» 17-11-2019

Curso de política práctica 3. Liberales… y más allá.

Durante milenios los que regían los destinos de la humanidad, los que decidían (por lo tanto los políticos) eran los dominadores. La dominación se realizó por la fuerza, por la astucia, por la servidumbre voluntaria, por la comunidad de intereses, por la herencia, por la tradición o por la gracia de dios. Mediante todos estos subterfugios se crea la aristocracia (oligarquía, nobleza) a la que se accede, normalmente, por la sangre (la herencia). Tal como lo explica Rancière se trataba de efectuar una partición de lo sensible que determinaba quien dominaba y quien era dominado. Y por supuesto, justificarlo. Si la partición se determinaba por la fuerza, por la sangre o por la tradición todo eso no fueron más que usos históricos. La cuestión fundamental es que el mundo se dividía por esa partición entre los dominadores y los dominados. La partición estructura la sociedad en dos clases fundamentales. Los movimientos interclasistas eran prácticamente imposibles (y no por ello, no deseados) dentro de una determinada sociedad. Pero no ocurría lo mismo con  la confrontación entre sociedades. La guerra era el modo más generalizado para cambiar de clase. La invasión, la ocupación, la sojuzgación, la conquista permite a los soldados cambiar de clase. El camino directo al caudillaje es la guerra (solo hace falta ver a Franco). La guerra fue durante milenios el único modo de cambiar de clase, de oponerse a la partición de lo sensible. La gran mayoría de los sujetos de la historia son guerreros.

 

Los imperios y las monarquías absolutas coronaron este sistema de partición de clases. La religión (católica) en Occidente se alía con esos grandes imperios y monarquías hasta que en el S XVI se produce la reforma protestante. Se legaliza la usura (que los católicos abominaban), se establece un dios personal que no necesita de clero intermediario) y se eleva el enriquecimiento a cualidad que agrada a dios (Weber). La burguesía nace de la mano de ese impulso, se consolida con la ilustración y toma el poder con la revolución francesa. La burguesía liberal se opone a los conservadores (aristocracia y clero) entendiendo que la partición de lo sensible no debe hacerse por la gracia de dios (o de la herencia) sino por la razón y el mérito personal. Se establece así la primera gran dicotomía política entre conservadores y liberales, entre sangre y razón, entre dios y los hombres. Los liberales se oponen al estado conservador, tanto por conservador como por estado.Se oponen al intervencionismo absolutista elevando a dogma el mantra de la minimización del estado. La mano invisible de Smith sustituye a dios, en la función de controlar la economía, disciplina ésta que se convierte en la principal directriz del estado (como lo era de sus defensores): el triunfo de la economía política.

 

Pronto los liberales deberían enfrentarse a los socialistas que les aparecen por la izquierda a finales del S XVIII. Pero esa es otra historia. La cuestión es que los liberales son una ideología de la reacción. Primero contra los conservadores y después contra los socialistas. Con la aparición de los últimos, los liberales adoptan posiciones conservadoras relativas, configurando lo que hoy conocemos como la derecha, es decir la suma de conservadores, clero y liberales. Pero originalmente los liberales son burgueses (hijos de la ciudad pero no de la aristocracia ni del clero), no pertenecen a la partición de la sangre. Son individualistas, racionalistas, y aspiran a una libertad que nunca tuvieron sus padres. Eso les hace librepensadores. La economía es su credo (la riqueza) y casi sin darse cuenta crean el capitalismo, cuando su emprendedurismo se alía con el capital conservador, aristocrático y terrateniente. Pero el inicio de la revolución industrial (antes de la revolución francesa) les abre un campo de dominación que no pudieron resistir. Y esa dominación lo fue, sobre los trabajadores, las mujeres y los niños que fueron reducidos a una casi-esclavitud del trabajo industrial, lo que inevitablemente,  originaría el socialismo.

