» 04-12-2023

Filosofía y política 6. La realpolitik, La política de estado. El tráfico de votos.

Sobre la realpolitik poco puede decir la filosofía por cuanto es su superación por motivos prácticos. He adelantado al fascismo como realpolitik, y he anunciado que los políticos coquetean con el utilitarismo hasta que el fascismo enseña las orejas. Veremos hoy que la realpolitik y las políticas de Estado -así como la banalización de la democracia- se oponen al concepto filosófico de política como acción ética -aparte de la reflexión cognitiva (como las cosas son- indicándonos como las cosas deben ser. Volveremos sobre temas ya tratados pero vistos ahora desde ese principio utiltarista que es la realpolitik. La realpolitik es el retorcimiento de la ideología por razones prácticas, tan prácticas como que es la única posibilidad de aplicar la política. La política de Estado responde a la idea de que -por encima del bienestar del ciudadano, a veces, no queda más remedio que anteponer las propias necesidades del Estado. Si queremos democracia hemos de hacer concesiones (detrayéndolas de nuestros derechos como ciudadanos) en favor de la política en sí y del Estado. 

 

Empecemos por el principio: la ciudad es un pacto. La aldea tribal ya lo era pero en un ámbito familiar (o cuasifamiliar: todos se conocen y se deben favores). Cuando la cohesión del grupo se efectúa por la ideología en vez de por el parentesco, la ciudad está ahí. La ciudad es un pacto, en cuanto no es obligatoria la pertenencia a la misma. La ausencia de conocimiento entre sus habitantes obliga a crear el derecho que regule las relaciones y que en la aldea tribal era una cuestión asamblearia o de los ancianos, más unos cuantos brocardos ancestrales. La fuerza de la ciudad es la cantidad: que permite acometer empresas cada vez mayores (la muralla, el templo o el granero, por ejemplo), la diversidad: que permite variedad de oferta de oficios, mercancías y relaciones de todo tipo, la seguridad: del número y de la obras de ingeniería, el saber: dimanado de la cantidad y de la diversidad, etc. A cambio el ciudadano paga tributos en prestaciones personales o en especies. Como todo pacto, es susceptible de romperse unilateralmente por cualquiera de los partícipes… esclavos y mujeres a parte. La ciudad es un flujo de personas, conocimientos y mercancías en el que se paga por la seguridad y la oportunidad. La ciudad es el invento sociológico más importante de la historia. La acumulación de riquezas origina la guerra de saqueo, que ya existía en la situación tribal pero que ahora se tecnifica. El caballo de Troya es una muestra de lo importante que era el ingenio para saquear las ciudades.

 

Los tributos los inventaron los sacerdotes como diezmos (la décima parte) y primicias (los primeros frutos) a pagar a los dioses para conseguir su amparo. El templo y el granero son el resultado de esa acumulación de riqueza. Esporádicamente los sacerdotes armaban un ejército (de cazadores) cuando los saqueos se intensificaban, que se disolvía en cuanto cesaba el peligro. Los más aguerridos pronto cayeron en la cuenta que mejor que saquear era establecerse como protector contra los saqueos: el ejército permanente. Su caudillo evolucionará a monarca cuando la institución necesite la intervención divina -por la gracia de Dios- para imponerse a los sacerdotes. De aquí surgió el palacio y la ciudadela. La riqueza se distribuye desigualmente y se hace necesario no solo defenderse los saqueadores exteriores sino también de los interiores. 

 

Monarca, sacerdote y político son lo mismo, puesto que rigen los destinos de la ciudad. Se impone una férrea jerarquía para sustentar la desigualdad. Lo que aquí nos interesa es que el pacto de ciudadanía sigue vigente por lo que sacerdotes, monarcas y ejército tienen que ofrecer ventajas para atraer ciudadanos que sustentarán militar y civilmente a los gerifaltes. Aún cuando el estado ya no es de libre elección como lo era la ciudad, el pacto de oferta y demanda sigue vigente. Los políticos deben ofrecer una mejor vida a los ciudadanos para captarlos; en el caso de las actuales democracias -de políticos profesionales- a cambio de votos. Por eso es tan patético que  se rasguen las vestiduras cuando está en juego la obtención de un puñado de votos para poder gobernar: así ha sido siempre y así será. Si no idealizaran su labor, como si ser político fuera un sacrificio no lucrativo, no resultaría tan patético. En resumen, la política nació como una forma de camelar. Su dignificación ética fue un invento posterior.

