» 10-12-2019

Curso de política práctica 8. Totalitarismos.

Ahora que la derechona se descara y sin ningún desdoro aplica a la izquierda los calificativos que esta acuñó para definirla, como totalitarismo, fascismo, nazismo (con eso tan singular de feminazi), nacionalismo, etc. en esa impotencia característica de carecer de  conceptos propios, parece llegado el momento de que definamos los términos. Sobre el fascismo ya he hablado bastante (si ello es posible). En las lecciones de política para inexpertos he tratado de conceptuar a los conservadores, a los liberales, a los socialistas/comunistas y me dejé para otra ocasión los anarquistas moderados, los que no necesitan bombas. Sobre el integrismo (entendido como religión/política) tampoco me he extendido pero no lo descarto y por otra parte hace tiempo le dediqué una serie “Moros y cristianos” a la que os remito. También he hablado de los activistas/manifestantes violentos que se hacen bajo el amparo ideológico de Tiqqun. Los temas no tratados, aparecerán tarde o temprano en estas páginas pero ahora quiero centrarme en los totalitarismos tal como los concibió Hannah Arendt “La pluralidad del mundo. Antología”. Taurus, 2019. Se trata de un fragmento “Dominación total” relativo a los campos de exterminio nazis y comunistas rusos, pero suficientemente significativo.

 

Para Arendt los campos de exterminio rusos y nazis son los laboratorios en donde se pone a prueba la creencia fundamental del totalitarismo: “todo es posible”. Es decir la ausencia de límites y por tanto la dominación total. Se entiende esta como la organización de la infinita pluralidad y diferenciación que permite tratar a la humanidad como si fuera un individuo de identidad única y reacciones idénticas. Evidentemente ese individuo no existe y por tanto debe ser fabricado: un tipo de especie humana (parecido a otras especies de animales) cuya única libertad consistiría en preservar la especie. La dominación total alcanza sus objetivos tanto a través de adoctrinamiento ideológico como del terror absoluto. Los campos pretenden: exterminar, degradar, eliminar la espontaneidad y transformar la personalidad. Estos fines solo pueden llevarse a cabo en un campo de concentración debidamente aislado del resto de la sociedad lo que provoca la sensación de irrealidad e incredulidad que produce su conocimiento.

 

Porque los relatos de los supervivientes son irreales e increíbles, para los que los relatan y para los que los escuchan. Los relatores son sospechosos. La enormidad de los crímenes garantiza su incredibilidad. Tal como decía Hitler para tener éxito, una mentira tiene que ser enorme. Nadie podía creer que la afirmación de que los judíos serían exterminados como piojos pudiera ser cierta. Somos rehenes del sentido común y este nos dice que el terror extraordinario no es posible. Pero este es un método de retroalimentación: sabiendo que es impune puede hacerse más y más terrorífico. Los medios se hacen fines y de alguna manera el terror ha perdido su finalidad. Ni siquiera la explicación de que la revolución devora a sus propios hijos se aproxima, pues el terror continúa tras que sean devorados. ¿Cómo entender esta situación’ ¿Cómo entender el totalitarismo?

 

La humanidad es una institución con límites: el pacto de humanidad. Formar parte de la humanidad es tener la seguridad de que nadie sobrepasará ese pacto. Podrá haber muertes, saqueos, guerras, genocidios, esclavitud o campos de concentración pero dentro de un respeto por el par de oposición metafísico vida/muerte (que no es lo mismo que el respeto por la vida). Todos esos delitos se realizan con una utilidad, un beneficio, una pasión. “El asesino destruye la vida pero no destruye el hecho de la misma existencia” (Arendt 2019, 132). El problema es cuando se realizan sin ningún soporte, en el vacío cuando en una palabra “todo es posible”. El mero hecho de la posibilidad es su justificación. Eso es precisamente lo que propone el totalitarismo: superar el pacto de humanidad, superar los límites. El asesino en serie es un buen ejemplo pues no tiene la empatía que es el freno para que no todo sea posible. El asesino en serie no tiene límites y de ahí proviene su horror. Lo determinante no es que la muerte le produzca placer sexual sino que su aspiración al placer no tenga límites. Que todo placer sea posible. Que pueda ser buscado a través de todo y de todos. No esté contrapesado por el pacto de humanidad. Este pacto funda el pensamiento razonable, lógico, el sentido común. El pensamiento que limita la acción (la política) hasta el punto que la extralimitación es im-pensable puesto que se sitúa fuera del pensamiento humano. Por eso, el terror totalitario es irreal e increíble porque es impensable.

