» 18-05-2022

El pensamiento geométrico 19. Segunda parte. Rancière 5. El pensamiento geométrico de Rancière.

El texto que mejor trasluce el pensamiento geométrico de Rancière es “El malestar de la cultura”, Clave intelectual 2012 (2004), “Políticas de la estética” páginas 27-59. Hemos visto la antimetafísica (nunca nombrada) del pensador, desde la preponderancia de la categoría Ser, ampliamente contrarrestada por el conjunto: relación, posición, espacio, tiempo de categorías accidentales, pasando por los principios aristotélicos de identidad, no contradicción y tercio excluso hasta las grandes formulaciones de la abstracción: la cantidad (matemáticas), la verdad (lógica), el concepto (lenguaje) o la igualdad método, ética y política) pasando por la causalidad simple. Porque Rancière niega la mayor y no acepta la abstracción como método de universalización de la metafísica. Ya Kant había buscado una alternativa a la abstracción (cuyas carencias son evidentes) y Rancière es kantiano, pero su pensamiento en este aspecto no es determinante (Como denuncia Corcoran). Por eso, y antes de abordarlo, vamos a rastrear el pensamiento “geométrico” del francés, que podríamos resumir en la ya citada circunstancia de la conjunción de cuatro categorías accidentales aristotélicas: relación, posición, espacio y tiempo.

 

Se trata, de manera pura y dura, de sustituir la categoría Ser (sustancia, esencia, ente) por el entramado de categorías accidentales: relación, posición, lugar y tiempo. Dado que todas ellas son afines a la geometría, es por lo que he llamado a esta forma de pensamiento: geométrico. Este pensamiento es alternativo a la metafísica y -en la línea de la posmodernidad- permite la deconstrucción (Derrida) de la metafísica, estableciendo un pensamiento alternativo. Además del Ser, esa deconstrucción afecta a los principios axiomáticos de identidad, no contradicción y tercio excluso (que tanto Hegel como la física cuántica habían deconstruido ampliamente),  y a la causalidad simple. Respecto a las cuatro grandes abstracciones metafísicas: cantidad, verdad, concepto e igualdad, también modela su alcance. Recordemos que la metafísica (que domina el pensamiento occidental de los últimos XXV siglos) se basa en la secuencia: abstracción-universalización-ley. La abstracción simplifica el campo, reduciendo sus variables a una sola (o pocas), lo que le permite aplicarlo a amplísimos campos (universalización) de modo que se puedan extraer leyes generales que a su vez permitan conocer y dominar el mundo.

 

La alternativa a la causalidad simple es la retroalimentación o feed-back (ampliamente usada por Rancière) y que viene a ser una causalidad circular. La verdad absoluta (o bien verdad, o bien falsedad) es sustituida por la verdad fraccionaria (la probabilidad). La cantidad es modulada por la cualidad y por la simetría. El concepto se convierte aquí en las “bases de datos” (lo que ya había explorado Aristóteles), listados de cualidades no jerárquicas. La igualdad en cuanto método se diversifica en identidad, igualdad parcial, simetría, representación, equivalencia, etc. (también explorada por Aristóteles) mientras por otra parte se desprende de la dominación jerárquica, definitivamente. El capitalismo nos propone una alternativa a la metafísica en la que conserva todos sus privilegios: la cibernética, cuyo proceso es: bases de datos-computación-retroalimentación. Por último la meta-ética y la meta-política llaman a la puerta reclamando tanto el aumento de la importancia de las emociones y sentimientos (Spinoza), como  una gestión de lo común, ajena a las jerarquías y la dominación. No se trata ya, solo, de deconstruir la metafísica sino de encontrarle una alternativa y -llámese posmodernidad o de cualquier otra manera- alternativas hay. Vayamos en primer lugar a la sustitución del ser como categoría fundamental en el texto de Ranciére.

 

Empieza el artículo con un análisis del fin de la utopía estética, es decir, la idea de una radicalidad del arte y de su capacidad de contribuir a una transformación absoluta de las condiciones de la existencia colectiva. Y hemos alcanzado el fin de la utopia por cuanto el arte ha fracasado, consecuencia de su compromiso con las promesas falaces del absoluto filosófico y la revolución social. El presente postutópico del arte presenta dos actitudes bien definidas:

