» 27-08-2020

Estética 14. La estética de Nietzsche. Agamben “El hombre sin contenido”.

Leo “El hombre sin contenido” de G. Agamben, Áltera, 2005 (1970). Plantea la oposición entre una estética desde el espectador (Kant “Crítica del juicio”) y otra desde el autor (Nietzsche “La genealogía de la moral”). Entre “lo que agrada desinterasadamente” y “una promesa de felicidad”; entre la aistesis (la sensibilidad del espectador) y el punto de vista del creador; entre la esteticidad y la experiencia creativa del artista; del espectador desinteresado al artista interesado. Aparecen otros temas como el terror, el mal gusto como sombra del buen gusto, el coleccionismo como sendero hacia la estética, pero sobre todo de la escisión entre la subjetividad del artista y su materia, dando lugar al arte en absoluta libertad que busca en sí mismo su propio fin. La fractura entre el gusto (facultad que juzga) y el genio (facultad productiva), el juicio estético y la subjetividad artística sin contenido, el principio creativo puro. La fractura que hace del no-arte el contenido del arte. El desgarro. El ready-made (que va de lo industrial a lo artístico) y el pop-art (que va de lo artístico a lo industrial).

 

Para Agamben “No existe una estética en Nietzsche, porque Nietzsche en ningún momento ha considerado el arte a partir del aistesis, de la aprehensión sensible del espectador” (Agamben, 2005, 138). Todo su pensamiento es pensamiento del arte. “Nietzsche situó el arte en el círculo del eterno retorno y en la idea de la voluntad de poder” (Agamben, 2005, 139). En “El nacimiento de la tragedia” dice: “El arte es la más alta tarea del hombre, la verdadera actividad metafísica” (Ibidem). Para entender la frase hay que situarse en la desvalorización de todos los valores, en la ascensión del nihilismo. Existe un nihilismo activo, potencia aumentada del espíritu y enriquecimiento vital, y un nihilismo pasivo, signo de decadencia y de empobrecimiento de la vida, a los que corresponde un arte que nace de la sobreabundancia de la vida y un arte opuesto que nace de la voluntad de vengarse de la vida. Volverá sobre el tema -con variaciones- en “Nietzsche contra Wagner”: “la causa de la creación es el anhelo de fijar, eternizar, ser, o el anhelo de destrucción, cambio, innovación, porvenir devenir” (Agamben, 2005, 140). Cada uno de ellos se bifurca en dos direcciones (interpretaciones).

 

El anhelo de fijar, eternizar, ser, puede fluir, de un lado, 1.1) de gratitud y amor, luminoso y cordial o puede ser 1.2) una voluntad tiránica de quien sufre intensamente, que lucha, que es torturado y que quiere imponer su sufrimiento. Tal es el pesimismo romántico (junto al que se podría distinguir un pesimismo dionisíaco). 2) El anhelo de destrucción, cambio, devenir, por su parte, puede ser 2.1) expresión de fuerza pletórica preñada de futuro (al que denomina arte dionisíaco) o puede ser 2.2) el odio del desfavorecido que destruye, porque le subleva lo existente (al modo anarquista). En definitiva entendía el arte (negación y destrucción de un mundo de la verdad contrapuesto a un mundo de apariencias) como asumiendo un carácter nihilista (activo en lo dionisíaco) de carácter divino, diferenciado de un nihilismo pasivo que correspondería al pesimismo romántico. Es necesario reconocer a las artes su capacidad de ilusión y de error para contrarrestar la tendencia a la náusea y el suicidio a las que nos llevaría la honestidad intelectual en otro caso. El arte entendido como buena voluntad dirigida hacia la apariencia, es esta fuerza contraria. La existencia resultaría, así, soportable en cuanto fenómeno estético. Así entendido, “el arte es la fuerza antitética dirigida contra cualquier voluntad de aniquilación de la vida, el principio anticristiano, antibudista, antinihilista par excellance” (Agamben, 2005, 142).