 

El pacto tácito (el contrato social) exige que el político busque y obtenga el bienestar del ciudadano, esa es su misión principal, admitida ampliamente por los políticos. Las ciudades-estado han mutado a Estados modernos, sociales y económicos de derecho y democráticos. Los impuestos han crecido exponencialmente (Piquetti). El destino de los políticos está en las manos (los votos) de los ciudadanos  y el pacto voluntario se ha convertido en obligación (y si no que se lo pregunten a los independentistas). El territorio, la historia, las tradiciones, la lengua… pertenecen al Estado (todavía absoluto para todo esto). Los ciudadanos pueden irse pero ha de ser a un estado constituido. Ni siquiera se permite la apatridia voluntaria. El independentismo es sedición (incluso sin violencia). El Estado ya ha descontado los impuestos de sus nacionales y no permitirá que se los arrebaten. Se pueden ir pero con las manos vacías. Esa injusticia ignominiosa es lo que está en juego en la amnistía a los condenados del procés. Por supuesto que son culpables de haber infringido la ley (con los matices evidentes de la sedición incruenta) pero, una ley injusta y abusiva. Por eso la amnistía tiene sentido. 

 

Todo ahora es utilitarismo. La ideología ha sucumbido a manos de los pactos y coaliciones, Los políticos profesionales son altos empleados y poco más, que buscan el más alto salario y cuantas prebendas se puedan obtener. Los partidos intentan ocupar el centro político para tener el mayor número de votantes, porque los políticos son cazavotos y poltronistas. La izquierda pasa de Marx o de Lenin, los comunistas se esconden en siglas anodinas; la derecha se lanza en brazos del ultraliberalismo ferozmente capitalista y monetarista en el que solo importa el éxito en una lid extrema y cruel. La desigualdad avanza inexorable; las clases medias desaparecen en una polarización pobres/ricos (Steglitz). Los políticos se apuntan al nuevo capitalismo de gestión en el que la elite capitalista les ofrece puertas giratorias, puestos en Consejos de administración, comisiones, puestos de honor con sueldos millonarios y otras perversiones, a cambio de un sesgo decididamente favorable, exenciones de impuestos, legislación ad hoc, prevaricación, etc. El contubernio políticos/capitalistas funciona a la perfección. Todo organizado a mayor gloria de la ley de los dividendos. Los gestores financieros (de la especulación) acechan los ahorros de los trabajadores con engaños (acciones preferentes y subordinadfas, fondos de inversión que esconden activos tóxicos, crisis cuyo único  fin es rebajar los salarios y las prestaciones sociales, criptomonedas, bancos-gangters). 

 

La idea de los partidos con altura de miras, las políticas de Estado, la “grandeur”,  son siempre maniobras para desideologizar los partidos descendiendo al barro de la expoliación económica de los más desfavorecidos. El mantra dice que lo primero que hay que salvar es el Estado, pues sin él no hay beneficios para nadie. Y así se mete la tijera de los recortes, siempre a los que menos tienen… pero son mayoría. Cada vez que se propone un gasto social o laboral los agoreros empiezan a llorar lamentándose: ¡de donde vamos a sacar el dinero! No es tan difícil: de los paraísos fiscales, de las exenciones, de las grandes fortunas, de los bancos de “la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas”. El dinero hay que sacarlo de donde está: en los bolsillos de los capitalistas y los gestores (políticos, financieros y directivos societarios). Y mientras la deuda sigue creciendo y con ella, los intereses que abultan los bolsillos de los capitalistas. La deuda no es una desgracia. es un instrumento financiero. Como las crisis periódicas, como los cracks financieros, como los rescates bancarios. Una maniobra de trasferencia de fondos de los pobres a los ricos. Como su nombre indica son los propietarios del capital y lo quieren ¡ya! Parece el lamento del ideologista pobre pero solo es la enumeración de todas las trampas a que nos someten. Como diría Rato: ¡es el mercado, amigo, es el mercado!

 

El desgarrado. Diciembre 2023.

 




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