 

a) la actitud propia de filósofos e historiadores del arte  que pretende separar los dos términos de la utopía: la radicalidad (de la búsqueda y la creación artísticas), de las utopías estéticas de la nueva vida (compromiso con los grandes proyectos totalitarios y estetización mercantil). Esta radicalidad aislada consiste en una potencia singular de presencia, aparición e inscripción que rompe con lo ordinario de la experiencia. Esta potencia es con frecuencia pensada como lo sublime cantiano, presencia heterogénea irreducible en el corazón de lo sensible, de una fuerza que lo desborda. Esta referencia a los sublime puede ser interpretada de dos maneras: la instauración de un ser-en-común anterior a toda forma política particular (que hacía del poder de presentación del arte el sustituto del poder comunitario de encarnación cristiana) o separación irreductible entre la idea y lo sensible (la mezcla de lo abstracto y lo figurativo en las pinturas transvanguardistas o la indistinción de las obras de arte y los objetos del comercio en las instalaciones). La idea común entre ambas referencias a lo sublime es la aparición fulgurante heterogénea de la singularidad de la forma artística que dicta un sentido de comunidad ética que revoca todo proyecto de emancipación colectiva.

 

b) La otra actitud es la de artistas y profesionales (curadores, galeristas). En lugar de oponer radicalidad artística y utopía estética, sustituye la oposición por la afirmación de un arte devenido modesto (en cuanto a su capacidad de transformar el mundo y en cuanto a la afirmación de la sigularidad de sus objetos). No se trata de la instauración de un mundo común (a través de la singularidad absoluta de la forma) sino de la redisposición de los objetos que forman el mundo común ya dado, o la creación de situaciones adecuadas para modificar nuestra perspectiva y nuestra actitud en relación con este entorno colectivo. Estas microsituaciones apuntan a crear o recrear lazos entre los individuos, a suscitar modos de confrontación y de participación nuevos. Como por ejemplo el arte relacional. Lo que Rancière pretende no es mediar en la discusión entre estas actitudes (dos fragmentos de una alianza rota entre radicalidad artística y radicalidad política, alianza a la que llamamos estética) sino analizar su origen y sus condiciones de posiblidad; reconstituir la lógica de la relación “estética” entre arte y política de las que derivan y para ello se apoyará en aquello que tienen en común.

 

A la utopía denunciada la primera le opone una potencia liberadora del arte: la de construir un espacio específico, una forma inédita de división del espacio común. La segunda opone las formas modestas de una micropolítica. Una y otra reafirman una misma función comunitaria del arte: la de construir un espacio específico, una forma inédita de construcción del espacio común. La primera (la estética de lo sublime) coloca al arte bajo el signo de la deuda imemorial hacia un Otro absoluto, pero le confiere una misión histórica: constituir un tejido de inscripciones sensibles separado radicalmente del mundo de la equivalencia mercantil de los productos. La segunda (la estética relacional) rechaza las pretensiones de autosuficiencia y los sueños de transformación de la vida pero reafirma una idea esencial: el arte consiste en construir espacios y relaciones para reconfigurar material y simbólicamente el territorio de lo común; desespecificación de los instrumentos materiales o dispositivos propios de las diferentes artes, de la convergencia en una misma idea y práctica del arte como manera de ocupar un lugar, donde se redistribuyen las relaciones entre los cuerpos, las imágenes, los espacios y los tiempos. Es decir las categorías de posición, relación, lugar y tiempo.

 

Arte contemporáneo no consiste en una tendencia común, sino en un objeto que podría definirse: aquello que viene a ocupar el lugar de la pintura, combinaciones de objetos que ocupan los espacios donde antaño se veían los objetos artísticos. Arte no es el concepto común que unifica las distintas artes. Es el dispositivo que las hace visibles. Pintura es un dispositivo de exposición, de una forma de visibilidad del arte, dispositivo que ocupa el mismo lugar y cumple la misma función. Arte designa el recorte de un espacio de presentación por el cual las cosas del arte son identificadas como tal. Y aquello que liga la cuestión de lo común es la constitución, a la vez material y simbólica, de un cierto espacio-tiempo, de una suspensión en relación con las formas ordinarias de la experiencia sensible. El arte es político por la distancia que toma con respecto a sus funciones, por la clase de tiempo y de espacio que instituye, por la manera en que recorta este tiempo y puebla este espacio. Son dos las transformaciones de la función política: dentro de la estética de lo sublime, el espacio-tiempo de un encuentro pasivo con lo heterogéneo pone en conflicto dos regímenes de sensibilidad; dentro del arte relacional, la construcción de una situación indecisa y efímera reclama un desplazamiento de la percepción, una reconfiguración de los lugares. En ambos casos lo propio del arte es operar  un nuevo recorte del espacio material y simbólico. Y es de esa forma donde el arte tiene que ver con la política. Continuará.

 

El desgarrado. Mayo 2022.




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