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» 12-09-2019 |
Ha llegado el momento de analizar las huellas del superparadigma metafísico en la ciencia física (en la divulgación de la ciencia física, debería decir) y nada mejor que empezar por las ambigüedades que a menudo se vierten en los manuales de divulgación. Pero antes unas palabras sobre la divulgación. La ciencia (como el arte) se ha convertido en una cosa muy oscura. Su lenguaje matemático y sus conceptos atiintuitivos la aleja irremisiblemente del común de los mortales. Por ello el relato visible de la ciencia es la divulgación. Tanto la periodística como la realizada por los propios científicos. Hemos avanzado mucho pues en los últimos años lo que era imposible de entender se ha convertido en relativamente fácil. Recuerdo que leí un libro de Glasow sobre la fuerza débil hace 20 años y no hubo manera que entendiera que era una simetría gauge. Hoy leyendo a Alberto Casas y Teresa Rodrigo (El bosón de Higgs” Los libros de la catarata) me ha parecido sencillo. Incluso a través de su análisis de las simetrías creo que me atrevería a entender “El quark y el jaguar” de M. Gell-Man. Así de arriba me ha subido el humilde (por el tamaño) librito.
La gran paradoja de la cuántica es: o no lo entendemos; o es así. Y eso, a lo que nos remite, es al paradigma metafísico que nos propone el sujeto como capaz de entenderlo todo. Tanto el principio de incertidumbre de Heissenberg, como la probabilidad en la función de onda, el colapso de esa misma función, o la posibilidad de saber por que rendija ha pasado el electrón, se plantean unas veces como ignorancia y otras como prodigio. Los recientes estudios hechos en Canada sobre medida débil y la interpretación bohmiana de la doble rendija (“Mecánica cuántica” S. Miret Artés, Libros de la catarata 2015) parecen indicar que no era prodigio sino que era ignorancia (o mala interpretación). Ignorancia perceptiva, interpretativa (apariencia) o ignorancia cognitiva (esencia). Tiramos los dados dentro de un cubilete. Antes de tirar los dados tenemos ignorancia cognitiva (y si no conocemos las reglas del juego, interpretativa), pero podemos anticipar parte de los resultados (parcialmente) gracias a nuestro conocimiento de la probabilidad o de la simetría) Antes de levantar el cubilete tenemos ignorancia perceptiva (porque el resultado ya está ahí, aunque no lo conozcamos). Cuando observamos conocemos el resultado: colapsa la función de probabilidad (que describe todas las opciones). Toma un valor. La pregunta es ¿La ignorancia antes de la medida y la de antes de la percepción, son del mismo tipo? Objetivamente, no. Subjetivamente, sí. Pero la distinción objetivo/subjetivo es metafísica. Hemos pasado de la incerteza cognitiva-perceptiva, a la incerteza perceptiva pero certeza cognitiva, y a la certeza cognitivo-perceptiva.
Entendemos mal la probabilidad. La miramos desde el paradigma de la verdad. Nos resistimos a creer que la verdad pueda ser fraccionaria y eso es lo que nos dice la probabilidad: la verdad es una cuestión de grado. Aquí se enreda la ergódica: la igualdad entre hacer una experiencia muchas veces (tirar un dado muchas veces: tiempo) o muchas experiencias una vez (tirar muchos dados una vez: espacio). La ergódica involucra el espacio y el tiempo; los iguala (mucho antes de Einstein). La probabilidad puede resolverse muchas veces por cuestiones de simetría: las seis caras iguales de un dado (simetría) implican que su probabilidad es la misma (1/6). Es la teoría. Cuando pasamos a la práctica, la estadística, será la frecuencia la que determine la probabilidad efectiva. El límite de la segunda es la primera. La frecuencia es hacer muchas veces un experimento. Simetría, espacio y tiempo. Geometría (ampliada). Para Einstein la gravedad (una de las cuatro fuerzas (interacciones) de la naturaleza) es la (deformación) de la geometría del espacio. En una palabra El paradigma de verdad que dio origen a la lógica tiene los pies de plomo. La negativa de Einstein a reconocer que el universo se asentara sobre bases probabilísticas refleja esta desconfianza. Es una desconfianza en el paradigma metafísico y no una posición científica. La metafísica nos privó de muchos años de un gran científico.
