» 24-05-2022 |
Pero si el arte no es político (ni por lo que transmite del orden del mundo, ni por su representación de lo social) tampoco la política es el ejercicio del poder o la lucha por el poder. “Es la configuración de un espacio específico, el recorte de una esfera especial de experiencia, de objetos planteados como comunes y como dependientes de una decisión común, de sujetos reconocidos como capaces de designar estos objetos y de argumentar sobre ellos” (Rancière 2012, 33). “… la política es el conflicto mismo sobre la existencia de este espacio, sobre la designación de los objetos que atañen a lo común y de los sujetos que tienen la capacidad de una palabra común”. “El hombre dice Aristóteles, es político pues posee la palabra, que pone en común lo justo y lo injusto mientras que el animal solo posee la voz que señala placer y pena”. “Desde siempre la negativa a considerar a ciertas categorías de personas como seres políticos ha tenido que ver con la negativa a considerar como discurso los sonidos que salían de su boca. O bien ha pasado por la constatación de su incapacidad material de ocupar el espacio-tiempo de las cosas políticas” (Rancière 2012, 34). No tienen tiempo de ocupar otro lugar que el de su trabajo, no tienen tiempo de acudir a la Asamblea. Esa falta de tiempo es prohibición naturalizada.
No es el concepto o el ser lo que define la política, es el espacio-tiempo (su existencia, el conflicto que suscita, su exclusión interesada), en una inversión de las categorías aristotélicas que trastoca la metafísica. ¿Qué es, entonces, la política. Es lo que ocurre cuando aquellos que no tienen tiempo se lo toman para plantearse como habitantes de un espacio común. “Esta distribución y redistribución de los lugares y las identidades, de lo visible y lo invisible, del ruido y de la palabra, constituye lo que yo denomino el reparto de lo sensible. La política consiste en reconfigurar el reparto de lo sensible que define lo común de la comunidad, en introducir sujetos nuevos, en volver visible aquello que no lo era y hacer que sean entendidos como hablantes aquellos que no eran percibidos más que como animales ruidosos” (Rancière 2012, 34). La política consiste en este trabajo de creación de disensos y constituye una estética de la política.
“La relación entre estética y política es, para ser más precisos, la relación entre la estética de la política y la política de la estética, entendida esta última como, la manera en que las prácticas y las formas de la visibilidad del arte intervienen en el reparto de lo sensible y en su configuración, de donde recortan espacios y tiempos, sujetos y objetos, lo común y singular”. La lógica del artista “sublime” o del curador “relacional” es la misma: una política del arte que consiste en suspender las coordenadas normales de la experiencia sensorial. El primero desde una forma sensible heterogénea y el segundo mediante el gesto que delinea un espacio común. Ambas ponen en relación la constitución de una forma material y de un espacio simbólico, ligando lo propio del arte a una cierta forma de ser de la comunidad. Política y arte no son pues, dos realidades permanentes (en el tiempo) y separadas (en el espacio). Son dos formas de división de lo sensible, dependientes, tanto una como otra, de un régimen específico de identificación.
Reparemos en lo que nos propone Rancière. No es el concepto lo que define la política o el arte; no es la sustancia o el ser. No son dos realidades permanentes (en el tiempo) y separadas (en el espacio). Lo que define ambas disciplinas es una cierta partición de lo sensible dependiente, tanto una como otra, de un régimen específico de identificación. Será esa partición de lo sensible (posición, relación, espacio y tiempo) lo que, a través de un régimen de identificación (en el caso del arte los regímenes: ético, representativo y estético; en el caso de la política los regímenes de la política y la policía) la que las categorice. Se ha roto la conexión natural entre las disciplinas y la experiencia “normal” (ontológca). Nos hallamos ante una experiencia sensible heterogénea, ante un disenso. Se han suspendido las coordenadas normales de la experiencia sensorial.
La experiencia normal de régimen representativo del arte era el contexto común entre artista y espectador, una homogeneidad: la naturaleza, la figuración, el tema. Era el empeño de aplicar una forma a una materia. En la política era la legitimación de ciertos colectivos para ejercer el poder (los viejos, los nobles, los fuertes, los sabios…), de acuerdo con determinadas particiones de los sensible. Lo que Rancière llama la policía. La auténtica política rompe con esa tradición de legitimación para introducir la de los sin parte, la de los excluidos, la de los que no tienen tiempo, conocimientos, fuerza o experiencia para ejercer el poder: la democracia. La parte de los sin parte. Estamos otra vez en la heterogeneidad y en el disenso. Y eso es lo que une a estética y política. La práctica del disenso, una reordenación de la partición de lo sensible, la heterogeneidad del contexto. Pero de paso y sin publicitarlo se rompe la bella división metafísica de las categorías aristotélicas y de paso la ontología (el liderazgo del ser) . La sustancia, el ser, ya no será más la categoría principal.
El desgarrado. mayo 2022.