» 19-10-2019

Crónica catalana 1. Presentación.

Yo viví la segunda semana trágica de Barcelona, la que se produjo después de la sentencia del Supremo sobre los presos del 1-O. Noches de infierno y horror mientras los independentistas (Gobern, incluido) se empecinaban en que eran manifestaciones pacíficas y democráticas… como siempre. Se trataba de negar la mayor, que cierta pequeña facción del independentismo estaba actuando de forma violenta. El argumento era que no eran los independentistas los que usaban la violencia. En palabras de Torra, el presidente de la Generalitat, eran “infiltrados”. Por lo visto la policía luchaba contra la policía, o los ultraderechistas luchaban contra la policía solo, para confundir a los ciudadanos. No era esa la primera vez que probos ciudadanos retorcían los argumentos para arrimar el ascua a su sardina. Era exactamente lo que ocurrió en la Alemania nazi.  Buenas personas con malas ideas. La ira de los mansos. Como denunció Diras la culpa no solo era de Hitler. Era de los ciudadanos.

 

Para defender su tesis del pacifismo los independentistas se aferraban al argumento de que la violencia era de la policía. La policía autonómica estaba comportándose como tal (policía pura, no policía política del Gobern Catalá) por lo que al decir policía se referían, incluso, a su propia policía. La que en otras ocasiones se había comportado como policía política al servicio de los políticos. Evidentemente había violencia policial pero en un grado muy inferior al que exhibían los violentos. Las calles cubiertas de cascotes y envases de vidrio y metal hablaban de decenas de miles de objetos arrojados. Decenas de incendios y de barricadas resultaban suficientemente elocuentes frente a las comedidas cargas de la policía (¡Sí. Comedidas teniendo en cuenta el privilegio de la violencia que luce el Estado!). Hubo violencia policial, pero también hubo intención periodística de reflejarla, como debe de ser. Informar es recoger lo que pasa y a veces lo más interesante no es lo más importante.

 

Pero que los diversos medios cargaran la mano sobre lo que más les interesaba, periodística o políticamente, no era lo más importante. Los ciudadanos leían las imágenes de acuerdo con su posicionamiento ideológico, y tras diez años de conflicto las posiciones estaban bien definidas.  Estos violentos eran los mismos (Tiqqun) que asediaron el Parlament de Catalunya en 2012 y provocaron la estampida enloquecida de los políticos catalanes aterrorizados. Ahora lo miran de otra manera. Ahora son “de los nuestros” porque lo que querían los políticos catalanes es que huyeran despavoridos los políticos españoles. He vivido durante años el conflicto vasco. Se muy bien lo que quiere decir “los nuestros” frente a “ellos”. Es una cuestión topológica, no una cuestión ideológica (con lo poco que lo ideológico pueda tener de racional). No hay razones. Solo hay posiciones. El argumentario se origina en la vergüenza de sostener posiciones en vez de razones. Nada más.

 

Llegará un día en que los independentistas se avergonzarán de lo que están haciendo ahora mismo. No porque dejen de ser independentista que es un derecho. Sino por cómo lo han hecho. Como les pasó a los alemanes que en un calentón ideológico tan parecido a este, apoyaron a un totalitarista convencidos de que era lo que tenían que hacer. Y se avergonzarán porque el impecable planteamiento de la no violencia se ha venido abajo. Ahora ya solo se defiende con las palabras porque los hechos lo desmienten. Y la violencia se incrementará hasta alcanzar el terrorismo mientras los líderes sigue cacareando que ellos son pacifistas, que el movimiento es pacifista y que los violentos son “infiltrados”. Mayoritariamente pacífico no es suficiente. Es necesario combatir a los violentos y condenarlos. Otra cosa es complacencia, connivencia, alianza. Hay independentistas que se han pasado al bando violento. Unos de hecho y otros de corazón. Es el fin del pacifismo. Es el principio del terrorismo. Torra solo reconoce la violencia a empellones. Torra está a favor de la violencia porque sabe que sus tesis no llegará a ningún sitio sin la ayuda de la violencia. Es legítimo. Pero ¿es el President que necesita Catalunya. Toda Catalunya?

