» 19-11-2019 |
La constitución española se debate entre una economía de mercado liberal y una economía dirigida socialista. Una economía libre de cualquier intervención del estado y otra que tiene al Estado como órgano de la dirección de la economía. Admite pues tanto una como otra. De hecho ni siquiera en EUA la economía liberal es exclusivamente una economía de mercado puro (Stiglitz). La investigación básica es siempre cometido del Estado, la regulación del comercio internacional es también de su incumbencia y también le compete las subvenciones, ayudas y demás regulaciones -mediante las que el liberalismo corrige el mercado, evidentemente a su favor- amén de la legislación, hoy en día ampliamente modelada por los lobbies y los grupos de presión. El estado del bienestar: prestaciones sociales, mercado laboral, educación, sanidad, dependencia -que el liberalismo quiere privatizar a cualquier precio- son también competencias de un estado que se autonomina social y democrático de derecho. Ni el socialismo ni el liberalismo se manifiestan de forma pura. Las dos tendencias (o escuelas económicas) se encuentran en el centro político, eje vertebral del bipartidismo.
Como hemos visto los trasvases entre conservadurismo, fascismo y liberalismo son cuantiosos, conformando lo que se ha dado en llamar “la derecha” que en realidad abarca desde el centro-derecha hasta la ultraderecha. Sus afinidades se han patentizado en España en los pactos inmediatos y amistosos que se han efectuado en el último año entre VOX, PP y C’s. El facismo de VOX no alcanza el totalitarismo de sus antecesores de la segunda guerra mundial, en cuanto la democratización le ha obligado a abjurar de la violencia (la fuerza) aunque no siempre de los símbolos y las actitudes nazis. Su tendencia económica ultraliberal lo distingue de los fascismos europeos. Desde el centro izquierda hasta la ultra-izquierda se conforma “la izquierda” (socialistas y comunistas con algunas veleidades transversalistas) aunque hay que aclarar que la ultra-izquierda, tal como se configuró históricamente en el totalitarismo comunista no tiene representación en los Parlamentos europeos. El campo de batalla actual de ambos bloques, es el estado del bienestar defendido por la izquierda y objetivo de urgente privatización por el bloque de derechas. Superponiendo a los extremos de estas dos facciones se encuentra el centro que más que una ideología es un lugar de encuentro entre la derecha y la izquierda moderadas en ese contubernio que ha supuesto el bipartidismo, hoy de capa caída.
Mención especial de ese centro merece Ciudadanos (C’s) que empezó como un partido antinacionalista catalán (y por tanto con tintes antifascistas), económicamente liberal, anti-bipartidista y anti-corrupción (la denuncia de la corrupción y el bipartidismo lo acercaba a los clásicos análisis fascistas). Pero lo más llamativo era su ausencia de ideología (un pragmatismo a ultranza) que lo aproximaba aún más al fascismo. Como si dijéramos era un fascismo (económico y reformador) sin franquismo. Pero tras ocupar el centro (incluso se llegó a reclamar de centro izquierda) se escoró a la derecha (lo que escenificó negándose a hablar con el PSOE de una coalición de centro izquierda deseada por todos los poderes fácticos) al ver que su caladero de votos estaba en una derecha (PP) en caída libre con los peores resultados de su historia (66 escaños en Abril 2019). Las urnas castigaron esos devaneos con una debacle monumental (10 escaños en Noviembre 2019 con una caída de 47), demostrando que el pragmatismo no puede estirarse hasta el veletismo.
Las transversalidades (nacionalistas, feminismo, heterodisidencias, ecologismo, animalistas…) que parecía que iban a acabar con el bipartidismo, no terminan de despegar a pesar de que el movimiento de los indignados dio origen a una nueva formación de izquierdas (Podemos) que parecía recoger todas esas esencias transversales. Tras su unión con los comunistas (Unidas-Podemos) se ha convertido en un partido comunista con algunas sensibilidades transversales. A consecuencia de ello Más País se ha separado de Podemos y ha iniciado la senda transversalista que Podemos ha abandonado. Los nacionalistas suponen una transversalidad importante en cuanto ha conseguido unir a partidos de derechas (JXC) y de izquierdas (ERC y CUP) en una coalición independentista catalana, en donde también se puede notar el tufo fascista propio de todos los nacionalismos, que difícilmente escapan al territorialismo y la xenofobia. Los partidos nacionalista/regionalistas proliferan. A los catalanes, vascos, gallegos, canarios, aragoneses, se han unido recientemente los cántabros y los turolenses. Los castellanos no tienen partidos nacionalistas porque no se puede ser imperialista y nacionalista a la vez.
Lo más llamativo de todas estas mezcolanzas es la enorme influencia del fascismo en muchas de estas formaciones: en la derecha, en los nacionalistas y en el Centro. Solo la izquierda parece resistirse aunque no podemos olvidar que el comunismo totalitario también tuvo ese tufo fascista. La ausencia de democracia interna de los partidos solo desde hace 10 años se empieza a corregir. Como he dicho otras veces el fascismo no es una ideología sino que es una esencia (lo tenemos en las tripas) y una reacción al desastre reinante. El creciente desapego de los jóvenes por la política y la complejidad de su desarrollo hace que las ideas más sencillas (las que ya tenemos en las tripas: el egoísmo, la xenofobia), más “naturales” (por biológicas y por tradicionales) y más nuevas (por alternativa a lo que no funciona) sean las más atractivas sin que se comprenda cabalmente su significado profundo. Y así ocurre en toda Europa. Para evitarlo hace falta una cultura política, como la hace falta para recoger setas. Los errores de elección matan. Espero que este pequeño curso os ayude.
El desgarrado. Noviembre 2019