» 20-07-2023

La 14-169 Legislatura. Terrorismo político. Razón y emoción en las campañas electorales. Parte 1ª.

Leo “El accidente original” Paul Virilio, Amorrortu editores, 2009 (2005). Sabemos poco sobre la guerra. Acerca de ella nos envuelve un pudor como si su sola mención fuera sospechosa. Y sin embargo la guerra ha sido omnipresente en la historia y su importancia no es difícil inferir que es mayor que la que le otorgamos. La guerra no es un accidente de la paz si no el estándar de las relaciones humanas sociales. La guerra es un universal metafísico (accidente absoluto, dice Virilio). La ciudad es un producto de la guerra y el urbanismo es la destrucción (para reconstruir) del paisaje. La dialéctica capitalista producción/consumo bien podría interpretarse como construcción/destrucción, siguiendo el modelo analítico del género masculino en su pulso con el mundo (los niños destripan los juguetes para saber cómo funcionan, no así las niñas). Hoy, la reconstrucción de los países devastados por las guerras es un impresionante motor del negocio económico. En el capítulo (Virilio 2009, 93) “La emoción pública” Virilio analiza la historia (crítica) de la guerra, hasta la situación actual, una buena oportunidad para entender las guerras del mundo y en especial la de Ucrania. Si no “Vis pacem para bellum” (si quieres la paz prepara la guerra) por lo menos deberíamos comprenderla aunque solo sea para entender la lógica militar y el imparable ascenso de la ultraderecha, cuyo fascismo ha sido siempre proclive a la violencia bélica además de la doméstica, homófoba, racista, política, nazionalista, etc.

 

Los conflictos sociales violentos pueden distinguirse en tumultos (desordenados), guerra, arte del asedio (ordenados físicamente) e hiperguerra, arte del pánico mediático (ordenados síquicamente). El asedio (estado de sitio) participa de la dialéctica de la espada y el escudo, las estructuras de ataque (penetración) y de defensa (rechazo) y su objetivo es la disuasión. La fortaleza o la muralla son estructuras de disuasión. Disuasión militar entre ejércitos (guerra) o civil o popular (guerrilla, terrorismo). La disuasión absoluta, estratégicamente hablando, es imposible a no ser (Clausewitz) que la guerra se entienda como defensiva por axioma. La multiplicidad de variables involucradas imposibilita la generalización, excepto quizás en el caso de las armas nucleares. A la guerra de asedio (estática) sucedió la guerra de movimiento (dinámica). A la guerra geoestratégica (del espacio), de los conflictos territoriales, sucedió la guerra de la duración (del tiempo). Hoy los conflictos se han globalizado (mundializado) y el estado de sitio ha evolucionado hacia el desarrollo del miedo pánico que no cesa de extenderse al ritmo de los accidentes, los atentados y las catástrofes. Es la hiperguerra que supera el ámbito político y, en la superación de la geoestrategia a manos de la cronoestrategia, instaura la tiranía de la instantaneidad y la ubicuidad. Alcanza así la guerra la tercera dimensión. Tras la masa (asedio, avance, aplastamiento, movimiento) y la energía (mecánica, química, nuclear, electromagnética) se alcanza la guerra de la información instantánea (t=0), ubicua (en todo lugar), inmediata (e=0). 

 

Y es aquí cuando aflora el sentimiento de inseguridad generalizado, síntoma de un pánico de los confinados en las concentraciones metropolitanas en las que nadie gobierna. Ante esa inseguridad el ciudadano tiende a exigir -a falta de un culpable- un responsable a quien sancionar. De ello se aprovecha el terrorista que amenaza directamente a la democracia representativa parlamentaria e incluso a la democracia de opinión de los informativos, en beneficio de una democracia de emoción pública afectada por el pánico.  La unanimidad de esta emoción pública es el primer síntoma de la falta de democracia. Así se abre camino el reflejo condicionado -ahora sociológico, antes sicológico- producto del terror pánico, ante la difusión exagerada de las amenazas reales o ficticias. La comunicación histérica toma el relevo al consumo extático de hace un siglo, que reside en la interactividad audiovisual gracias a las posibilidades de una conmutación instantánea de las emociones colectivas. Así la estandarización de opiniones propia de la edad industrial da paso a la sincronización de las mentalidades. El campo de juego no es ya el de  la masa de los ejércitos sino la de las víctimas civiles. A esta guerra contra los civiles (tan parecida a las guerras civiles de antaño) le sigue siempre la guerra del movimiento, pero en este caso el movimiento pánico de las poblaciones aterrorizadas. Apiñadas en las metrópolis, las masas urbanas se convierten en el objetivo del terrorismo. 

