» 19-11-2019 |
El nacionalismo no es una ideología, es una topología. No podemos llamar ideología a aquello que basa sus ideas en el terreno que pisa, en el territorio. En todo caso sería una podología. El nacionalismo quiere lo mejor para sus nacionales y lo mejor es irse, salir de la dominación y el control. Todo nacionalismo es independentismo. El nacionalismo es una podología de segundo grado. El nacional solo analiza lo que da y lo que recibe y su natural es exigirle sus carencias a quien lo gobierna. Pero quien lo gobierna tiene otro plan que es echarle la culpa al estamento superior. Por ejemplo un gobierno español nacionalista le echaría la culpa a la UE y pediría que nos independizáramos de Europa. Exactamente lo que piden todos los partidos de extrema derecha europeos. Su misión es convencer al nacional que todo lo que se podía hacer se ha hecho y que para conseguir más hace falta la independencia del que te sojuzga en segunda instancia. El nacionalismo siempre es político o por lo menos asunto de políticos. La independencia es la del político nacionalista del político imperialista. El nacionalismo participa de la filosofía del “pueblo elegido” inventada por el campeón mundial del victimismo: el pueblo judío. Todo lo bueno está aquí, en este territorio. Todo lo malo está afuera. Es una filosofía xenófoba y racista que solo puede acabar en tango, como así es.
Sigo aquí a Geraldine Schwartz, “Los amnésicos: historia de una familia europea”. Tusquets, 2019. Recoge ideas que ya vertí en “La verdad hoy 3. La verdad nacionalista (independentista)”. “Empieza por decir que no hace falta figurar en la historia para ser responsable de la misma. Los que no figuran también son responsables, como lo afirma de sus abuelos. Sus abuelos se aprovecharon de la situación para enriquecerse simplemente siendo “seguidores” (tanto los franceses como los alemanes) aunque su memoria histórica sea dispar. Es fácil dejarse tentar por una ideología que te repite que tu identidad, tu lengua, tu cultura o tu etnia es la propietaria única y natural de un territorio y que el resto de habitantes son ciudadanos de segunda… sobre todo si además te proporcionan privilegios. Hoy millones de europeos se dejan tentar por esos cantos de sirena, por supuesto, también en España…
Todo nacionalismo es excluyente porque es perverso e injusto por definición. Parte de que un territorio solamente hay una comunidad propia, natural, auténtica que es la que decide quien pertenece y quien no. Los otros en el mejor de los casos son ignorados y en el peor, acaban convertidos en traidores. Esta estrategia acaba hundiendo los países en los que se manifiesta: por marginación del talento no nacionalista. El nacionalismo establece una división en la que una sola parte se aprovecha. Los nacionalismos tienden al autoritarismo y la única manera de escapar a la dictadura es el rechazo. Es necesario otorgar la palabra a los testigos y mantener vivo el recuerdo de los hechos. La memoria es el sustento de la democracia. No podemos olvidar que la UE es una unión de estados que se fundaron sobre el anti-nacionalismo para construir la paz y la prosperidad compartida, tras un periodo de guerras que bien se pueden tildar de nacionalistas.
Y solo podemos evitarlo con cultura política, repitiéndonos que toda afirmación de una identidad sobre un territorio significa la exclusión de los otros. Hay que desconfiar de cualquier político que diga que somos un solo pueblo, una sola nación, y que añada mirándome a los ojos que tú eres parte de ese pueblo. Aunque lo haga invocando la democracia. No es sino una trampa tan atractiva como perversa. Hasta aquí las ideas de Geraldine. La pregunta es ¿por qué renacen los nacionalismos en un clima de generalizado de superestructuras nacionales como la UE, los acuerdos internacionales de comercio, etc.? Creo que la respuesta es el oportunismo. La posverdad es la mecha que enciende todos los sectarismos, desde las sectas religiosas hasta el renacer de la ultraderecha o los neonacionalismos. Una vez taponado el discurso democrático/humanista con la verborrea delirante de “las cosas simples y sencillas”, del catastrofismo, del recurso a las tripas, a la visceralidad más ominosa, de la animalidad pregonada como naturalidad, de las minorías oprimidas, cualquier opción es posible. Y no olvidemos que tan excluyente es el discurso nacionalista como el imperialista (integracionista, por más que se quieran llamar constitucionalistas). Exclusión de los que no se sienten integrados.
El nacionalismo catalán (y el vasco) esquivan exquisitamente el discurso xenófobo, pero eso no quiere decir que no exista. Lo plantean como un problema político en el que nunca se habla del pueblo sino siempre de los políticos, los gobiernos, los jueces… Pero lo que se trasluce es que todo lo bueno lo puso dios en este territorio (por eso son el pueblo elegido) y toda la mierda cayó en el territorio del opresor. Hasta los políticos (y es aquí a donde ellos querían llegar) son honrados y honestos en las nacionalidades oprimidas y corruptos y lúbricos en la nación opresora. Cuando te crees que la bondad va por barrios, estás perdido para la democracia. El discurso nacionalista achaca a la pérfida Hispania su corrupción, su falta de democracia, la ausencia de separación de poderes, la injusticia generalizada y la iniquidad. Nada de eso ocurre en Catalunya ni en Euskadi. Y este discurso lo creen a pies juntillas todos los catalanes (con los vascos hace tiempo que no hablo, pero así era hace años). Tras el discurso de la corrupción jurídica y económica lo que se esconde es el pueblo elegido. Ni siquiera practican la violencia porque si es violencia… no es suya.
El tufo a fascismo de los nacionalismos es innegable. De hecho el fascismo nació del revivir nacionalista del S XIX y del romanticismo antiracionalista. La nación era uno de los puntos fuertes del fascismo (el pragmatismo, la fuerza y el coraje eran los otros y que nacionalismo no los suscribiría). Solo faltó el diágnóstico que determinaba que se habían perdido los valores. De nuevo algo en lo que coincide el nacionalismo. Y como cláusula de cierre el victimismo, eso tan catalán. Una pandilla de políticos corruptos y deshonestos urdieron esta pantomima para eludir responsabilidades y el pueblo ha respondido tan magníficamente que se han llegado a creer que en vez de un gobierno autonómico pueden tener un gobierno nacional. Ahora están enfrascados en destruir Catalunya como medio para destruir España. Sin violencia, por supuesto. Y los mamones de los integristas haciéndoles el juego y dándoles cuerda. ¡No os podéis imaginar lo ridículos que resultáis desde fuera! Lo irremediable es que estáis jodiendo el país. O los países.
El desgarrado. Noviembre 2019.