» 06-10-2019

Ciencia y filosofía 15. Todas las teorías son ciertas.

Todas las teorías son ciertas (o, al menos, posibles). No es el universo el que tiene que restringirse a una sola explicación sino que es una exigencia de nuestro cerebro. La función de nuestro cerebro (nuestra mente) es simplificar el mundo, descartar opciones para que sea más fácilmente comprensible. Damos por supuesto que el Universo encierra un misterio que nuestro cerebro es capaz de desvelar. ¿Y si no es así? ¿Y si el universo es posibilista (como dice la cuántica) y cualquier posibilidad es factible… bajo distintas situaciones. Pensemos en la teoría de la evolución. Darwin desbanca a Lamark: la influencia del ambiente no se produce en una generación sino por supervivencia de los mejor adaptados. Luego aparece la epigenética. El ambiente influye a través del mecanismo de la desconexión de determinados genes y (lo que es más) puede ser transmitido a posteriores generaciones. Ambas soluciones pueden coexistir. ¿Para obtener energía hay que romper (fisión) o construir (fusión)? Ambas. Por debajo del hierro: sumar; por encima: dividir. Es un problemas de estabilidad atómica que converge en el elemento más estable: el hierro.

 

Si todas las teorías son ciertas es como si admitiéramos que son aleatorias. No hace falta razonar cualquier teoría sino que simplemente hay que barajar todas las posibilidades y cualquiera es cierta (por ejemplo la que más deseamos, como tantas veces ocurre). Cualquiera puede ser cierta… pero necesita una argumentación adecuada. La argumentación, el relato es lo certificante. Es una manera de entender la aleatoriedad completamente opuesta a la que defiende nuestro cerebro: solo una posibilidad es cierta y todas las demás son falsas. El principio de no contradicción, los pares de oposiciones excluyentes (metafísica). El escollo contra el que se estrelló Einstein: ¡Dios no juega a los dados! (dios es el producto de una de las tiradas). Ahora bien. Igual que la religión, fue un paso necesario para llegar a la ciencia, la ciencia metafísica (de pares de oposiciones excluyentes y el principio de no contradicción) es el paso obligado para acceder a la ciencia estocástica (todas las posibilidad son ciertas). Antes de tirar el dado todas las posibilidades son ciertas. No es lo mismo la probabilidad de certeza que su cuantificación (que es colapsar la función de probabilidad en el mundo “clásico”). De hecho son dos mundos incompatibles pero en el que lo estocástico comprende lo clásico como la relatividad comprende la gravitación newtoniana.

 

Es nuestra necesidad de comprender el mundo el que nos empuja a que las opciones sean excluyentes. El mundo no necesita esa exclusión. La lógica se estableció en la necesidad de que una opción fuera verdad y por tanto las demás fueran falsas. Pero la lógica es un invento de nuestra mente para entender el mundo. Como el concepto, como la igualdad, como la cantidad. La pregunta es ¿Son nuestras argucias para entender el mundo, para afianzarnos, para asegurarnos, órdenes para el mundo? ¿Tiene el mundo leyes? La misma palabra ley es realmente sospechosa: decisión arbitraria que desnivela la balanza. Otra cosa es que apreciemos que esta estrategia, esta heurística, ha resultado ganadora. Nos ha conducido a la tecnología y a dominar el mundo. Pero también a destruirlo. Es una estrategia ganadora hasta cierto punto. El instinto no se enfrenta a estos problemas. Las soluciones son estereotipadas, fijas, inflexibles. Para el mundo mítico también era así: la tópica (soluciones estereotipadas: refranes, brocardos, adagios) la topológica (soluciones dependientes del lugar o de la autoridad), la revelación (soluciones provenientes los dioses o de Dios), la superstición (soluciones provenientes de la magia), eran soluciones impuestas. Pero no. Necesitábamos la verdad (lo indiscutible) y la libertad (la posibilidad de escoger) y esa aspiración nos ha traído hasta aquí.

 

Dos mundos: el de las posibilidades, ambiguo, diletante, y el clásico, colapsado en una solución única. Hay otros mundos pero están en este, decía Eluard. No entendemos como dos mundos a la vez pueden coexistir (en lo real). Quizás el mundo es único y lo que varía es nuestra interpretación. Quizás es una cuestión hermeneútica. Si no en el mundo, en nuestra mente pueden coexistir dos mundos distintos (quizás, múltiples). Conocer el mundo es una aspiración no una realidad. En nuestra cabeza puede haber tantos mundos como queramos: multiversos, superposición de alternativas, contradicción de posiciones. ¿Somos capaces de distinguir en cada momento lo que es nuestra idea y lo que es el mundo? ¿Somos simplemente locos conceptuales?

 

La naturaleza ni nos engaña ni nos confunde. Es lo que es. El problema es que nosotros no la entendemos, la interpretamos desde puntos de vista cambiantes e inseguros. Desde conceptos que creemos inamovibles como la metafísica, el esencialismo y el principio de exclusión (adornados con el mito del origen y la firme creencia de la posibilidad de que nuestra mente pueda conocer el mundo en su esencia). En el fondo somos esclavos de la fenomenología: como santo Tomás creemos lo que percibimos. Pero desconfiar de nuestras percepciones es tan negativo como creerlas a pies juntillas. Lo que percibimos es, a la vez, más importante y menos de lo que consideramos. No son experiencias excluyentes. Lo que percibimos (el experimento) y lo que pensamos (la razón, la teoría). Las dos patas de la ciencia.

 

Onda y corpúsculo son dos maneras de mirar la realidad, don enfoques de lo mismo. Para la metafísica excluyentes. Para la ciencia complementarias. Dos variables dependendientes (y por tanto dos aspectos de lo mismo), proporcionales (aunque la proporcionalidad sea la constante de Plank que separa nítidamente el mundo clásico cotidiano del mundo microscópico cuántico). La interpretación clásica (relativista: la geometría del espacio tiempo) y la cuántica (no resuelta) de la gravitación, no son armonizables. Ni siquiera se armonizan los métodos de aproximación (geométrico y algebraico). Ni los campos de existencia (real en clásica e imaginario en la cuántica). La simetría (de nuevo geométrica) y su ruptura (su ocultación) parecen explicar las transiciones de fase del universo histórico: aparición de la fuerza electrodébil, nucleación (fuerza fuerte), recombinación (electromagnetismo), todas ellas explicadas por el Big Bang. Otra cosa es explicar la rotura de simetría que da lugar a la separación de la gravitación de las otras fuerzas (interacciones) fundamentales. Hasta ahí no hemos llegado.

 

La identidad entre que todas las teorías sean ciertas (posibles) y la estocástica (la probabilidad), nos enfrenta a una nueva manera de entender el mundo. En nuestro mundo de la cantidad, la verdad, el concepto y la igualdad, la probabilidad no tiene sentido. La cuántica nos enfrenta a ese mundo en el que la posibilidad tiene carácter de verdad. El colapso de la función de probabilidad (o de onda) nos pone ante la realidad de que el mundo es posibilista y el colapso es trasladarlo a nuestro mundo uni-posibilista (de la verdad y el concepto). Tal como dice la cuántica el mundo es probabilidad lo que es falso es la verdad única. No podemos dudar que el camino para dominar el mundo fuera la reducción de los pares de posibilidades a una sola verdad metafísica, pero eso era para “dominar” el mundo. Ahora lo que toca es comprenderlo. Y comprenderlo exige que lo aceptemos como es: vario.

 

El desgarrado. Octubre 2019.

 




Published comments

    Add your comment


    I accept the terms and conditions of this web site