» 23-09-2021 |
La metafísica, omnipresente en nuestra civilización occidental, se centra en el ser. Las categorías aristotélicas privilegiaron el ente (la entidad, la esencia, el ser) frente a las demás categorías que fueron relegadas a ser atributos (características) o predicados (lo que se dice del ser). Sin embargo algunas de esos atributos, como el espacio, el tiempo o la relación tenían entidad suficiente como para ser, si no más importantes que el ser, por lo menos equiparables en importancia. La ontología (el privilegio que se ha dado al ser) ha dominado nuestro pensamiento en detrimento del devenir, que sería el ser en el tiempo o -más atrevidamente- el tiempo como protagonista. Es imposible entender el mundo si solo contemplamos un instante temporal que es el ser. Pero hay que reconocer que -en el afán de simplificar que es el conocimiento- suprimir el tiempo fue un hallazgo. Los presocráticos naufragaron en su intento de separar el ser del devenir. Platón y Aristóteles armonizaron las cosa… pero desde el ser. El fin de la metafísica que se produce en el SXX puede ser la puerta para que un pensamiento centrado en el espacio-tiempo sea posible. Es lo que trataré de estudiar.
El pensamiento anterior a la metafísica (primitivo pero pensamiento al fin) -al que llamaré pensamiento mítico-religioso-mágico- utilizaba la topología con profusión. La topología es la razón del lugar y del tiempo. El lugar de pereginación o el consejo de ancianos. La topología es la razón del espacio-tiempo. No estoy, pues, inventando nada. La razón del espacio-tiempo ya existía ancestralmente. La metafísica barrió todo aquello, junto con otras obsolescencias como las emociones y los sentimientos como motores de la razón o el arte como fuente de conocimiento. Había que simplificar y se simplificó. No fue un ab-uso, sino una racionalización de la epistemología en aras de obtener el mejor conocimiento posible. Veinticinco siglos después las cosa han cambiado. Aquella magnífica simplificación nos ha conducido a un desarrollo inusitado que, -entre otras cosas- nos permite que ahondemos en aquello que se arrinconó desde la base sólida -pero eventual- que supuso la metafísica.
Este proyecto no pretende arrinconar al ser (como no hemos podido arrinconar al mito, la religión o la magia) sino valorar el espacio-tiempo como nuevo centro del conocimiento. Pero además no pretende ser un proyecto filosófico que acepta una ciencia ontológica. Nuestro universo se compone de un 5% de materia ordinaria (partículas) y un 95% de materia y energía oscura. Está bien lo que sabemos del ser pero solo es el 5%… aunque la materia oscura esté finalmente compuesta de partículas (materia ordinaria). No está mal, hoy, que investiguemos si la ontología tiene una alternativa o una coopción. Evidentemente hay indicios de que existe esa metafísica no ontológica (espacio-temporal) tanto en la filosofía como en la ciencia, y eso es lo que trato de investigar. Lo más probable es que no lleguemos a nada pero, algunos, pensamos que la felicidad o la ciencia no son el final del camino sino el camino mismo. Como dijo Machado: “caminante no hay camino, se hace el camino al andar”, lo que sin duda dijeron antes muchos otros pero sin tanto “arte”.
No os puedo dar un guión porque no lo tengo, pero también yo haré el camino al andar. Pero para intrigaos, os diré que Einstein, en la teoría de la relatividad, afirmó la equivalencia entre la fuerza gravitatoria y la deformación del espacio-tiempo. Es decir entre la materia-energía y la geometría del espacio-tiempo. Si más no es un acicate para adentrarnos en el pensamiento geométrico.
El desgarrado. Septiembre 2021.