» 30-07-2024 |
Podríamos decir que Peirce funda la filosofía moderna pues revoluciona: la teoría del signo lingüístico, renueva la lógica, establece una nueva clasificación de las categoría y reestructura el concepto de realidad. Y todo ello lo hace relacionando todos esos campos y estableciendo una nueva forma de enfrentarse a los incognoscibles con el pragmatismo. Y funda la filosofía moderna porque empieza por deconstruir a Aristóteles y Descartes y releer a Kant. En todas las disciplinas expuestas la fama se la lleva otro, Saussure, Frege (de Morgan, Bool), James, porque el creador del pragmatismo adolecía de una escandalosa carencia de sentido práctico que le hizo tomar las peores decisiones en cuanto a su carrera. Paradojas del destino. Sigo en este texto a Ramón Vilá Vernis, “Peirce” (2015) RBA.
La metáfora arquitectónica establece que el saber es un edificio construido sobre sólidos fundamentos (los orígenes) y ladrillo sobre ladrillo (saber sobre saber). El edificio era el resultado natural. Peirce se fija en el pensamiento escolástico que Descartes había venido a superar. No es el individuo el que levanta el edifico sino el grupo y no con ideas sino con consensos de ideas (Disputaciones escolásticas). Descartes, buscó en su filosofía unos cimientos ciertos y seguros. En el “Discurso del método” había establecido que la filosofía era introspectiva, intuitiva, ajena a simbolismos notacionales y con una importante presencia de incognoscibles. Todo ello le parece accesorio a Peirce que pretende una clarificación de ideas importante. Analiza nuestra forma de pensar y descubre el convencimiento en los propios argumentos y el candor, que nos hace enormemente crédulos. Las premisas de todo pensar son la duda y la creencia. La duda es insatisfactoria y promueve la investigación, sin embargo la creencia nos inmoviliza. Así la investigación se inicia con la duda y se detiene con la creencia. La verdad no es relevante. Buscamos una creencia que podamos pensar que es verdad. Descartes busca la evidencia: las ideas de claro (explicativo) y distinto (identificable). Peirce añade la de práctico (científico y efectivo), desligado de cualquier incognoscible. Pone en duda… la duda sistemática -a la que sitúa en un lugar secundario- y establece tres modos del método: la tenacidad, la autoridad y lo agradable de la razón, o del apriori: promover el debate hasta alcanzar un consenso.
Respecto a Aristóteles retoma su clasificación de las categorías (elementos fundamentales de la realidad) y destrona al ser de su posición principal entre ellas, lugar que concede a la relación, lo que supone una refundación de la metafísica. Pasando por las categorías de Kant (con quien reconoce su deuda) las reduce a tres: lo primero: la relación con uno mismo (novedad, originalidad, espontaneidad, libertad, posibilidad, presencia, conciencia, etc.); lo segundo: las relación con el otro (negación, compulsión, dependencia, lucha, efecto, diferencia, etc.); y lo tercero: la relación con ambos (crecimiento, aprendizaje, evolución y en general en cualquier relación que implique la existencia de una regla o una intención). Para Kant, “la experiencia proporciona ciertamente casos por los cuales algo acontece habitualmente, pero nunca acontecimientos que sean necesarios” Y concluye: “hay algunos elementos de lo conocido que preceden a todo acto de conocimiento: se trata de los aspectos que ponemos nosotros en nuestra experiencia o más exactamente de las conclusiones que impone nuestra propia situación como sujetos cognoscentes”. Las categorías son condiciones de posibilidad de la experiencia, y poseerán por tanto una aplicabilidad universal. “Podemos conocer el mundo fenoménico, el de las cosas tal como se nos aparecen, pero no el nouménico, el de las cosas tal como son en sí mismas”. Por todo ello concluye Peirce: la esencia de la filosofía de Kant es contemplar el objeto real como determinado por la mente. Visto así, el pragmatismo no sería más que el kantismo llevado hasta sus últimas consecuencias. Kant, en su argumento para establecer la lista de las categorías se basa en el juicio como forma de conocimiento. Peirce discrepa, pues entiende que el acto de conocimiento obedece en realidad a una forma aún más fundamental que el juicio: la representación o la relación semiótica básica. La deducción peirceana de las categorías consistirá en un examen empírico del actos semiótico con el fin de aislar sus elementos básicos e imprescindibles. Considera el acto semiótico como una relación necesariamente, triádica pues la idea de que algo (un signo) represente algo (un objeto) es totalmente ininteligible, si no se introduce un tercero en la relación: el intérprete. Peirce no se conforma -como Kant- con declarar sus categorías las más fundamentales sino que anuncia su comprobación, y para ello, la revisión completa de los conceptos tradicionales de la lógica, con una nueva notación. Su demostración formal es criticada pues depende de su propia notación pero Peirce se defiende aduciendo que la demostración es imposible: simplemente propone una hipótesis que luego deberá comprobarse empíricamente.
