» 06-06-2020

Comer para vivir 12. Un régimen alimenticio ideológico.

Existen cientos de regímenes alimenticios para adelgazar y casi ninguno para mantenerse. Todos son regímenes milagro, es decir, te adelgazas, sin dejar de comer: en el régimen calórico comes mucho de lo que no engorda (verduras, básicamente), en los regímenes de incompatibilidad comes alimentos incompatibles, es decir, que no se asimilan por diversas circunstancias, en los regímenes saciantes te proporcionan drogas que te dan la sensación de estar harto. Pero comer la misma cantidad (o menos pensando que has comido más), aunque no te engorde, es un engaño, pues cuando acabes el régimen seguirás con el mismo hábito de comer mucho y volverás a recuperar el peso. Solo hay un régimen efectivo y es cambiar de hábitos alimentarios: hay que comer menos. Pero hay que comer bien, es decir, de todo. ¿Es posible comer menos y comer bien? No olvidemos que la obesidad produce -como mínimo- 2,8 millones de muertos al año. Las relaciones del ser humano con la alimentación se montan sobre tres bases:

 

1) La comida es placer, y por lo tanto, entra en el circuito de la economía del placer, que, no lo olvidemos, debe ser positiva para que la felicidad fluya. Pero además es la fuente de felicidad más barata (y más engañosa: las etiquetas miente). La comida es el placer universal, compensa toda otra porción de displacer  que nos acucia: la política (la nación), el empleo (la sociedad), el sexo (la familia) y la autoestima (el yo). Todos los desastres los “tiene” que resolver la comida. La obesidad es la medida del mal funcionamiento de una sociedad. Pensar que comen más (he dicho más, no lo necesario) las sociedades más ricas no es la explicación. Comen en exceso las sociedades más desgraciadas, las que tienen un déficit mayor y por tanto una necesidad mayor de “compensar” el displacer.  Así la obesidad, en tanto que disfunción social, es propia de las sociedades más ricas. La obesidad es un problema político y social pero ningún político ni sociólogo te ayudará.

 

2) El sabor de la comida es entrópico en calidad y en cantidad. Como la energía, se degrada, aunque no se destruye (es más difícil de re-usar). La satisfacción que proporciona la comida depende de la originalidad, del entorno, de la compañía, etc. pero sobre todo de la originalidad. De alguna manera cada vez necesitamos una dosis más alta para que la satisfacción sea la misma. Como el sabor no varía (de eso presumen las multinacionales de la alimentación), aumentamos la dosis. La comida es adictiva y aditiva. Si a eso añadimos que las multinacionales de la alimentación estudian científicamente esa adicción y la potencian (como hicieron con el tabaco) no es difícil explicarse por que hay tantos alimentos “artificialmente” adictivos (el chocolate lo lleva de origen) desde las patatas fritas (y en general todos los snacks de bolsa) hasta las salsas industriales pasando por la bollería industrial. Cuando las multinacionales descubrieron el umami (la sabrosidad), la jodimos. Creo que el umami no existe entre los sabores (dulce, salado, amargo, ácido). El unami es la adicción y eso no es un sabor. Es un negocio.

 

3) La comida es un aprendizaje. Y lo es porque la comida que conviene a los niños no es la misma que conviene a los adultos. Los niños necesitan energía para vivir y para crecer. Los adultos se conforman con (sobre)vivir. Los niños deberán aprender a abandonar los azúcares y las grasas (necesarios para el crecimiento, pero dañinos para los sobrevivientes) a medida que sus necesidades energéticas vayan disminuyendo. No es lo que piensan las multinacionales. Los azúcares y las grasa son fácilmente implementables en los alimentos industriales. Las multinacionales apelan a nuestro lado infantil. No nos quieren adultos, ni comiendo, ni leyendo las etiquetas. ¡Como consiguen falsear esas etiquetas debería darnos la pista de lo que está en juego! Utilizaron grasas insaturadas (nefastas para la salud), como el aceite de coco, mientras lo encontraron barato. Cuando les denunciaron, anuncian su productos como, si el que fueran libres de aceite de coco fuera un valor añadido. Siempre caen de pié.

