» 07-01-2024

El relato 36. El relato científico. Inferencia inductiva.

He caracterizado al relato como método de conocimiento del mundo mítico, en el que la verosimilitud (característica del relato según Aristóteles) alcanzaba el valor de cuasi verdad. A diferencia del mundo clásico en el que la metafísica se erige en sistema de conocimiento racional asentado sobre la triada: abstracción-universalización-ley como método de conocimiento, la lógica como mecanismo de alcanzar la verdad absoluta por el razonamiento deductivo y el entronizamiento de la causalidad como relación universal determinante, el mundo mítico podría caracterizarse como descripción (relato)-revelación-ley como forma de conocimiento, la analógica (topológica), como mecanismo de alcanzar la verdad y  el destino como relación determinante. El relato asume en la mítica la cualidad de forma de conocimiento (causal, secuencial, necesario, verosímil) aunando características que en la metafísica clásica se desperdigarán en diversos soportes y funciones. 

 

También he afirmado reiteradamente que el relato -en el tránsito del mundo mítico al clásico- se convertió, como forma de subsistencia, en arte, aunque conservara un halo de realidad inconstatable: cine, literatura, plástica, etc. Ha llegado el momento en que dé un paso más y caracterice al relato como forma de conocimiento, también en el mundo clásico. Para ello me valgo del libro de Hans Reichenbach “La filosofía científica”. FCE. 1953 (1951).  Reichenbach desdeña la búsqueda de la verdad absoluta como imposible, tanto para el racionalismo como para el empirismo, y sitúa en su lugar a la verdad fraccionaria (a la que no llama así) es decir a la probabilidad. La verdad absoluta (como cualquier otro absoluto excepto las constantes físicas) no existe, lo que implica que nuestra certeza en el conocimiento solo puede ser relativa, posibilista, probabilística. Esta afirmación arranca de la afirmación de Hume de que las verdad científica es imposible puesto que la inferencia inductiva (no enumerativa, es decir en los casos en que no conocemos todos los elementos) no conduce a la verdad absoluta y por tanto descarta al empirismo como fuente de verdad. 

 

Esta situación de desamparo se produce tras que el propio Hume hubiera descalificado al conocimiento sintético a priori kantiano, como capaz de alcanzar la verdad absoluta. El conocimiento sintético (que “suma” conocimiento) a priori (no empírico es decir: racional) era el candidato de Kant para para solucionar las carencias lógicas de la inducción, en vías al conocimiento científico. Este descarte había situado a la inferencia inductiva -conocimiento sintético a posteriori (empírico) como único camino hacia el conocimiento científico, pero para ello debía ser capaz de lograr la universalidad que requería la verdad absoluta, que es lo que negó Hume. No existe la seguridad “lógica” de que amanezca mañana por más que haya amanecido cada mañana desde hace milenios. Y al entrecomillar “lógica” quiero decir que podría ser posible otro tipo de fundamento necesario (insoslayable) como parecía ser la inferencia inductiva. Si ni la lógica (la deducción) ni la inducción pueden alcanzar la verdad, el conocimiento científico es imposible… y sin embargo ahí está cosechando éxitos. 

 

Solo restaba renunciar al conocimiento absoluto (o dicho de otra manera: con una probabilidad del 100%) y es eso lo que hizo Reichenbach. La teoría de la medida nos había advertido de que la medida exacta es imposible (siempre conlleva un error de observación) por lo que -de alguna manera- ya se había descartado el acceso a la verdad absoluta (como fenómeno, pues como noúmeno, seguía siendo teóricamente posible). Pero el empirismo no estaba para zarandajas como el noúmeno. Además, es evidente que no necesitamos -en general- el número pi con cien decimales para determinar la longitud de una rueda de bicicleta o un arco arquitectónico, es decir, la importancia del error de la inexactitud depende del fin práctico para el que hagamos la medida. Por otra parte la estadística (a través de la teoría de los grandes números y el método Montecarlo) había establecido que el error probabilístico podía disminuirse hasta el límite que se quisiera. Si se disminuía por debajo del error de medida es “como si” la verdad absoluta existiera como noúmeno. En resumen como si existiera. Si bien a nivel lógico la inducción era incierta, a nivel epistemológico (teoría del conocimiento) era asumible. Definitivamente Dios sí jugaba a los dados o por lo menos… es como si jugara.

 

Por tanto -y volviendo al relato- si la ciencia puede vivir (y conseguir éxitos innegables) con una inferencia posibilista (probabilista) podemos afirmar que el relato es una forma científica de conocimiento siempre que reduzcamos el grado de inverosimilitud a límites razonables. El relato no es una forma de conocimiento lógica, pero es una forma de conocimiento epistemológica puesto que se puede asegurar su idoneidad limitando su grado de inexactitud a niveles razonables. El uso del relato a nivel forense o político, su abuso en la publicidad comercial y la propaganda, su capacidad de verdad en el arte (arte plástico, literatura, teatro, cine, TV), el desarrollo de la posverdad, el uso cotidiano de la conjetura probable y de la duda razonable, la fe en la suerte, todo esto abalaba la bondad del relato. Ahora sabemos que la ciencia también. 

 

El desgarrado. Enero 2024.

 




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