Respecto a la lógica, desbarata la idea generalizada (Kant) de que la lógica es una disciplina acabada y completa y propone el cambio de la lógica de clases (propiedades) por la de relaciones (de Morgan) desarrollando una notación específica (Bool), y la funde con las matemáticas (Frege) en las ciencias normativas que también acogen la ética y la estética. De este modo la lógica pasa a ser una ciencia del deber ser y las dos últimas se encaraman al estatus de ciencias teóricas. Por último eleva las relaciones lógicas triádicas a una posición principal por encima de las diádicas aristotélicas. Las formas lógicas tradicionales: deducción (necesaria, sin aporte de nueva información) e inducción (contingente, con aportación de nueva información) se corrigen en el sentido de subdividir la inducción en ella misma y la abducción (más contingente: hipotética, y con aporte de nueva información) que constituirá nuestro medio cotidiano de pensar y el sistema hipotético-deductivo de la ciencia. Este planteamiento de Peirce no resuelve la objeción de Hume a la inducción, y es cierto, puesto que equivale a decir que no necesitamos la verdad para hacer ciencia. Solo necesitamos una manera de entender la verdad de manera que: no la vuelva inalcanzable como hace la filosofía que la exige como principio. Pensar empieza con una abducción (una hipótesis), a la que sigue la deducción y que finalmente termina en la comprobación sistemática (el método de la experiencia). Popper estableció en su “falsacionismo” que cada hipótesis científica fuera refutable a través de la experiencia. Quizás existe una tendencia natural del hombre hacia la verdad de sus conjeturas. Pero “es perfectamente concebible que no haya ningún atajo a la verdad y que solo valga el largo camino de una inducción estadística infinita”. Cabe, incluso, ncluso que esa inducción no diera resultado lo que probaría el error del método.
El giro lingüístico supuso el entronizamiento del lenguaje en la filosofía. Para ello descompuso el signo en tres componentes (frente a los dos de Saussure: significante y significado): signo, objeto e interpretante. El interpretante es una tercera instancia que regula las relaciones entre los dos primeros (la prelación) y con elementos terceros (circunstanciales). Clasifica el signo -aplicando las categorías- en icono (posibilidad), índice (existencial y símbolo (realidad) de acuerdo con el tipo de relaciones que establecen: formales (parecido), espacio-temporales (posición) y convencionales (arbitrarias). Esta clasificación será ampliada a diez elementos por aplicación de las categorías a las relaciones entre categorías y posteriormente a 66. La reducción del ser (existencia) a índice -una categoría entre otras- implica su expulsión como categoría principal. El interpretante no es un componente lógico por lo que no tiene imagen sino utilidad: interpretar la relación entre el signo y el objeto.
Las consecuencias de todo esto en el concepto de realidad son importantes. Empieza por la teoría de la investigación. La investigación es la indagación en la realidad realizada por el investigador necesario. Su misión es recoger, contrastar y comparar los elementos de la realidad. El fin de la investigación es la fijación de la creencia (entendida como guía para la acción o hábito de comportamiento). El único acceso que tenemos al objeto real es el producto final de la investigación. Su labor es subjetiva y, a decir de Peirce, inútil para establecer generalizaciones, aunque observa una convergencia que unifica los resultados. Para ello articula dos concepto: la máxima pragmática y la opinión final. He insinuado que el pragmatismo es aunar la práctica científica con el valor del efecto (el efecto es el objeto) y el rechazo de los incognoscibles. De esta manera pretende Peirce aportar un nuevo criterio formal para clarificar los conceptos (a añadir, a lo claro y lo distinto cartesiano). Para ello debe atender a la finalidad que persigue; los efectos que causa. “La concepción que tengamos de esos efectos es toda nuestra concepción del objeto”. Esta es la máxima pragmática y a lo que James llamó pragmatismo o practicalismo.
