» 30-10-2019 |
Hasta la revolución cognitiva los animales, los homínidos y el homo sapiens avanzaban al ritmo de las mutaciones de su ADN y de la influencia del entorno, que a su vez se convertía en genética por la selección natural. Los cambios eran en consecuencia enormemente lentos. Por otra parte la sociología de los grupos de, por ejemplo chimpancés y bonobos (chimpancés pigmeos), tenían un límite máximo de 150 individuos, que era el límite del conocimiento íntimo (confianza) entre los componentes: eran una familia extendida. Más allá, los grupos se dividían de modo que el macho alfa (o la hembra en el caso de los bonobos) pudiera ejercer sus funciones sociales de apaciguamiento, control de los apareamientos, reparto de la comida etc. con eficacia dentro del reducido grupo. Tanto unos como otros primates tienen un sistema social complejo y un lenguaje informativo y de chismorreo evolucionado.
Pues bien, la tercera fase del lenguaje, esa que permitía la ficción, el nombramiento de cosas inexistentes, da lugar a través del mito (el relato de la ficción) a “ideologías” es decir a que individuos que no se conocen y que por tanto desconfiarían en un sistema basado en la genética, pertenezcan al mismo grupo de relatos (espíritus, origen, identidad como pueblo, tabúes, totems, reglas de parentesco, sistema político-social, etc). La cohesión que genéticamente se obtenía por la intimidad (el conocimiento profundo) ahora se puede producir por la “ideología” con lo que los grupos ya no tienen que limitarse a 150 individuos sino que pueden crecer indefinidamente, en el bien entendido que es el acerbo de relatos compartidos lo que los integra en el mismo grupo social. El relato es el aglutinante social más allá de la genética.
Así nos lo explicó Harari en “Sapiens” pero esta nueva forma de cohesión social que permitió que los grupos se ampliaran inmensamente no se produjo en una revolución sino que se extendió enormemente en el tiempo. Digamos que primero se tuvo que pasar del parentesco (lazos de sangre) al totemismo (lazos de religión) hasta instalarse en el mundo mítico. Pero superar las fratias religiosas se tomó su tiempo y tiene que ver en gran manera con la aparición de las ciudades. Esas ciudades que se generalizan a partir de 3500 ac y se prolongan hasta la ciudad griega, la polis de 500 ac, van a convertirse en el escenario de la transformación de la cultura clánica, mitica, de pensamiento imaginario, en la cultura de la razón. Siguiendo a Rubert de Ventós- considero la ciudad, propiamente dicha, a aquella que clausura la pertenencia totémica e inaugura la pertenencia política. Hasta el decreto de Clistenes en 508 AC, durante la vigencia del clan, la pertenencia del hombre es a un conglomerado de: territorio, clan y asentamiento, en comunión con la naturaleza y los espíritus, en un continuo que no distingue al individuo del resto. La pertenencia se produce por el totem, la proximidad y el parentesco. Es el pensamiento en imágenes. El decreto cambia la pertenencia del clan al barrio. A partir de él no perteneces a donde naces (territorio, clan , asentamiento) sino que perteneces al lugar en que vives (barrio, ciudad), ese es el sentido de la palabra democracia. Hemos pasado de la gerontocracia (el gobierno de la experiencia) a la barriocracia o democracia (el gobierno de los ciudadanos). Es la pertenencia política, la del ciudadano la que inaugura la dialéctica -todavía existente en derecho internacional- , entre ius loci y ius sanguinis, el lugar y el linaje familiar. La ciudad cambia la pertenencia pero no olvida su origen. La ciudad integra todas las instituciones anteriores pero ocultándolas en las nuevas: en la religión (el animismo), la familia (la familia extendida ), la ley (la venganza de sangre), el rito (agrícolas y de iniciación) y el culto (la superstición), la ciudad sublima todas las tensiones en la nueva desmesura del drama y el deporte.
Pero igual que la armonía familiar tiene su límite en las luchas de linaje y la venganza, y se dirimen por la autoridad del pater familias o macho alfa, las de los que resultan unidos por su ideología también encuentran su límite en el fanatismo ideológico que solo se dirime en el genocidio o la guerra sin árbitro posible. La lealtad, el altruísmo, la solidaridad son virtudes individuales que difícilmente pueden convertirse en sociales. Siguiendo el modelo metafísico de pares de oposiciones separadas por el principio de no contradicción el fanatismo ideológico alcanza -en los casos más extremos- la configuración de dos facciones que partiendo de ciertas diferencias acaban por configurarse la una a la otra precisamente por la oposición sistemática a cualquier idea que venga del otro bando. Es el caso de los totalitarismos (Nazismo alemán, comunismo ruso, fascismo italiano, nacional-catolicismo español, integrismo islámico), todos ellos con una base territorial/racista más que evidente. La ideología se enquista en el territorio, la historia, la cultura (sobre todo la lengua), las tradiciones y la raza (o idiosincracia) y se resume en una palabra: libertad.
Eso es lo que está pasando en Catalunya. Podría parecer que llamo nacionalistas a los catalanes pero no es así. Tan nacionalistas son unos como otros, o mejor, el resto de España sería imperialista en cuanto pretende ser nación de naciones. Pero las características que he enunciado son exactamente las mismas para ambos. Sinergias opuestas pero exactamente simétricas. Solo hace falta fijarse en como defienden la unidad/separación de España para reparar en que es el nacionalismo virulento lo que les empuja. Los territorios no pertenecen a las culturas. Por muchos años que los hayan ocupado siempre es posible encontrar un propietario anterior. La raza jamás es pura. Somos el producto de mil mezclas. La historia es un relato construido por el vencedor a su mayor gloria. Las tradiciones son el poso de un conservadurismo que lo que defiende a ultranza es la propiedad privada y el statu quo.
No hay racionalidad en los movimientos nacionalistas. Son movimientos antiguos que resucitan la familia, la tribalidad, la religión, el mundo mítico de la topología (el territorio como razón) y el valor de la experiencia (el senado). Pero eso los hace tremendamente efectivos porque apelan a lo mas profundo de los seres humanos, a su emotividad. Para darles la apariencia de racionalidad que cualquier movimiento necesita, se construye un relato en el que todo, absolutamente todo, es interpretado desde la absoluta necesidad de la libertad. Pero con un lugar común: todo lo bueno está de mi lado y todo lo errado reside en el otro. y viceversa… Es un relato maniqueo en el que nunca se pone en cuestión la propia realidad. Y eso lo hacen simétricamente ambas facciones. El diálogo es imposible y solo queda una solución: la rendición o la guerra y ninguno de los dos se va a rendir. Cuando la guerra empiece cada uno echará la culpa al otro pero nosotros sabremos que es culpa de ambos.
Las cuestiones territorio-raciales (nacionalistas) no tienen solución porque no existe una base común de la que partir para dialogar o negociar: Israel, Gibraltar, Quebec, Escocia, Gales, Irlanda, kurdos, gitanos, inuits… Solo se puede aspirar a que se enquisten, se cronifiquen, de forma leve considerándolos un problema insoluble. Quizás si no tuviéramos una idea de la libertad y de la justicia absolutamente metafísicas (todo o nada) sería más llevadero. Mayor autonomía y libertad podrían servir (federalismo, Estatut, Estado asociado) pero para eso ambos deberían apearse de sus pretensiones totalitarias (en el sentido de todo o nada). Hoy por hoy es imposible.
El desgarrado. Octubre 2019.