 

No nos encontramos en el terreno de la estética y del esteticismo. La dimensión en la que Nietzsche sitúa esta tarea metafísica es mucho más alta, “una región en la que el arte, voluntad de poder y eterno retorno se pertenecen recíprocamente en un único círculo”. (Agamben, 2005, 143) Esta tarea metafísica queda explícita en el aforismo que lleva por título “¡Cuidado!” que tras ponernos en guardia ante las interpretaciones simples del mundo (ser vivo, máquina, movimiento cíclico, legalidad, necesidad, creación) acaba diciendo: “¿Cuándo ya no nos oscurecerán todas esas sombras de dios? ¿Cuándo habremos desdivinizado por completo a la Naturaleza? ¿Cuándo podremos comenzar a naturalizarnos con la naturaleza pura, redescubierta, rerredimida” (Agamben, 2005, 145). El mundo es eterno caos, jugadas malogradas, lo que quiere decir que todas las representaciones y las idealizaciones de nuestra conciencia pierden significado: la existencia y el mundo no tienen ni valor ni objetivo, todos los valores se desvalorizan. Las categorías: objetivo, unidad, ser (que daban valor al mundo) nos son arrebatadas de nuevo.  Pero que el carácter conjunto del mundo sea el caos no significa que carezca de necesidad (“no hay más que necesidades”). “Lo sin-objetivo y lo sin-sentido son necesarios; el caos es hado. En la concepción del caos como necesidad y hado, el nihilismo alcanza su forma extrema, aquella en la que se abre a la idea del eterno retorno” (Agamben, 2005, 145).

 

“Imaginemos este pensamiento en su forma más terrible: la esencia tal y como es, sin un final en la nada: el eterno retorno. Esta es la forma extrema del nihilismo: ¡la nada (el no-sentido) eterna! En la idea del eterno retorno el nihilismo alcanza su forma extrema, pero precisamente por eso, entra en una zona en la que se vuelve imposible su superación. El nihilismo realizado y el mensaje de Zaratustra sobre el eterno retorno de lo idéntico pertenecen a un mismo enigma, pero están separados por un abismo. (Agamben, 2005, 146).

 

La esencia del amor para Nietzsche es la voluntad. Amor fati significa:, voluntad de que lo que existe sea lo que es, voluntad del círculo del eterno retorno como círculo vicioso de dios. En el amor fati, el nihilismo se invierte en la extrema aprobación que le da la vida.  “Voluntad de poder y eterno retorno no son ideas que Nietzsche pone casualmente una junto a otra: pertenecen al mismo origen y metafísicamente significan lo mismo. La expresión “voluntad de poder” indica la esencia más íntima del ser, entendido como vida y devenir, y el eterno retorno de lo idéntico es el nombre de “la aproximación más extrema posible de un mundo del devenir a un mundo del ser”” (Agamben, 2005, 148). Resume: “imprimirle al devenir el carácter del ser: esta es la más alta voluntad de poder” (Ibidem).

 

En esta dimensión metafísica la voluntad de poder es el continente del devenir en el que se anuncia el advenimiento del superhombre. Aquí se comprende que el arte es la más alta tarea del hombre, la verdadera actividad metafísica. “En la perspectiva de la superación del nihilismo y la redención del caos, Nietzsche sitúa el arte lejos de cualquier dimensión estética y lo considera en el círculo del eterno retorno y de la voluntad de poder… el rasgo fundamental de la voluntad de poder, en el que se identifica la esencia del hombre y la esencia del devenir universal” (Agamben, 2005, 149). Arte es esta forma en  la que el hombre está en su destino metafísico, el nombre que da al rasgo esencial de la voluntad de poder. Nietzsche considera el arte como potencia metafísica original, todo su pensamiento es pensamiento del arte. El arte tiene más valor que la verdad, lo tenemos para no hundirnos frente a la verdad. El hombre que asume sobre sí mismo el “peso más grande” de la redención de la naturaleza es el hombre del arte, el hombre, que acepta en su propia voluntad la voluntad de poder como rasgo fundamental de todo lo que es y se quiere a sí mismo a partir de esta voluntad, es el superhombre.

 

“Pero en la esencia del arte, que ha atravesado hasta el final su propia nada, domina la voluntad. El arte es la eterna generación de la voluntad de poder. En cuanto tal, se aparta tanto de la actividad del artista como de la sensibilidad del espectador para presentarse como el rasgo fundamental del devenir universal” (Agamben, 2005, 151). La obra de arte donde aparece sin artista, por ejemplo como cuerpo, como organismo… En qué medida el artista no es más que un gran preliminar. El mundo como obra de arte que se engendra a sí misma” (Ibidem).

 

El desgarrado. Agosto 2020.




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