» 01-03-2020 |
La palabra que podría resumir la caracterización del arte contemporáneo (el que se produce a partir de las vanguardias a principios del siglo XX) que realiza Rancière es heterogeneidad. El arte ético se aviene con la idea de divinidad y es coherente con su verdad intrínseca y sus efectos (Rancière 2012, 39). El arte representativo responde a eso, a una representación y su coherencia reside en el mimetismo de la naturaleza además del empeño de imponer una forma a una materia (que presupone una destreza). Pero el régimen de identificación del arte llamado estético no consigue su estatuto por ser homogéneo con unas directrices a las que se adecua sino porque tiene una forma de ser diferente, por pertenecer a un sensoriun específico, a una cierta forma de aprehensión sensible. El arte estético es una forma sensible heterogénea. “Tiene lugar dentro de una experiencia específica que suspende las conexiones ordinarias no solamente entre apariencia y realidad, sino también entre forma y materia, actividad y pasividad, entendimiento y sensibilidad” (Rancière 2012, 41).
Al decir experiencia ordinaria nos estamos refiriendo a la metafísica y a sus pares de oposiciones excluyentes, que es la experiencia ordinaria durante 25 siglos. En su lugar Rancière coloca el juego que ya había sido enunciado por Kant como la suspensión del libre juego de las facultades (entendimiento: que determina datos sensibles, y sensibilidad: que impone objetos de deseo) y que Schiller había decretado como una forma nueva de división de lo sensible. “El juego es la actividad que no tiene otro fin que ella misma, que no se propone ninguna toma de poder sobre las cosas y sobre las personas” (Rancière 2012, 41). Esta suspensión de la experiencia ordinaria define los objetos del arte por su pertenencia a un sensorium distinto al de la dominación. Define una nueva política: una nueva forma de vivir y una nueva forma de vida en común. “El régimen estético del arte instaura la relación entre las formas de identificación del arte y las formas de comunidad política de una manera que recusa de antemano toda oposición entre un arte autónomo y un arte heterónomo, un arte por el arte y un arte al servicio de la política, un arte del museo y un arte de la calle” (Rancière 2012, 44).
Rancière no relaciona la metafísica con la heterogeneidad de las formas sensibles o con un sensorium específico. Quiere construir una nueva filosofía al margen de la metafísica pero no contra la metafísica. Ir contra la metafísica es hacerla presente y quizás por eso no la nombra. Esta aplicación que hago aquí de las divisiones de lo sensible de Rancière a la metafísica no son sino groseras simplificaciones de un pensamiento que reviste una gran complejidad. Pero no siempre es posible abarcar pensamientos intrincados. Entender que las formas sensibles heterogéneas son formas que eluden los pares metafísicos de oposición entre apariencia y realidad, entre forma y materia, actividad y pasividad, entendimiento y sensibilidad es una simplificación pero una simplificación productiva. Tiempo habrá para abordar el pensamiento de Rancière en toda su complejidad, sobre todo esa vertiente geométrica (el concepto como lugar o situación) que parece abarcarlo plenamente.
Heterogeneidad quiere decir que la relación o no existe o no es aparente. Esas relaciones tan expresivas como la del arte ético (como verdad intrínseca o como efecto, de la divinidad) o la del arte representativo (como imitación o como destreza) desaparecen totalmente en el arte estético. La relación es inencontrable. Rancière no desistirá por ello de buscar esas relaciones o cuando menos esas situaciones en que se producen, en “Problemas y transformaciones del arte crítico” en el volumen citado de “El malestar de la estética”. Para ello analiza la política del choque (mezcla) entre los heterogéneos que se ha producido desde el dadaismo y que revela un mundo escondido debajo de otro: a) el discurso en verso sobre coliflores de Brecht denuncia los intereses escondidos tras las grandes palabras, b) los objetos de los collages, ridiculizaban la pretensión de un arte separado de la vida, c) los objetos del pop denunciaban la pretensión de aislamiento del arte alto, d) la mezcla del glamour y el horror de Vostell mostraban el lado sombrío del sueño americano, e) las proyecciones de Wodiczko acusaban la desigualdad, f) las descripciones de las obras en los museos de Haacke revelaban su carácter de especulación.
Este función polémica del choque de los heterogéneos evoluciona hacia la burla deslegitimadora, el humor, y nuevas formas de composición de los heterogéneos entre las que destacan: el juego, el archivo, el encuentro y el misterio. 1) Juego, con los títulos que remiten a la indecibilidad de las obras, o a la suspensión del sentido. La reduplicación ligeramente desplazada nos invita a descubrir el juego de los signos ocultos. 2) El inventario, reunión de materiales heterogéneos, sean rastros de la historia o simples listas de nombres. El coleccionismo como enciclopedia. 3) El encuentro, o invitación a una relación inesperada. El arte relacional se propone aquí crear relaciones y no objetos, subvenir a una carencia de lazos. 4) El misterio, una cierta manera de ligar los elementos heterogéneos (Godard). Recuperación del simbolismo del que fue concepto central (Beecroft, Boltansky, Viola). Todas estas nuevas formas de composición de heterogéneos no agotan el campo pero nos muestran como la heterogeneidad ocupa el arte actual.
La sensación de desamparo que produce el arte moderno se produce por esta heterogeneidad, por esta exclusión. Al aproximarnos al arte desde nuestra posición metafísica (el hombre como separado del mundo y capaz de comprenderlo) este se nos resiste porque es heterogéneo a las formas metafísicas, a los pares de oposiciones excluyentes (no solamente entre apariencia y realidad, sino también entre forma y materia, actividad y pasividad, entendimiento y sensibilidad), a la ontología de un mundo parado o muerto, a las intuiciones de un espacio y un tiempo como decorados o escenarios de la vida. El principio de no contradicción aristotélico nos obliga a descartar la ambigüedad, la diferenzia, nos impide la deconstrucción metafísica. Los grandes relatos ceden su protagonismo a los microrrelatos de la cotidianidad (Flaubert, Conrad, Woolf, Joyce). Rancière no acepta la posmodernidad como algo separado de la modernidad. La considera su continuación natural. Nada diferente. Disentimos en ello. La posmodernidad (o como se le quiera llamar) es la ruptura (deconstrucción) de la metafísica, de 25 siglos de pensamiento “racional”. ¿Qué consecuencias trae esto a la trascendencia, tal como hasta ahora la hemos contemplado? Eso será objeto de otra entrega.
El desgarrado. Febrero de 2020.