» 07-02-2020

Estética 7-1. La trascendencia de la contradicción. De Kant a Derrida.

Tras la trascendencia física, que caracteriza el sistema del arte ético y la trascendencia metafísica que caracteriza el sistema del arte representativo llegamos a la trascendencia de la contradicción que caracteriza al sistema del arte estético (contemporáneo). Obviamente este nuevo régimen de identificación del arte (por llamarlo como lo llama Rancière) supone la amortización de la metafísica y su sustitución por un nuevo credo filosófico que ha recibido numerosos nombres, como muestra de que no existe consenso sobre lo que cabalmente significa: i-rracional (haciendo referencia a su ajenidad a la razón), posmoderno (por su situación cronológica), de la diferencia (incidiendo en su oposición a la identidad metafísica), relacional (destacando su carácter de juego), de los indecidibles (remarcando su ambigüedad), o como haremos aquí: contradictorio (por su oposición al principio de no contradicción aristotélico). Vamos a tomar impulso desde la filosofía de Kant pasando por Husserl y Heidegger para acabar en Derrida. Sigo en este recorrido a Jordi Massó Castilla “Derrida” RBA 2015.

 

Kant fue el que dio a la trascendencia un estatuto filosófico al identificarlo con lo inteligible (lo adquirido por la mente) que sumado a lo sensible, lo fenomenológico (lo que se adquiere por los sentidos) compone nuestro mundo real. Es la diferencia entre el noumeno (en sí) -al que no se puede llegar por los sentidos- y el fenómeno (lo sensible), que alcanzamos con los sentidos. Nuestro conocimiento del mundo, de la realidad surge de la composición de estas dos facultades. El mundo tal como aparece ante el hombre, es construido por él mismo. Por otra parte, lo estético lo caracteriza por dos precisas propiedades: es una finalidad sin fin y es desinteresado. Ante la imposibilidad de dotarlo de universalidad (y de acuerdo con las leyes de la metafísica: perderlo como fundador de una ley) decide universalizarlo a través del gusto (universalizado por consenso), que generaliza a todos los hombres.

 

Con Husserl empiezan los movimientos dirigidos a desmontar la metafísica. La separación del mundo (sensible) y la conciencia inteligible (donde se forma la imagen del mundo) había conducido a un solipsismo que amenazaba el andamiaje metafísico: la conciencia autosuficiente. Husserl decide recuperar las cosas en sí mismas, portadoras de una esencia que es su verdad última y su sentido. Las esencias son objetividades que aparecen ante el pensamiento. El conocimiento se articula mediante el establecimiento de la significación que proviene de la intención del sujeto. Esta intención implica un trato con el objeto del que surge su sentido (localizable en la conciencia) en donde ha entrado gracias a la expresión (la voz). El sentido es pues un contenido de la conciencia (ideal y no material) obtenido gracias a esa voz. Pero esta voz no podía ser otra cosa que el logos. La fenomenología husserliana acaba, pues , por sumarse al aparato de la metafísica (dirá Derrida)

 

 

 

Tras él aparece su discípulo Heidegger, quien rehace la ontología, con la vista puesta en deshacer la metafísica. Una filosofía de las esencias que dejara de lado las existencias, servía de poco. El problema no era ¿qué es el hombre? (metafísica) sino ¿cómo es el hombre? Se centraba en el ámbito de lo existente (ente) y olvidaba el ser.  El hombre desaparece de sus escritos para ser sustituido por el dasein (el ser ahí), un modo de ser propio del hombre.

 

Todo esto le parece a Derrida metafísico. A la filosofía de Husserl la llama logocentrismo: la tendencia de la metafísica a asignar al logos el origen de la verdad en general. A la filosofía de Heidegger le achaca la dependencia de la idea de origen (Heidegger había retrotraído su análisis a un momento inicial -presocrático- en el que existía un contacto directo con el ser, no mediatizado por esencias ni sustancias): el ser puede ser desvelado (des-ocultado) y eso es la función de la filosofía.

 

Derrida asume la tarea de superar la metafísica, pero de forma radical y para ello deconstruye la filosofía de sus maestros, el propio mecanismo metafísico.  Ello se produce de acuerdo a dos pasos: 1) el pensamiento metafísico se asienta el el logocentrismo (y sus variantes: logofonocentrismo: voz o falogocentrismo: padre). 2) El logos es único. Aunque en la historia de la filosofía encontremos pares de oposiciones (mente-cuerpo, materia-forma, esencia-existencia…) todas ellas tienden a ser reducidas a un origen, principio o fundamento (uno, ser, causa, o dios). La identidad absorbe la diferencia. No se trata de determinar o invertir las jerarquías sino de superarlas: afirmar la indecisión. Lo mismo nunca puede absorber lo otro (el secreto del texto queda a salvo). Este mecanismo de demolición de la metafísica se llamó deconstrucción (a semejanza de la destrucción heideggeriana).

 

A este mecanismo añade otro: la diferenzia (algo que suena igual que diferencia pero se escribe distinto, es decir solo puede ser detectado en la escritura, en el texto). Y aquí Derrida hace una pirueta increíble: las oposiciones metafísicas no proceden del principio único (uno, ser, todo o dios) que las unifica (metafísicamente) sino de una diferencia originaria: la diferenzia. Evidentemente una diferencia originaria no puede existir (pues se debe ser diferente a algo y en el origen no puede existir ese otro algo). Nos hemos salido de la lógica. Estamos en una nueva forma de pensar. Ni la identidad ni el tiempo son ya lo mismo. La metafísica ha muerto, pero ¿Qué es lo que nos queda?  No nos lo explica, pero se remite al texto. Los textos están constituidos por esas diferenzias irreductibles. Ya no es posible descifrarlos (encontrarles significado). Escribir es todo lo contrario a fijar un sentido (que solo en el habla era factible). Escribir es tejer un entramado de diferencias que se presta a ser leído como un juego en el que el lector no encuentra el sentido originario sino que juega sin poder (ni pretender) conocer su significado: “la ley de su composición y la regla de su juego”. La escritura ha sustituido al logos (la palabra, la voz)

 

El texto guarda siempre un secreto inaccesible para el lector. Hay dos modos diferentes de leer. El primero se afana en penetrar en el secreto del texto. El segundo entiende que esto es imposible: no hay un último sentido al que llegar. El secreto es la condición del texto.

 

El desgarrado. Febrero 2020.

 




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