» 10-07-2022

La 14-158 Legislatura. Yolanda Diaz presenta su proyecto “Sumar”. ¿Una política elíptica?

He comentado otras veces la orfandad de los electores que pensamos que otra política es posible y que otra democracia es posible. Y debemos ser muchos dado que cada vez que aparecen nuevas formaciones arrastran gran cantidad de votos (C’s, Podemos, VOX). Después se produce la asimilación, la ambición del “sorpasso” y finalmente la descomposición por el abandono del ideal que los encumbró (El caso de C’s el abandono de la centralidad, en Podemos, el abandono de la indignación transversal). Al final resultan ser los mismos perros con distintos collares. También he comentado otras veces que la política es absolutamente exigente, imponiendo sus fórmulas rancias, dictatoriales, cierrafilistas, corruptas y dominadoras. Las nuevas formaciones se ven en la disyuntiva de luchar con nuevas ideas o plegarse al juego de los asentados (el bipartidismo de rojos y azules), y parece, que todos se pliegan al modelo imperante. También he comentado que la reacción a nuevas formaciones, por parte de las formaciones vigentes,  es visceral -y muchas veces delictiva- como nos mostraba esta semana la extraña pareja Cospedal-Villarejo.

 

La cuestión es que el desapego y la decepción es la situación corriente entre los ciudadanos ante la política. La sensación de que no se merecen, ni tan solo el tiempo de escucharlos, es generalizada. La encuesta del CIS que nos informaba de la aceptación de los políticos por parte del electorado desapareció cuando los números empezaron a ser escandaloso. Un reciente encuesta de la UE afirmaba que el desapego de los ciudadanos por la política alcanza el 85%. No es raro ver (aunque los medios lo ocultan) que muchos mítines no tienen más de 20 personas y que los multitudinarios, en plazas de toros y estadios, se llenan a golpe de dinero negro y financiación ilegal. Las democracias, teóricamente más desarrolladas del mundo (aunque después del intento de golpe de Estado de Trump y el control político de la judicatura, en USA y los últimos resultados de los referéndum suizos, la cosa empieza a ser muy discutible) no alcanzan en sus participación política el 35%. Resumiendo: los ciudadanos han huido de la política (la ignoran), cuando no directamente la odian.

 

Sabemos las razones de que esta situación se produzca. La soberanía del pueblo es una ficción, un bello cuento de hadas que el poder no quiere cumplir ni de coña. Así, la participación del pueblo en la política se reduce a un voto cada cuatro o cinco años. La democracia directa no existe. Soberanía del pueblo… pero sin el pueblo. Las elecciones son  -hoy en día- un festival como el de Eurovisión: una fiesta en la que la música (la democracia) es un subterfugio, una referencia remota, un ideal inalcanzable. Por otra parte la labor ejemplar de los políticos hacia la población es tan deficiente que los ciudadanos entienden que los políticos solo quieren robar, engañar, dominar. ¿Quién querría participar en una empresa de truhanes y delincuentes, en una banda mafiosa? Habría que añadir la sensación de inutilidad de la empresa: los ciudadanos (en general) no perciben la diferencia entre que gobiernen unos u otros. Todos gobiernan para los suyos y ninguno para todos. La desigualdad es la norma. Pero -y ya para remachar estos argumentos- los políticos están especialmente interesados en el desinterés de los ciudadanos. Saben que de la información solo saldrá un mayor desapego y por tanto quieren ciudadanos que no sepan qué hacen los políticos (desinformados) pero que voten puntualmente en las citas electorales (desinformados).

 

Y en este panorama, Yolanda decide que otra política es posible y que debe ser una política de ciudadanos y no de formaciones políticas. No es una nueva política sino una nueva democracia (de facto) frente a la mierdo-democracia virtual en la que vivimos. Naturalmente no lo plantea así, sabiendo el coste electoral que tuvo para Podemos aquello de: “El cielo no se toma por consenso. Se toma por asalto”, sabiendo la reacción (mafiosa) del bipartidismo ante las nuevas formaciones. Desdeña la confrontación abierta para entrar en una lucha de guerrillas. Apuesta por el diálogo (el consenso) frente al despotismo del bipartidismo. Pero no lo dice abiertamente sabiendo que la lucha en campo abierto es imposible. Y al no decirlo es difícil que suscite entusiasmo, acostumbrados como estamos a grandes consignas y eslóganes, vacíos, pero épicos. Y ahí reside el problemas: confiar en la inteligencia del pueblo, en su saber leer entre líneas. Por eso lo que no os dice Yolanda os lo digo yo: Hay que cambiar la Constitución, expurgarla de privilegios e injusticias. Hay que renovar la democracia. Hay que acabar con la desigualdad, con los poderes fácticos, con el imperio de las multinacionales. Hay que recuperar la soberanía del pueblo y la separación de poderes: un ejecutivo que gobierne, un legislativo que legisle para todos y un pode judicial que imparta justicia.

 

Si Yolanda dijera esto no duraría ni cinco minutos (Antes que ella ya Errejón se planteó la misma disyuntiva). Y comprendo que no lo haga, pero la pregunta es obligada ¿cumplirá lo que no ha dicho? En un mundo como el de la política en la que nadie cumple lo que dice ¿cómo podemos confiar en que se cumpla lo que no se dice? Habrá que esperar a ver si todavía queda en el pueblo algo de esperanza, o si ya cualquier empresa ubicada en la política es imposible porque ya no nos queda ni un resquicio de confianza, de apego, de esperanza. Por otra parte: ¡o eso o nada! Quizás ese es el significado último de democracia: lo que no haga yo, no lo hará nadie. Y es un yo que es un nosotros. ¿Un rayo de luz o la misma mierda de siempre? Solo hay una forma de saberlo.

 

El desgarrado. Julio 2022.




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