No se pueden sumar peras y manzanas. Son inhomogéneos. Pero se pueden sumar frutas. Se amplía la óptica y.. ¡arreglado! En eso consiste la abstracción, en subir en la escala conceptual: conceptos más amplios, soluciones más generales. La abstracción de la cantidad fue genial: nada importa sino el número. Pero las herramientas no pueden confundirse con los fines. Si la cantidad (la aritmética) es la respuesta, ¿Cuál era la pregunta. La naturaleza? Lo dudo. Multiplicamos dos números: cajas, por número de frutas por caja. Son inhomogéneos. No se puede multiplicar cajas por frutas. Las cajas no son cajas, son un índice, una cantidad abstracta, un número de frutas quantificadas. ¡Ahora! Ya podemos multiplicar porque solo hablamos de frutas. Pero subyace que estamos multiplicando frutas por un índice, por un número. Como son dos items distintos (frutas y número) no son intercambiables. No es lo mismo dos cajas de veinte frutas que veinte cajas de dos frutas. No es lo mismo cualitativamente pero es lo mismo cuantitativamente porque la multiplicación es conmutativa. Eso hizo la gloria de la aritmética (el paradigma de la cantidad). La cuántica no es conmutativa. La conmutatividad es una propiedad del mundo exclusivamente a escala humana.
Los conceptos son discretos (definen una clase de equivalencia cerrada). ¿Cómo sabemos donde acaba un árbol y donde empieza un arbusto (o una herbácea)? No lo sabemos, lo intuimos. Damos por sentado que el mundo es continuo pero lo clasificamos de forma discreta (no otra cosa es clasificar). Clasificar fue la primera manera de pensar y desde los coleccionistas a los “ordenadores” no hemos hecho otra cosa. Clasificar fue convertir un mundo continuo en discreto (discontinuo). Pero era un artificio. Pensábamos que la continuidad era una realidad. Hasta que llegó la cuántica: La energía está cuantizada (discretizada). Las órbitas de los átomos también. La constante de Plank nos dice que lo discreto se ve en nuestro mundo como continuo debido al factor de escala: es una apariencia. Pero una apariencia no es una verdad. El mundo es cuántico. En el límite, lo vemos clásico pero es una apariencia. Platón quiso que el arte fuera una apariencia, que lo fuera la percepción (los sentidos nos engañan). Solo la ciencia (la filosofía) era una esencia. La ciencia (clásica) también es una apariencia. La única esencia (por ahora) es la cuántica. Lo que ahora toca es interpretarla adecuadamente.
La igualdad es la forma más formidable que ha desarrollado el ser humano para para evitar la simetría cognitiva (que hace que todas las opciones parezcan iguales). Parece un contrasentido (pues parece que la simetría nos habla de igualdad) pero la igualdad es desechar todo lo que es inferior o superior para quedarse exactamente con lo que es igual (Una opción entre millones, la selección definitiva). Con esta paradoja nos encontraremos más adelante. La igualdad es la principal arma de la mente. Para la cantidad, para el concepto, para la verdad y para la propia igualdad (la igualación ético-política), la igualdad es el arma definitiva, la posibilidad de simplificar el mundo para poder entenderlo. La igualdad no es amiga ni de la probabilidad ni de la estadística. Ambas señalan un abanico de posibilidades en vez de encomendarse a una solución única. Las pueden cuantificar (ponderar) pero no se pueden decidir. Marcan tendencias pero no posiciones. Tampoco la cuántica. Los electrones se extienden como una nube alrededor del núcleo. Fluctúan.
Estadísticamente la fluctuación (clásica y cuántica) es la divergencia de un individuo de la media del grupo. Es decir, la única manera que tenemos de entender el comportamiento del individuo en relación al grupo. Cuando se trata con millones de items no se puede “newtonizarlos” (tratarlos como trayectorias predecibles) al modo determinista. Solo la estadística es viable. La termodinámica inició este programa y ya dio más de un susto al determinismo. Introdujo los sistemas abiertos (no aislados) y la flecha del tiempo. Que la posibilidad de que un suceso no tenga probabilidad nula de producirse, no quiere decir que vaya a ocurrir. Su probabilidad puede ser tan baja como para que concluyamos que es imposible. Eso es un duro golpe para la igualdad, para la solucionación de las ecuaciones. Lo no nulo y lo nulo se convierten en equivalentes… en determinadas opciones. La verdad ya no es inamovible.
Pero lo determinante es que hay unas cuestiones de fondo (las que se caen del superparadigma) que son cuestiones epistemológicas y esas son las que nos interesan. Se trata, pues, de podar el árbol del conocimiento de las ramas ponzoñosas de la metafísica (además de las de los mitos) para dejar el árbol puro del conocimiento. Sobran los pre-juicios, las tradiciones (los paradigmas), el sentido común, incluso la historia.
El desgarrado. Septiembre 2019.