Lo real era lo que la filosofía clásica y escolástica discutía y que la moderna había olvidado en su pugna entre racionalismo (idealismo) y empirismo. “Lo real es aquello que, es como es, con independencia de, cómo alguien pueda concebirlo”. Lo real es algo que el sujeto no encuentra en su experiencia inmediata. ¿Donde debe ir a buscarlo? Para la metáfora arquitectónica a los orígenes, a su fuente o a su causa. En una impresión sensible que remite a lo real. Pero ello supone abrir una brecha insalvable entre la mente y la realidad, separadas irremisiblemente. Es la posición del “nominalismo”. Peirce busca lo contrario, no en el origen sino en el producto final del pensamiento, en el efecto. Pero esto no resuelve la discrepancia mente-realidad que incluso se plantea que sea irresoluble… pero ello no impide que consideremos lo real como aquello en lo que nos pondríamos de acuerdo los que nos planteamos la pregunta si tuviéramos tiempo y experiencia: una hipótesis. Pero la discrepancia es en este caso provisional y desaparecerá en la “opinión final”. La hipótesis del consenso, de la opinión final implica que el pensamiento pertenece a la realidad. Es el “realismo escolástico”. Resumamos: la máxima pragmática dice: “La concepción que tengamos de esos efectos (efectos tangibles que produzcan una impresión sobre los sentidos) es toda nuestra concepción del objeto”. Dicho mal y pronto: el objeto es el efecto. La opinión final se identifica con lo real, lo real debe buscarse en el producto final del pensamiento. La clave del acuerdo último es la ausencia de disputa y por tanto de duda. Lo que no tiene cabida es el capricho o el error, aspectos de la conducta no generalizables, excluidos de la identidad. La opinión final es un destino: “… ninguna propensión natural de la mente puede lograr que un hombre escape a la opinión predestinada”. Su argumento (que él mismo juzgaría endeble) es que la creencia en la verdad evoluciona de modo parecido a como lo hacen los demás rasgos de los seres vivos. Argumento darwiniano donde los haya.
Conocer requiere simplificar… cuando el objeto es demasiado complejo. La primera simplificación es cerrar el campo, estudiar solo una parte del problema. Pero eso nos puede conducir obviar campos importantes. El mecanicismo es otro método: el estado del universo esta determinado por los estados anteriores. Si conocemos los orígenes lo conocemos todo. Los éxitos de la tecnología abalaron el método. Peirce invierte el método: en lugar de generalizar los resultados obtenidos en un campo restringido hay que abrir el campo (generalizarlo) antes de generalizar los resultados. La generalización de campos ya se había ensayado en una disciplina concreta: la biología. Se habla siempre de la oposición a la teoría de la evolución por su amplitud, pero también se produjo por su falta de ambición. Una teoría general de la evolución, abierta a todos los ámbitos posibles, era viable. Lo que está determinado es el estado último del universo y no los estadios intermedios. El darwinismo clásico se produce por mutación (variación) y selección natural (adaptación). Ninguna se opone al mecanicismo, al funcionamiento global del universo. Ambos son relativos. Peirce ve el mecanismo como absoluto: la variación universal: tijismo. Y la adaptación universal: sinejismo. Para ello acepta que la precisión en la medición no es un problema local sino universal y por otra parte -partiendo de una selección positiva- aporta el concepto de mediación: todo se adapta a todo; no solo el organismo al ambiente sino también viceversa. “La materia no es más que mente especializada”. “Toda mente comparte la naturaleza de las cosas”. La mente se adapta a la materia y viceversa. La realidad no es independiente del pensamiento. Es una nueva concepción de la realidad.