 

Es difícil discernir, en los liberales, la acción política, de la reacción, primero ante el conservadurismo y después frente a los socialistas. Su ideología es más una contra-ideología cuyo gran paradigma es la filosofía del “laisser fair laisser paser” (la libertad de una economía que se autorregula) y la minimización del estado en su intervención en la economía (ideal anarquista donde los haya). De hecho la libertad es desregularización y el estado se minimiza en lo que a los empresarios conviene, pero no en lo que ellos no están dispuestos a acometer como la investigación básica, el rescate económico, el orden público, los grandes tratados comerciales, la diplomacia, la guerra, etc. Y en la actualidad la legislación sesgada a sus intereses, las ayudas, exenciones y exacciones, el favor fiscal, etc. Pero no solo chupan de la ideología conservadora sino que, en cuanto aparece, también se alían con la “ideología” (la praxis) fascista sobre todo en el respeto a la “naturalidad” de procesos como el embarazo (anti-aborto), la decrepitud (la anti-eutanasia), la supremacía de género (machismo), del sexo correcto (homofobia), de Occidente (colonialismo), la supervivencia del más fuerte y el pragmatismo a ultranza. Todos ellos procesos conservadores, biológicamente hablando. Más allá de los pocos principios citados la ideología liberal no existe.

 

En el último cuarto del S XX Thatcher y Reagan organizan el ultra-liberalismo mediante el contubernio entre los capitalistas de gestión (políticos, administradores societarios y financieros) y los empresarios y terratenientes (el capital). La corrupción se generaliza y el trabajador se convierte en pieza de caza. A partir de ahí la desigualdad se convierte en la norma y el reparto 90/10 entre ricos y pobres se adentra en el 99/01. La clase media desaparece y la pobreza se convierte en la norma entre los trabajadores. La exclusión social se instala entre el 30% de los trabajadores, y lo que es peor, sus hijos pequeños.  El ultra-liberalismo se descara como la dominación más salvaje que nunca haya existido, con traje de cuáquero y corbata. Por último el ultra-liberalismo se ha desligado del super-paradigma metafísico (el hombre como suprema inteligencia de un mundo que está a su servicio, la verdad como lo oculto tras la apariencia y el ser estático como esencia del mundo, regulado por el sistema de abstracción-universalización-ley) para abrazar el paradigma cibernético (big data, supercomputación y retroalimentación cibernética) (Tiqqun). La democracia se tambalea ante la evidencia de que la verdad son los datos (para quien pueda robarlos o comprarlos) su análisis es el medio de procesarlos (para quien pueda computarlos) y la posverdad es el modo de que la antigua verdad se eclipse. El caso Cambridge Cibernetyca es meridiano. Solo existe lo que se puede comprar. Lo demás son ideologías.

 

No haría justicia al liberalismo si no incidiera en que en su momento histórico  fueron la revolución contra un “ancienne régime” que era urgente desalojar. Ni si silenciara que fueron los padres del humanismo (y por tanto de los derechos humanos). Todo aquello, cuando los derechos humanos ya son patrimonio de la humanidad (por lo menos los de papel) y la revolución se ha vuelto imposible porque todos tienen algo que perder, es ya, solo historia. El liberalismo devolvió al hombre común una cierta dignidad que pronto se convirtió en patente de clase, de una clase que como las históricas, impulsaba una partición de lo sensible sesgada e interesada. No he hablado del consumismo -tan ligado al liberalismo y al capitalismo- porque me parece un apartado con suficiente entidad como para tratarlo aparte. El consumismo es, para el trabajador, el espejismo de la riqueza. Lo más cerca que puede estar de cambiar de clase. Creo que quien mejor encarna al liberalismo hoy, es Esperanza Aguirre: conservadora, católica, casada con la aristocracia terrateniente, corrupta y criadora de corruptos, con aires de versada y desparpajo popular y, probablemente, con el absoluto convencimiento de ser necesaria para el país. El cambio al paradigma cibernético de las redes sociales y la supercomputación del Big data, la ha pillado mayor. Poner a sus acólitos en los mejores puestos no bastará para evitar que su memoria se desvanezca entre tufos de corrupción. Puede usarlo en su epitafio si lo desea. Amén.

 

El desgarrado. Noviembre 2019.




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