 

Hay algo terrible de lo que ha ocurrido en Catalunya y es el absoluto desprecio que se ha hecho de los catalanes que no quieren el independentismo. Es muy difícil pensar en otra cosa que en racismo. Como mínimo ideológico. Cuando se afirmó que la mayoría parlamentaria (que todos sabemos que no alcanza la mayoría natural más que con las trampas políticas de la ley de proporcionalidad) era mayoría suficiente para hacer prevalecer las ideas independentistas sobre las que no, se fue profundamente antidemocrático. En democracia las grandes decisiones se toman con mayorías cualificadas (más del 50%), sin embargo, se pretendió (y se hizo) tomar una decisión de gran calado con la simple mayoría parlamentaria (insisto, menor que el 50%). Fue un gran gesto de independentismo pero no de de democracia. Democráticamente fue una vergüenza.

 

Es difícil pensar cómo podemos solucionar nuestro contencioso con España cuando tenemos un contencioso no resuelto dentro de Catalunya. Cuando nuestros políticos independentistas se llenan la boca con “todos” o “la inmensa mayoría” de los catalanes está hablando de menos del 50%. Saben que el referéndum del 1-O fue fallido porque los no independentistas no fueron a votar. Aún así trataron de hacer valer el resultado como un gran triunfo. Todo vale. Con tal de alcanzar la huida de España, lo que sea. Es lícito aspirar a la independencia, a la autodeterminación, a la república catalana. ¿A cualquier precio? ¿Unilateralmente? ¿De donde ha salido esa radicalidad (“El cielo se toma por asalto” decía el Iglesias más exaltado) en políticos habitualmente conservadores? ¿Por qué la Catalunya del seny se convirtió de repente en la Catalunya de la rauxa?

 

El gran argumento (además del pacifismo) del independentismo son los presos políticos. La ley es interpretable y cada uno la interpreta como quiere (antes los jurístas. Ahora todo el pueblo). Votar no es delito, manifestarse no es delito, expresarse no es delito y ser independentista no es delito. El problema es cuando se traspasa la ley. Nuestro derecho es positivo: es delito lo que el código dice que es delito. No es una cuestión de opiniones ni de derecho natural. En un país de juristas (como ha demostrado ser Catalunya) no seré yo el que diga si la sentencia es o no acertada (es decir si los jueces han interpretado o no acertadamente la ley). Las sentencias están para acatarlas porque si las leyes no son justas lo que se tendría que haber hecho es impugnarlas. No recuerdo que la Generalitat haya impugnado ninguna ley penal. Es más. Apoyó varias reformas del código penal apoyando a los conservadores españoles incluyendo la ley mordaza. Y por supuesto el pueblo de Catalunya apoyó mayoritariamente la constitución como ley de leyes.


Pero nos dispersamos. Catalunya no acepta la sentencia porque no acepta la jurisdicción española. Esa es la realidad. No discute la sentencia sino que la rechaza. Y la rechaza porque se siente con derecho a reclamar una jurisdicción catalana. Catalunya (poco menos del 50%) ya es emocionalmente independiente. La república virtual. El problema es que no hay vías ni jurídicas ni políticas para que esa república sea posible. La república ha sido una mentira que los políticos han dicho al pueblo para utilizarlo de ariete como medio de conseguir la república. Una trampa lógica. Una descomunal campaña de propaganda. Poco importa si son presos políticos o jurídicos lo que importa es que el pueblo los perciba como una gigantesca maniobra contra Catalunya. ¿Para qué? Para impulsar la revolución catalana. Sin vías de diálogo ni de negociación, sin posibilidades jurídicas ni políticas, ¿cómo ha de ser esa revolución?: violenta. No hay otra. Y ya ha empezado.

 

El desgarrado. Octubre 2019.




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