La mayor parte de la filosofía practicada ha tendido al radicalismo, la separación absoluta de mente y materia. Es una consecuencia del nominalismo: la consideración dualista del mundo. La metafísica tradicional se asienta sobre pares de oposiciones. La alternativa es el triadismo, una idea menos radical, más gradualista, centrada en el futuro y no en el pasado, que procede por continuidad y no por saltos, pragmatista y no nominalista, de mediacion o transicion y no de oposición, centrada finalmente en el fin y no en el origen. En el fondo el dualismo es una simplificación, la elección del mejor modo disponible para entender el mundo. Pero deja muchas incógnitas: ¿Quien ejerce la acción y quien la oposición? ¿Cuáles son las intenciones? ¿Quién empezó? ¿Quién es el primero, quién va antes? Y de aquí la indagación sobre el origen. La cuestión se resolvería si hubiera otra instancia (tercera) que determinara las relaciones entre la primera (acción, causa) y la segunda (reacción, efecto). Y de paso desplazamos el acento de la cosa en sí (el ser) a la relación. Invertimos la importancia de las categorías aristotélicas. “Los objetos ya no son muebles inertes en la sala de estar de la realidad, sino modos de relación”. El ser de las cosas (existencia) se convierte en un modo de ser entre otros, que amplían la realidad: la relación monádica (la posibilidad) y la triádica (la realidad). Esta diferenciación existencia-realidad (diádica-triádica) ilumina las dificultades halladas en la máxima pragmática y la opinión final. Si el contenido real no solo se explica por las reglas generales sino que consiste en ellas, la máxima pragmática implica una revisión mucho más profunda que la prevista. “Cuando se conoce la cosa en un juicio verdadero, ese juicio es literalmente la cosa. Ser rojo no es distinto de ver rojo. Y así el problema se desplaza a la percepción: punto de contacto entre lo mental y lo real. La percepción no puede considerarse ni verdadera ni falsa. Es en un segundo momento del juicio que esa disyuntiva se produce. De la relación (segunda, diádica) al juicio (tercero, triádico). Si es verdadero, el juicio es la cosa en sí misma; si es falso, actúa el interpretante que no interpreta la cosa en sí misma, sino como una inferencia perteneciente a una cadena de inferencias. La continuidad entre lo interior (la mente) y lo exterior (la realidad) se rompe. Lo verdadero y lo falso no puede resolverse retrocediendo hacia el origen sino avanzando hacia el fin: su interpretación última.
Con estas precisiones desaparecen las sombras que afectaban a la teoría del conocimiento peirciana: 1) explica el mecanismo causal; 2) se aclara la revolución pragmática; 3) se rompe con la concepción del sujeto como espectador , convertido, convertido ahora, en participante activo. ¿Conocemos las cosas tal como son en sí mismas? Aquello que la cosa es en sí misma pasa por cómo la determinamos. Forma parte de la opinión final. Y no olvidemos que por la mediación (la adaptación universal recíproca) el objeto también determina la mente. “La manifestación de aquello que somos nosotros y de aquello que está fuera de nosotros… son dos caras de la misma moneda. El proceso de interacción evolutiva consiste precisamente en actualizar las posibilidades de uno y otro en toda su riqueza, lo que significa también desentrañar su confuso entrelanzamiento y desplegarlo como continuidad” Y eso nos remite a si todos conocemos las mismas cosas y del mismo modo en la opinión final (y cualquier equivalente) que “son expresiones parciales y en gran medida engañosas para lo que se pretende expresar”
Al final de su vida Peirce somete su sistema de pensamiento a una progresiva depuración hasta convertirlo en una sistema de las ciencias. La búsqueda de un pensamiento general (libre de particularismos) le conduce a una reordenación de las disciplinas: funde matemáticas y lógica y, descubrir cómo son las cosa cede el lugar a cómo podría suponerse que fueran … en este o en otro universo. Su clasificación de las categorías se encuadra en este nivel de investigación. Amplía el campo de investigación al de las ciencias empíricas (las que se pronuncian sobre el mundo, y no sobre sus modelos). Para ello se desplaza a la fenomenología (Hegel): el estudio de lo que aparece y no de lo que es. Una ciencia de tal generalidad que avanza en la indeterminación. Es el escenario idóneo -dice- para contestar a la pregunta que las matemáticas no podían responder ¿Existe un modelo de pensamiento capaz de expresar todo pensamiento posible? Pero la universalización se opone a la determinación y el pensamiento de Peirce se queda en generalidades, por lealtad a la fenomenología. Reestructura también la lógica que pasa de cómo pensar a cómo “debemos” pensar (una ética) y la asocia a la ética (qué debemos hacer) y a la estética (qué debemos admirar) en las ciencias normativas. Ascienden así estas últimas a la categoría de ciencias teóricas, desde su anterior posición de artes prácticas. En una enigmática afirmación concluye: “en la teoría de las ciencias normativas se esconde el secreto del pragmatismo”. Ello afecta a la opinión final que de elemento lógico se adentra ahora en la ética. Dentro de este panorama de las ciencias normativas se pone en evidencia que las actividades teóricas del sujeto tienen un fin último en la práctica, y que “la representación solo encuentra su pleno sentido en su capacidad de promover el desarrollo de la razonabilidad concreta. Esto es justamente lo que pretende hacer la máxima pragmática, al clarificar el contenido de la representaciones por referencia expresa a la práctica del sujeto”. La posibilidad abierta de que el hombre pueda alcanzar sus fines se contradice con otras de su afirmaciones lo que hace pensar que deben ser entendidos como “principios regulativos”. “La categoría propia de un fin no es la terceridad sino la segundidad”
El desgarrado. Julio 2024.