 

David Rousset, superviviente de los campos de exterminio, tituló su relato: “Los días de nuestra muerte” dando a entender la posibilidad de dar permanencia al hecho de morir. Una muerte en vida que no es lo opuesto a la vida, sino una vida en la muerte. No existe parangón de esta situación con ninguna otra situación: el trabajo forzado, el condenado, la esclavitud, el internado en un campo de concentración. En todos los casos existe una utilidad justificante. Los campos totalitarios son inútiles económicamente y militarmente ineficaces. Se establecieron tres tipos de campos los de desplazados, los de trabajo y los de tortura. Tenían en común que las personas confinadas son tratadas como si ya no existieran. Como si ya estuvieran muertas. La irrealidad ampara la crueldad haciendo que el exterminio parezca una medida completamente normal. Un mundo fantasmal “que posee todos los datos sensibles de la realidad pero que carece de esa estructura de consecuencia y de responsabilidad sin la cual la realidad sigue siendo una masa de datos incomprensible” (Arendt 2019, 138). “El hombre puede hacer realidad diabólicas fantasías sin que el cielo se caiga o la tierra se abra” (Arendt 2019, 139).

 

La dominación total pasa por tres estadios: a) matar la personalidad jurídica, mediante la situación de ciertas personas fuera de la protección de la ley y situando el campo fuera del sistema penal normal. “La custodia protectora” priva a las personas de su capacidad de actuar. Personas cuyos actos no guardaban relación con su detención, totalmente inocentes. Las víctimas son seleccionadas arbitrariamente. b) El asesinato de la persona moral, que se actúa haciendo imposible el martirio mediante la insolidaridad y la ausencia de testigos. Está prohibido el dolor y el recuerdo. La muerte es anónima. Las decisiones de la conciencia se convierten en discutibles y equívocas al implicar a los ingresados en la administración del campo. c) la pérdida de la individualidad y unicidad, mediante las condiciones terribles de transporte, la llegada al campo, las torturas. La lección de los campos es la hermandad de la abyección. Odio y resentimiento profundos hacia los recluidos.  Con la llegada de la SS a la administración de los campos estos se convirtieron en terreno de entrenamiento (experimentación). La dominación total se remataba con la sumisión, la aceptación de su destino. Destruir a la víctima antes de que suba al patíbulo, el mejor sistema de esclavización.

 

Pero la inutilidad de los campos no es total. Los campos son necesarios para preservación del poder del régimen. A la verdadera naturaleza de los regímenes totalitarios corresponde exigir el poder ilimitado. La espontaneidad (imprevisibilidad) constituye el mayor de los obstáculos. Los hombres resultan por entero superfluos para los regímenes totalitarios. El poder total trabaja con marionetas. El carácter representa una amenaza. Es perentorio obtener la superfluidad total mediante la selección arbitraria, las purgas, las liquidaciones. El aparto del terror. El sentido común se opone a este aparato por innecesario (las masas se inclinan a la sumisión). Es necesario imponer un supersentido ideológico (que acabe con la dignidad humana) que anule el sentido común. De lo que la ideología totalitaria trata es de la transformación de la naturaleza humana. Los campos son los laboratorios donde se prueban esos cambios. “Todo es posible” deviene todo puede ser destruido. Su enseñanza es que hay crímenes que los hombres no pueden castigar ni perdonar.

 

Arendt acaba con la afirmación de que nuestra tradición filosófica no puede aceptar un mal radical y que por tanto “no tenemos nada en que basarnos para comprender un fenómeno que, sin embargo, nos enfrenta con su abrumadora realidad y destruye todas las normas que conocemos” (Arendt 2019, 159). Lo único discernible es que ese mal radical ha emergido en relación a la superfluidad humana que en último término proviene de la utilidad con la que seguimos pensando nuestro mundo. Las soluciones totalitarias pueden perfectamente sobrevivir a la desaparición de los regímenes totalitarios. “Los acontecimientos políticos, sociales y económicos en todas partes se hallan en tácita conspiración con los instrumentos totalitarios concebidos para hacer a los hombres superfluos” (Arendt 2019, 159).

 

El desgarrado. Diciembre 2019.




Published comments

    Add your comment


    I accept the terms and conditions of this web site