que lo que permite es que los partidos políticos puedan acceder a los datos de los electores.
Como dice Tiqqun nadie mapea el territorio como lo ha mapeado Google Erth sin planear apoderarse de él. La publicidad, los medios de pago electrónicos, los créditos… Poco a poco las empresas base/de datos, se irán posicionando suavemente en todos los campos, desplazando a los bancos, al comercio minorista, acabando con el transporte, etc. Y aún así eso no es lo peor. Lo peor es lo que hacen los gobiernos: gobernar cibernéticamente. Si los electores son predecibles (lo que es peor a que sean manipulables) la democracia se ha acabado. Estamos en un nuevo paradigma y parece que solo Tiqqun se ha dado cuenta. Los políticos siguen hablando de la antigua y obsoleta economía política mientras se apoderan de las bases de datos de las redes sociales y aprueban leyes para entrar a saco en nuestros datos (los que no hemos vertido en las redes, los pretendidamente secretos, los íntimos). Dentro de poco, el que no vierta datos en las redes será sospechoso, como es sospechoso hoy el que paga en efectivo. Y entonces ya no será optativo engrosar las bases de datos. Será obligatorio. Internet no es el mayor sistema anárquico de la historia (como dicen d¡ciertos lagartos). Es un sistema de dominación, eso sí, el mayor de la historia. Y sin embargo un pensamiento cibernético limpio era posible.
El pensamiento partió de la acumulación de datos (recolección), pasó por la abstracción-universalizacion-ley y ha vuelto a la base de datos. Un movimiento circular. Pero también partió de la necesidad causal de la intuición, pasó por la libertad del pensamiento (aunque con las nostalgia de esa necesidad) y vuelve a la necesidad de la cibernética-computación-base de datos. Es decir la causalidad es circula (o lo que es lo mismo: no es causalidad). Tanto Lyotard como Rancière nos hablan del final de los grandes relatos (aunque aquel se refiera a los grandes relatos como grandes ideologías), por un lado, y de los microrrelatos (los detalles, las nimiedades) como la nueva literatura de los relatos, por la otra. La emergencia frente a la reducción de datos nos habla -en la teoría del caos- de niveles de cognición que si no son independientes, por lo menos han olvidado el camino seguido, han olvidado su nivel subyacente. La “dependencia sensible de las condiciones iniciales” que conduce a la imprevisibilidad (del clima, de la bolsa, de la demografía) es también el olvido de las condiciones iniciales (cuando la divergencia es enorme). Es este olvido el que explica las transiciones de fase, esos cambios explosivos en la evolución gradual de los sistemas y es también lo que explica la emergencia de la vida o de la autoconciencia. No hay una oposición entre materia y espíritu, entre cuerpo y alma, entre conciencia y determinismo como explicaba la metafísica. Solo hay una transición de fase en la que se han olvidado (se han perdido) las condiciones iniciales.
El desgarrado. Agosto 2019.