» 13-05-2020

Estética 10-2. El gusto como exceso de significación. Continuación.

9) “Lévi-Straruss postula una relación de inadecuación fundamental entre la significación y el conocimiento, que se traduce en un irreductible excedente del significante respecto del significado, cuyas causas se inscriben en el origen mismo del hombre en cuanto homo sapiens” (Agamben 2016, 43). La metafísica se plantea como una relación entre el hombre y un mundo que le es exterior y que puede comprender. Por tanto el mundo tiene un significado que sin embargo no es conocido y que se irá desvelando paulatinamente, a medida que avance el conocimiento. Debido a ello se produce un exceso de significante a la espera de ser colmado de significado.  El conocimiento, lento pero continuo, tiende a igualar el significante con el significado mientras el simbolismo, discontinuo e instantáneo presenta un significante excedente respecto al significado que a medida que se llena de significado por el conocimiento tiende a la igualación. Este excedente (significante fluctuante) es el mana, el amor, la filosofía o la belleza.

 

“Puede decirse que la ciencia antigua deja necesariamente libre en los fenómenos lo que en ellos era pura apariencia (es decir puro significante), abriendo junto a sí un espacio que podía ser ocupado sin contradicción por las ciencias adivinatorias” (Agamben 2016, 47). Es el ejemplo de la astronomía y la astrología que conviven pacíficamente dedicada la primera a explicar los movimientos (ciencia) sin dar razón de las configuraciones (bella apariencia). Son dos especies de saber: un saber que sabe (ciencia) en el que coinciden significante y significado y un saber que no sabe, las ciencias adivinatorias que se sitúan en el significante excedente. Podríamos llamar al primero -siguiendo a Benveniste- saber de lo semántico y al segundo saber de lo semiótico. Entre estos dos saberes coloca Platón la filosofía que “por una parte como manía, se emparienta con la adivinación, pero por la otra, percibiendo el fenómeno como belleza, no se limita a realizar una distribución del significante excedente, sino que lo salva, gracias a la mediación de Eros (Amor), en la idea” Agamben 2016, 48).

 

La ciencia moderna amplía su campo de saber a expensas de las ciencias adivinatorias pero no por ello marca la desaparición del saber que no sabe. a) En la Estética, el no sé qué y el gusto ocuparán -en el significante excedente- el lugar de las ciencias adivinatorias. b) La filología llenará el vacío con la hermenéutica adivinatoria. c) La Economía política (Marx) añadirá al valor de uso (lo útil, el placer gozado) el valor de cambio (aquello que en el objeto no puede ser gozado). El dinero se transforma en pura relación sin contenido (Simmel) en una formulación similar a la de lo bello (Diderot). La forma-valor (al modo del mana de Lévi-Strauss) es un valor simbólico cero, un puro significante. d) El psicoanálisis ocupa el lugar de las ciencias adivinatorias con el inconsciente (un saber que no sabe pero que se revela en símbolos y significantes) y se aproxima a la caracterización de la estética de Leibnitz: conocimiento sensitivo confuso, y a la economía política (economía del placer). Las nuevas ciencias de lo semiótico toman como objeto al saber que no se sabe y al placer que no se goza.

 

La fractura entre significación y conocimiento no se produce fuera del hombre sino en el propio sujeto del saber, en su condición de homo sapiens. Fractura entre hombre hablante (significación) y cognoscente (conocimiento). Mientras en la filosofía antigua el principio del conocimiento se coloca en la Idea (o en Dios), en la ciencia moderna se garantiza la unidad del conocer a través de la ficción de un ego cogito (yo pienso) que se afirma como sujeto único del saber cuestionando el desarrollo de las ciencias humanas: el “Es” en psicoanálisis como sujeto del saber que no se sabe; la estructura (un saber inconsciente sin referencia a un sujeto pensante) en el estructuralismo; los fonemas (un saber independiente del sujeto hablante) en lingüística, que apunta resueltamente a un Otro. El problema se vuelve el de pasaje entre este saber que se sabe y el saber que no se sabe, entre el saber del Otro y el saber del sujeto. El hombre moderno cada vez llega menos a dominar un saber y un placer que no le pertenecen. Entre el Yo y el Otro se abre un abismo. De aquí también la imposibilidad para la lingüística de constituirse en ciencia general del signo (unidad de significante y significado) al no poder suturar la escisión (el exceso de significante) entre el saber de lo semiótico y el de lo semántico.

 

“Tal vez ahora se vuelva visible el sentido del proyecto griego de una filo-sofía, de un amor del saber y de un saber del amor, que no es ni saber del significante ni saber del significado, ni adivinación ni ciencia, ni conocimiento ni placer, y del cual el concepto de gusto constituye su extrema, tardía encarnación. Porque solo un saber que ya no perteneciera al sujeto ni al Otro, pero que se situara en la fractura que los divide, podría decir de veras que “ha salvado el fenómeno” en su puro aparecer, sin restituirlo al ser y a la verdad invisible, ni abandonarlos como significante excedente, a la adivinación” (Agamben 2016, 56). “Saber de amor, filosofía, significa: la belleza debe salvar la verdad y la verdad debe salvar la belleza. En esta doble salvación se realiza el conocimiento” (Agamben 2016, 57). Solo en una unión semejante de placer y conocimiento se daría el sabor.

 

La metafísica centra su labor en la igualdad. La igualdad es una simplificación de las relaciones de la naturaleza que son siempre desiguales… con tal de entender el mundo. La igualdad de las cantidades en el número; de la cosa y el concepto en la lengua (significante y significado); de los hombres en la ética y la política; de las verdades en la lógica. La igualdad de los géneros, del valor en el dinero. Pero esa igualdad no es sino una aspiración, un límite. Las cosas desiguales presentan un exceso de significante (flotante) y en ese exceso se aloja la adivinación, la belleza, el placer, la filosofía, el amor, el inconsciente, la estructura, y en definitiva el Otro. La igualdad es la quimera con la que nos ha engañado la metafísica. Toca ahora rescatar el significante flotante para rehacer la cuenta, y recongigurar un panorama en el que amor, belleza, placer y filosofía tienen por fin un lugar cabal.

 

El desgarrado. Mayo 2020.




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