» 18-12-2019

La 14-11 Legislatura. Intoxicar: constitucionalistas. Líneas rojas.

He repetido hasta la saciedad que el problema son los políticos, su falta de democracia interna (¡el que se mueva no sale en la foto!), su desmesurada codicia (corrupciones, corruptelas y prebendas), su populismo y demagogia, su desafección por la verdad (programas electorales, mentiras, falsas promesas, medias verdades), su propensión al despilfarro electoralista (inauguracionismo, por no llamarle rotondismo), su moral dispersa (robar es bueno, violar es bueno, la unidad de España es buena, la desigualdad es buena, los recortes son buenos; el aborto es malo, la eutanasia es mala, las energías alternativas son malas, los inmigrantes son malos, los comunistas democráticos son malos, el separatismo es malo), su deambular errático (alcoholismo funcional), etc. que no es ahora el momento de explicar, lo que ya he explicado multitud de veces. Pero de todas estas “virtudes” la que más daño hace a la democracia es la intoxicación.  Intoxicar es emponzoñar la verdad para conseguir una realidad (ficticia) alternativa. Vayamos con los ejemplos.

 

1. Constitucionalismo. Es constitucionalista el que cumple (acepta, converge con, acata) la Constitución. La Constitución es un marco jurídico que puede contener directrices políticas, económicas y sociales pero estructuradas como un marco jurídico. La Constitución no es efectiva, si no es completada por las leyes. La Constitución es aprobada en referéndum por el pueblo, lo que no quiere decir que sea comprendida, aceptada en su totalidad o constituya el ideal democrático del pueblo. Es votada y punto. Sí o no. En nuestro caso se votó en un clima de ruido de sables, en una situación jurídico-fáctica de dictadura. Podríamos decir que en un régimen de terror y de esperanza. La Constitución no es “de piedra”. Puede ser reformada pero las condiciones son tan estrictas (mayorías agravadas) que la cosa no es fácil y hoy… imposible. Los EUA han añadido a la Constitución diversas enmiendas de la que la más llamativa es el derecho a portar armas.

 

Cuando un político o una facción (partido) dice que otro partido o facción no es constitucional está diciendo que está fuera de la ley. Como mínimo sería difamación. Su obligación democrática sería -en beneficio de todos- denunciar y aportar las pruebas a los tribunales. No es así. El constitucionalismo es para la derechona (la ultraderecha extendida) un cacareo sin efectos jurídicos. Una intoxicación. Los partidos independentistas no son anticontistucionales sino revisionistas: quieren cambiar la Constitución. En los casos en los que se han extralimitado los han juzgado y condenado. En los otros casos es que, simplemente, están dentro de la ley y de la Constitución. Los partidos de izquierda (llamada radical sin que se explique claramente en que consiste esa redicalidad), son absolutamente constitucionalistas desde el momento en que, ni hay denuncias, ni los jueces han actuado de oficio. Respecto a los partidos que han evolucionado de facciones terroristas me gustaría recordar que eso, la evolución hacia el constitucionalismo, es precisamente los que se les pidió reiteradamente. Ahora que lo han hecho… molestan.

 

En otras ocasiones he llamado a esta situación de intoxicación de los ciudadanos y de exigencia de una supralegalidad, dirigida a no se sabe bien quien: hiper-legalidad. La hiper-legalidad es un vociferio (que no se concreta en ninguna acción política, jurídica o social) que pretende exclusivamente calentar al personal, engañarlo e intoxicarlo, haciéndole creer que corresponde a una situación ilegal. Tal como la derechona (ultraderecha extendida) plantea las cosas, si los objetivos de su hiper-legalidad son los separatistas, entonces ellos se deben llamar integristas o unionistas; si el objetivo es la radicalidad ellos debieran llamarse mansos o conservadores; si su objetivo son los terroristas ellos se debieran llamar… policías o brigada antiterrorista. De ninguna manera constitucionalistas, lo que supone una intoxicación en la que se da a entender que los demás están fuera de la Constitución.