 

Pero todo esto ya más o menos lo sabéis, lo que no quita que cuando hay que enfrentarse a un problema hay que tener el problema asumido. La propuesta es clara: 1) comemos más de lo que debemos porque la comida nos ofrece un plus de placer que compensa otros displaceres. 2) Ese plus nos hace daño. 3) nos estamos destruyendo por mantener una cierta economía de placer. 4) nuestro problema no es físico sino síquico. Creo que debemos solucionar el problema previo: no somos felices. Comer no nos devuelve la felicidad (o, sí. Pero a cambio de perder la salud arrojándonos a la adicción y a la adición), lo que no deja de ser hacer un pan con unas hostias. Lo que os propongo no es que cambiéis de vida (sé que eso no es posible). Adelgazar nos hace felices y por tanto necesitamos menos comida para obtener la felicidad (se realimenta). ¿por qué se abandona entonces los regímenes? Porque son imposible. Porque no se ha solucionado el problema de base. Os propongo que seáis conscientes de que la solución por la ingesta no es solución… porque os aboca a otra infelicidad. Un clavo no saca otro clavo. ¡Pues vaya solución, pensareis!

 

En este caso el tamaño no importa (la adición). No hace más feliz una comilona que un bocado exquisito. Evidentemente hay que conseguir que nuestro dilatado estómago colabore y eso no se consigue en unos días. Debemos concienciarnos de que comer mucho es un despropósito que solo conduce a la infelicidad (la enfermedad y la muerte). Os propongo un régimen: ¡come la mitad! La mitad del bocadillo que desayunas, un solo plato en la comida y la cena, la mitad del alcohol que consumes. No tiene importancia si los platos o los bocadillos son más o menos grasos, dulces o calóricos. Lo importante es reducir el estómago. ¡Ya llegará el momento de filtrar los alimentos más dañinos (que ningún alimento natural, en adecuadas cantidades, es dañino). Perderéis cantidad pero no sabor. Evidentemente los productos de las multinacionales deberías evitarlos: comidas preparadas, bollería industrial, refrescos, salsas preparadas. La comida industrial es una mezcla de grasa y azúcares pensada para los paladares infantiles. Cualquier comida preparada en casa es infinitamente mejor (de sabor) e infinitamente más sana. Y aunque seas un perfecto hamburguesero, pizzero o pastelero, miles de maravillosos sofritos de verduras, cientos de frutas, maravillosas legumbres, infinitas ensaladas y suculentas patatas guisadas de mil formas te están esperando para saciarte el paladar y alargarte la vida.

 

Cuando tras unos meses hayas reducido el estómago La sensación de hartazgo se produce por que el estómago está lleno… o por que te has cansado de masticar (de ahí la recomendación de masticar 30 veces cada bocado) o de un determinado sabor (de ahí la bondad del plato único), entonces empieza la segunda fase. Ya no pasarás hambre, que en la primera fase será inevitable, y puedes empezar a filtrar los alimentos: reducir la cantidad de grasas, alcoholes y azúcares. En especial los refrescos e infusiones azucarados, la bollería industrial, las comidas preparadas, los helados, los quesos y embutidos curados. Toma quesos frescos y embutidos ibéricos (cuyas grasas son más cardio-saludables). El precio lo compensarás con la poca cantidad. No se trata de no probarlos sino de dosificarlos. Necesitamos un 30% de grasas en nuestra dieta y los azúcares, ya vienen en las frutas en el arroz y en la pasta como para que necesitemos complementos. Aplica la regla de la mitad al azúcar que pones en el café, el yogur o el té. Al principio te parecerá amargo pero también es amarga la cerveza y no le pones azúcar. Luego te acostumbrarás. Todas las comidas preparadas llevan azúcares añadidos en cantidad. Comer entre horas no es malo. Lo que es malo es comer mucho e inadecuado. 30 gramos de pan es una buena medida para un tentenpié

 

No vas a perder peso de forma espectacular -en compensación no tendrás que renovar todo el armario- (un kilo al mes es una meta asequible), pero en tres años habrás perdido 36 kilos, tus hábitos alimenticios habrán cambiado y los peligros de recaída serán mínimos. No te obsesiones con el peso (no te peses). Mide el régimen por el bienestar que adquieres. Lo que se tarda en perder se tarda en ganar: el organismo tiene memoria y trata de volver al peso que recuerda. La comida sana y en su justa medida mejorará sensiblemente tu bienestar. Se acabarán las digestiones pesadas, el ardor de estómago, hasta las caries descenderán. Recuerda que hacer ejercicio no es para adelgazar sino para estar en forma, pero el músculo abulta menos que la grasa. Bueno. Ya tienes un plan para estar guapísimo/a aunque lo más importante es la salud. Con este cambio de hábitos te bajará el azúcar y el colesterol… de forma natural y hasta el ácido úrico. Es un plan de larga duración. Aunque desfallezcas no lo abandones. Hay que saber levantarse después de la caída. Come de todo y poco. Esa es la fórmula. ¡No hay alimento dañino sino porciones dañinas!

 

El desgarrado. Junio 2020.




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