» 06-08-2020

Estética 13-1. La estética del Gusto de Agamben.

Sigo aquí el texto de G. Agamben “Gusto”, Adriana Hidalgo editora, 2017. La estética del gusto se ciñe a la metafísica. La metafísica se constituye en pares de oposiciones mutuamente excluyentes como material/espiritual, sensible/inteligible, verdad/belleza, conocimiento/placer. Estos pares son una forma de simplificación de la realidad reducida a dos polos sin situaciones intermedias. Según las escuelas (los enfoques) cada uno de los dos polos puede ser el dominante. Para el materialismo domina el polo material y para el idealismo domina el poli espiritual. La metafísica tiene una serie de campos privilegiados como la cantidad, la verdad, el concepto y la ¡igualdad. La igualdad no solo es un campo (ético-político) sino también un método de simplificación de la realidad en el que solo se consideran las especialísimas relaciones de igualdad. El método de la metafísica es la abstracción-universalización-Ley, es decir: simplificación de las cualidades (en el caso de la cantidad se reduce cualquier cualidad al número), universalización a cualquier objeto y finalmente formulación de una Ley de comportamiento.

 

Pero ya Platón reparó en que este sistema mostraba deficiencias: el amor, la filosofía y la estética. El par de oposiciones sabiduría/ignorancia no resultaba excluyente para estos campos lo que hacía aparecer situaciones intermedias: otro polo. La belleza es un saber que no sabe, que no contiene un conocimiento pero que sin embargo juzga certeramente. El placer que produce la belleza es un placer que no goza (no es individual) pero conoce. El par belleza/placer es un par que origina otro saber y otro placer, situaciones intermedias entre los dos polos y por tanto antimetafísicas en el sentido de no excluyentes. La fractura metafísica se deshace de modo que entre los dos polos aparecen posiciones en las que la igualdad/diferencia sustituyen a la oposición excluyente. El legado de Platón a la filosofía occidental es la metafísica -por un lado- y sus excepciones -por otro- La estética sería así una excepción a los pares de oposiciones metafísicas centrada en el gusto.

 

En esta idea profundiza la estética del SXVI al XVIII. El gusto se presenta como ”un saber que no sabe pero goza” y como “un placer que conoce” porque no es discutiendo como se sabe estéticamente sino mediante una suerte de tacto, gusto o intuición. “La idea de una forma de conocimiento distinta, que se opone tanto a la sensación como a la ciencia, y es al mismo tiempo saber y placer, es el rasgo dominante de las primeras definiciones del gusto como juicio sobre lo bello” (Agamben, 2017, 22). El juicio estético es una cierta potencia superior a la intelectual (unida a los sentimientos y no discursiva). Para Leibniz el gusto es una percepción confusa (un saber que no se sabe) de la que no se podría dar suficiente razón. Un no sé qué. Montequieu lo caracteriza como la aplicación de reglas que no se conocen unido a la medida del placer que las cosas proporcionan a los hombres. “Conocimiento del placer y placer del conocimiento” y añade enigmáticamente: “nos complace casi solo aquello que no conocemos”.

 

“El gusto aparece como un sentido supernumerario que no puede hallar lugar en la partición metafísica entre sensible e inteligible pero cuyo exceso define el estatus particular del conocimiento humano” (Agamben 2017, 26). Pero también aparece como el sentido faltante necesario para poder captar todas las cosas. Faltante o supernumerario solo puede ser captado por metáforas, auténtico sentido antimetafísico que permite aquello que por definición es imposible: el conocimiento de la apariencia sensible como verdadera y la percepción de la verdad como apariencia y placer. “Lo bello se constituye, en perfecta simetría con el concepto de gusto, como un significante excesivo que ningún sentido puede percibir adecuadamente ni conocimiento alguno completar” (Agamben 2017, 27). En la teoría del “no sé qué” convergen la doctrina de lo bello y la doctrina del gusto. Hay un no sé qué que enamora, que encanta sin que sea posible encontrar una explicación más clara a ese misterio natural.

 

Montesquieu lo conecta con la sorpresa (la pura y simple inadecuación entre el conocimiento y su objeto), y Descartes, con el asombro (pasión vacía que no tiene más contenido que la percepción de un distanciamiento y de una diferencia entre el objeto y nuestra conciencia). Lo bello, como objeto del gusto, termina confundiéndose con el objeto de la sorpresa: objeto vacío, puro significante que no ha completado ningún significado. Diderot operó el vaciamiento definitivo de la idea de belleza de todo contenido: “todo lo que contiene en sí mismo el poder de suscitar en mi mente la idea de relaciones”… sin que sea necesario valorar el tipo de relación, sino la pura idea de relación en sí y para sí, la pura remisión de una cosa a otra. Su carácter significante, independientemente de cualquier significado concreto, como las relaciones de parentesco que son relaciones significantes puramente formales. En resumen lo bello como significante excedente, y el gusto como el sentido de la significación. Rousseau separa, en nuestras percepciones y sensaciones, lo que atañe a la acción física de su poder en cuanto signos o imágenes (impresiones intelectuales o morales).

 

“En su formulación más radical, la reflexión del SXVIII en torno a lo bello y al gusto culmina así en la remisión a un saber, del cual no puede darse razón porque se sustenta en un puro significante (Unbezeichnung, “ausencia de significado”, definirá Winckelmann a la belleza) y a un placer que permite juzgar, porque se sustenta no en una realidad sustancial, sino en eso que en el objeto es pura significación” (Agamben 2017, 32). Continuará

 

El desgarrado Agosto 2020.




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