 

2. Diálogo sin líneas rojas. El separatismo democrático (del otro no hablaremos) pretende que las cosas se arreglen con diálogo y con diálogo político. Evidentemente no pueden pretender un diálogo constitucional (jurídico) porque la constitución no les ampara, ni un poquito. Cuando el campo no te favorece lo que tienes que hacer es cambiarlo. El campo jurídico no favorece, optemos por el campo político. “Lo” político no tiene reglas. No, por lo menos las reglas que tiene lo jurídico. La propuesta de los separatistas es: “dado que en lo jurídico no podemos hablar, hablemos en lo político, en lo que nuestras pretensiones pueden tener otra cabida”. Pero solo hay una constitución jurídico-política-económica-social. “Lo político” solo puede ser entendido como una forma de hablar, un diálogo, pero no una plataforma de la que se puedan dimanar consecuencias jurídicas. Entonces los astutos secesionistas inventan una nueva categoría: EL DIÁLOGO (quiero decir el diálogo, con mayúsculas). ¿Que es el diálogo? El diálogo es hablar de la secesión de tú a tú, con consecuencias jurídicas.

 

Y entonces empiezan las componendas. Diálogo sin líneas rojas. Pero ¿líneas rojas por parte de quién? Para los secesionistas quiere decir que se puede hablar de todo, y de tú a tú, al margen de la Constitución, sin que el Estado les ponga trabas. Para los integristas quiere decir diálogo dentro de la Constitución y evidentemente con la diferencia que presupone el Estado hablando con un interlocutor. Tan líneas rojas es exigir el diálogo de nación a nación, sobre cualquier tema, incluso extra-constitucional como marcar la Constitución como límite (en un diálogo político, no lo olvidemos). ¿Es posible un diálogo político? Sí. Pero si no es vinculante. Un diálogo de la trascendencia del que estamos hablando solo puede ser un diálogo jurídico-político. Porque la Constitución es jurídico-política. Todo el tema es ocioso. El diálogo es inútil si no es sobre lo que tiene que ser: sobre lo jurídico-político. ¿Por qué los separatas no lo quieren? Porque no les conviene. ¿Por qué el Estado (el gobierno) no lo acepta? Porque no le conviene. Oí a Mas decir en una entrevista que si el gobierno no acepta el diálogo en las condiciones que proponen los separatas es por que no quiere, porque jurídicamente es posible. Ya sabemos lo que piensa el próximo presidente de la República Catalana. Seguro que lo incluye en la Constitución Catalana. Es como cuando los separatas se quejan de que no hay separación de poderes y exigen que el gobierno influya sobre la fiscalía para salvar a los presos. ¿Doble moral?

 

No se puede dialogar sin un contexto previo. Los separatas lo saben, los integristas lo saben. Se lanzan la palabra diálogo como una arma arrojadiza. “No quieren dialogar, no me cogen el teléfono (¡collons!), Spain sit and talk”. Lo importante es evidenciar que el otro no quiere dialogar. Pero ¿qué quiere decir dialogar? Para los separatas dialogar quiere decir dialogar sobre la independencia, de tú a tú (de gobierno a gobierno) y sin líneas rojas.  Eso no es dialogar. Eso es dialogar con condiciones. Con líneas rojas. Es un diálogo imposible porque ninguno quiere dialogar (ahora Sánchez quiere dialogar porque necesita apoyos para gobernar). Ambos está muchos más cómodos electoralmente con un diálogo imposible, llorando los unos, señalando los otros. Intoxicación.

 

Como decir que la declaración de independencia fue simbólica. Eso es salvar el culo. Ante España, para que las sentencias no tengan contenido. Ante los catalanistas, para que no se les acuse de haber mentido y de situar a los ciudadanos en una situación imposible. Como cualquier cosa para los políticos, estamos en una cuestión electoralista. Los integristas ganan votos oponiéndose a Catañunya. Los secesionistas ganan votos oponiéndose a España. Mientras el pueblo (los pueblos) es intoxicado por ambos. Y mientras se habla de esto no se habla de otras cosas. Admiro la suerte de los separatistas. Todo lo malo cayó en el lado de los españoles y todo lo bueno del suyo: democracia, honradez, laboriosidad, inteligencia. Incluso los políticos. Ellos creen que hay políticos buenos y que además son todos catalanes. Yo no he tenido esa suerte. Para mí todos son malos: los que han caído en Catalunya y los que han caído en España. ¡Cuestión de suerte! Catalunya es una tierra afortunada.

 

El desgarrado. Diciembre 2019.




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