» 01-09-2022 |
Si Hamlet viviera en nuestra época y en nuestro país, aparte de notar el olor a podrido -en eso la política no ha cambiado- cambiaría su monólogo por el del encabezamiento: ¡Llamar o no llamar. He ahí la cuestión! Los políticos -como los enamorados- se pasan el día diciéndose: “Llama tú. No llama tú. Venga, llama tú.Pues llamemos los dos a la vez. No, llama tú…” llamar es un derecho, pero ¿es un derecho el que te llamen? Parece que el hecho de que te llamen puede ser una cortesía pero no un derecho. Este presunto derecho a la actividad del otro es común en nuestra sociedad. Todos tenemos familiares o amigos (allegados al fin) que se ofenden porque no les ofreces ayuda, o en general porque no te brindas a socorrerles de motu propio. Es una ampliación del deber de socorro legal, ampliación que se extiende a dilucidar quién tiene que llamar.
Somos emocionales (mucho) y racionales (poco). Muchas de las características de nuestra especie se manifiestan en esta distinción. Lo racional puede dar lugar a derechos. Lo emocional, raramente, aunque tiña nuestras relaciones personales. Como he dicho antes, lo que no es un derecho no puede ser exigido y solo mediante la cortesía (la regulación de nuestras relaciones sociales) puede ser gestionado. La oposición ha decidido que el gobierno tiene la obligación de llamarle. Previamente lanza un mensaje claro: ¡No nos avendremos a ninguna iniciativa del gobierno! Uno podría pensar: “¿entonces, a qué llamar?”. Es el doble vínculo que caracteriza la esquizofrenia: si lo haces… mal. Si no lo haces… peor. Este doble vínculo también es una estrategia básica política. “Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio” decía el enamorado. La cuestión es que hagas lo que hagas, la cagas. ¿Quién en esta situación llamaría? Y es que, además, una vez hecha la llamada la estrategia es decir “es que con esta gente no se puede hablar”. Y arreglado.
Los políticos son los gestores del culo. salvar el culo, acomodar el culo en la poltrona y aplicar el teorema del culo: “al amigo el culo, al enemigo por el culo, y al indiferente, la legislación vigente”. No hace falta más para definir a un político. La cuestión ésta de las llamadas (de quien tiene la obligación de hacerlas), así como la cuestión del diálogo (¿tiene el gobierno la obligación de dialogar con la oposición o con los agentes implicados?) son prácticas de salvar el culo. Se trata de que la culpabilidad de cualquier cosa sea achacable al otro. Los accidentes de tráfico son culpa de los conductores; los incendios forestales de los pirómanos, los descerebrados o el clima; las crisis económicas de los ciudadanos por vivir por encima de sus posibilidades o dedicarse a especular con activos tóxicos complejos, etc. Para la oposición, lo más importante (más que la buena marcha de la nación: ¡que se hunda España que ya la levantaremos nosotros! Moroto dixit) es que el culpable sea el gobierno… y viceversa. Porque de la percepción de los votantes de esa culpabilidad dependerá, en las urnas, que el culo de sus señorías se asiente en una poltrona de primera clase (el gobierno) o de segunda (los chiringuitos del stand by). Todo se resume al culo.
Porque llamar se ha convertido en el quid de la política, más importante que la gestión leal y honrada de los asuntos de estado. Al ciudadano ¡ya se sabe! lo que le importa no es la justicia, la seguridad, la economía, la igualdad. Lo que le interesa es quien hace dejación de su obligación de llamar. La llamada o el diálogo son medios, imprescindibles para alcanzar los fines, que son lo que realmente interesa. Pero como no es lo mismo predicar (los medios) que dar trigo (los fines), pues los políticos se entretienen en cruzarse acusaciones de enamorados: ¡llama tú! Forma parte de la intoxicación de la opinión pública que caracteriza nuestra política en particular, y la política mundial en general. Evidentemente la intoxicación tiene un fin: ganar las elecciones y la mullida poltrona bajo el culo que tiene como premio.
El diálogo y la llamada son cortesías políticas necesarias pero no exigibles. Es cierto que pueden llegar a ser muy necesarias para que el turno de partidos no sea un turno de creación y destrucción de leyes (como la de educación o la laboral… por citar las más recurrentes). El consenso implica a las partes y evita -como ha hecho Núñez con los pactos de Casado con respecto a la renovación de los cargos del CSPJ- que el baile de leyes sea la norma de la política. Y el consenso sale del diálogo. Puede llegar a ser no solo necesario sino también conveniente. Pero no es exigible. Practicarlo, o no, es una cuestión electiva del gobierno y de la oposición. Basta ya, pues, de debatir sobre el sexo de los ángeles, sobre los medios y no sobre los fines, sobre la paja y no sobre el grano (en este caso, grano en el culo). Aunque a sus señorías les parezca peregrino, están ahí y cobran, para gobernar y no para hacer el ridí-culo. Aunque sabemos que por el mero hecho de ser ciudadanos seremos severamente castigados, no estaría de más que, de vez en cuando (solo de vez en cuando… no hace falta ser ambiciosos) se centraran en lo que importa y dejaran las zarandajas para los niños, los tertulianos y los enamorados. O tan siquiera por una vez.
El desgarrado. Septiembre 2022.