» 06-01-2022

El pensamiento geométrico 14. Segunda parte, la filosofía. Rancière 1: Enfoque general.

Rancière no se referencia a la metafísica aunque su pensamiento es absolutamente crítico con ella. Entiendo que lo hace porque no pretende estructurar su pensamiento como antimetafísico (que presupone su existencia) sino como alternativo (que se desarrolla al margen de ella). Empezaremos por su planteamiento alternativo y después continuaremos con sus diferencias con la metafísica, en donde encontraremos su pensamiento geométrico, que adelantemos que consistirá en jerarquizar las categorías aristotélicas de diferente manera dando prioridad al espacio (el lugar), al tiempo, la relación y la posición, sobre la sustancia (el ser), la cantidad y la cualidad. Recordemos que las categorías aristotélicas son: Sustancia, Cantidad, Cualidad, Relación, Lugar, Tiempo, Posición, Posesión, Acción y Pasión. Sigo fundamentalmente las ideas de Steeven Corcoran en el prólogo de “Disenso. Ensayos sobre estética y política” Jacques Rancière, FCE. 2019(2015).

 

1. Pensamiento alternativo. El pensamiento de Rancière se ciñe a tres campos: la política, la estética y la filosofía como sistema (respuesta a los críticos). No es pues un sistema general. Esos tres campos se abordan desde la heterogeneidad (el disenso), la divergencia del “orden natural”, orden natural que solo puede ser entendido como el orden metafísico. En general (en el orden natural) se entienden la política y el arte como realidades separadas. La política como la lucha por el poder, el ejercicio del poder y su modo de legitimación y el arte como la lógica mimética (arte representativo), la imposición de una forma a una materia. No es así para Rancière que los considera campos relacionados, superando los debates generalizados sobre el arte político (aplicado, comprometido, heterónomo, ) y el arte por el arte (puro, independiente, autónomo).

 

Considera que arte y política no tienen sus propios principios de realización (no los siguen de forma homogénea como en una situación “normal” de causa y efecto) sino que son “formas de pensamiento y práctica que son heterogéneas a tales principios”, que “rompen con toda interpretación del arte y la política como el dominio de aquellos que tienen las capacidades necesarias para efectuar esa realización”: el orden del poder desigual, el orden del poder/conocimiento, consistente en la división de la humanidad en dos  facciones: aquellos con la capacidad o los títulos para dominar y aquellos sin dicha capacidad. Para Rancière este orden del poder/conocimiento muestra que las divisiones del conocimiento estaban construidas de forma contingente y arbitraria (es decir: no tienen una relación causal). Porque no hay dos tipos de inteligencia: aquellos que son sujetos de conocimiento y aquellos que son objeto de conocimiento. La ruptura de esta división, de este orden jerárquico es un método de igualdad que se opone al orden jerárquico del poder/conocimiento. (Ranciére 2019, 13).

 

Arte y política son “practicas singulares, totalmente contingentes, que rompen con las reglas que controlan la experiencia “normal”” es decir son heterogéneas con la homogeneidad de la experiencia del “orden natural”. En particular la política (o la democracia que para él son lo mismo) es algo separado de la práctica estatal y social y por tanto rompe con: 1) la distribución (división) de capacidades e inteligencias, 2) con las interpretaciones consensuales (homogéneas), 3) con las formas de poder establecidas socialmente. Apuesta por una nueva forma de no-división que se centra en las evidencias; las interpretaciones disensuales (heterogéneas); y la igualdad. En cuanto al arte, impugna -igualitariamente- los modos jerárquicos de representación históricos y lo establece como un proceso de autonomización (independización) respecto de la vida y de los social -que lo separa del orden natural- pero lo aproxima a la política. No pueden entonces entenderse como procesos diversos, porque están relacionados. Y el campo de encuentro es el disenso: los procesos que llevan a cabo una suspensión de la lógica que determina el dominio de aquellos capaces para gobernar -en la política- y la suspensión de las formas jerárquicas de representación histórica -en el caso del arte-.

 

Pero la universalidad del arte y la política ya había sido pensadas por otro autores. La diferencia de Rancière con ellos, es que no piensa esa heterogeneidad como cuestión ontológica, solo accesible para la filosofía. Ranciére piensa esa ruptura como una reconfiguración, un di-sentir, una redistribución de lo sensible. Para que cuenten las capacidades de los obreros hace falta que estos se des-identifiquen (separación de las formas del espacio, el tiempo, y las capacidades) de su rol como obreros, determinado por el orden natural. Tendrían que identificarse con una nueva división de lo sensible, con una nueva cuenta, al margen de la distribución jerárquica de la comunidad (policía), que manifestara su igualdad esencial. Para que surgieran la política y el arte que Rancière piensa, es necesario que se produzca una revolución estética: la creación de un sensorium (división de lo sensible) específico. Pero no se trata de una ruptura abrupta, se trata de una reestructuración gradual del campo de lo sensible, que suspende (y reestructura) las reglas del orden natural que subordina las prácticas humanas a una función social, y los cuerpos a lugares y horizontes de afecto.

 

Esta revolución da lugar al arte y a la política modernas. Esta revolución tuvo lugar porque la dimensión estética emergió como una “división autónoma de lo perceptible o sensible”, “distinta de todo juicio sobre su uso” que define un espacio de comunidad (virtual), que se sobrepone al orden natural de los órdenes y de las partes funcionales. En concreto: los obreros y las mujeres (como sujetos democráticos) surgieron solo en la medida en que (como individuos) dejaron de identificarse con su posición social (o su carencia)  “reformularon poéticamente su propia autopercepción y la de su mundo”. La relación entre estética y política surge  con el sentido de una posesión común (del lenguaje, de la naturaleza, de la ciudad), del lenguaje poético y de una mirada desinteresada sobre lo visible.

 

En definitiva, la práctica política y artística (y filosófica) lleva consigo una forma de emancipación del orden natural, una práctica sensible que cambia los lugares asignados a los cuerpos, la competencias verbales son ampliadas y las capacidades emocionales impensadas. Este disenso no puede compararse con diferencias de opinión (medidas políticas a adoptar o por quien votar), o reemplazo de gobernantes, sino con procesos de desidentificación (de lugares, competencias o capacidades) como: desafiar la lógica de la división entre los cuerpos de los que hablan y de los que emiten ruidos, entre los que deciden y los que se reproducen, entre los refinados y los brutos, entre los que piensan y los que reaccionan. La política no es una dimensión de la filosofía. Un sujeto político solo puede localizarse : en sus formas de argumentar, de acuerdo a su situación; en los objetos de lo común que fabrica; en su verificación de la igualdad. Un sujeto que trasciende a las formas culturales e identitarias, y jerarquías separadas de lo político y lo artístico, poder y conocimiento. El arte y la política están relacionados entre sí en la medida en que producen efectos de igualdad. Pero no es una simple relación de refuerzo mutuo sino que conservan su carácter distintivo. La política tiene su estética (su manera de volver a distribuir lo sensible) y el arte tiene su propia forma de política, que pueden llegar a estar enfrentadas.

El desgarrado. Enero 2022.

 

 




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