 

Lo que en esta estrategia de hipertensión es tangible es la concentración demo-topográfica, no la del burgo fortificado, ni la del contorno de las ciudades libres sino el de la nebulosa megapolitana. “La amplitud del terror domina hoy por todos lados el tamaño de la extensión” (Virilio, 2009, 99), la geopolítica del tamaño. Los movimientos de pánico sustituyen definitivamente a los movimientos tácticos de las unidades militares. No es difícil imaginar que, un día, un accidente o una contaminación, provocará un cambio de régimen en la nación afectada (15M, Madrid). La emoción pública de las masas indisciplinadas responde así al gran terrorismo que mueve los hilos del pánico tele-objetivo (los atentados se ajustan a los horarios de audiencia televisiva)- “¡El último bastión de las libertades públicas es solo la masa de las víctimas potenciales!” (Virilio, 2009, 100). La opinión pública cede el paso a la comunidad de emociones mucho más manipulable. La gestión de las emociones se maneja a través del Storytelling empresarial en que un narrador profesional urde una historia con el propósito de inducir ciertos comportamientos, gestionar las emociones. Sin olvidar que los sentimientos (que pueden ser sometidos a la prueba de la racionalidad, no producen reacciones intempestivas) no son lo mismo que las emociones, que escapan fácilmente al control. 

 

¿Opinión pública o emoción pública? En tanto que la primera se construye supuestamente mediante la reflexión en común, gracias a la libertad de prensa pero también a la edición de obras críticas, la emoción pública se provoca impunemente a través del reflejo, mediante la prevalencia de la imagen sobre la palabra. Fácil de generar por la adecuada puesta en escena, se ajusta bien a la cinemática televisiva y a la interactividad de los procedimientos cibernéticos. La emoción pública se asienta bien en los espectáculos audiovisuales, en la liturgia cautivadora y en la repetición programada. Y obviamente la clase política cayó en la tentación de obtener réditos tan fáciles. Como consecuencia el electorado no quiere saber nada de los partidos políticos. La acción de los que gobiernan está resquebrajada por el miedo… al futuro. Pero la tesis del accidente (azaroso) electoral supera a la del atentado (programado). Cuando lo inesperado se repite a intervalos más o menos regulares, se le espera, y este “horizonte de expectativas” pasa a ser, entonces, una obsesión, una sicosis colectiva propicia a cualquier manipulación. El terrorismo masivo y su repercusión mediática inmediata han llevado al miedo a volverse mayoritario y público. El miedo público conduce a la disuasión civil que sucede al miedo al gendarme de las sociedades policiales. Hasta aquí el resumen de lo que dice este capítulo de “El accidente original”.

 

Los partidos políticos han tomado -en la situación electoral- las actitudes terroristas (manipulación de la emoción pública), en detrimento de la opinión pública (libertad de prensa, edición de obras criíticas). Sus actos (el pasado, la historia) y su programa (el futuro, la política propiamente dicha) han sido radicalmente destruidos en beneficio de ese eterno presente que es la campaña electoral perpetua. El voto informado de la racionalidad ha sido enteramente sustituido por la emoción pública ampliamente manipulada por la cinemática televisiva (propaganda electoral) y la interactividad de los procedimientos cibernéticos (las redes sociales). El espectáculo audiovisual (los debates, la crispación, las diatribas), la liturgia cautivadora (demagogia, intoxicación, populismo) y la repetición programada (el argumentario, la machaconería), son ahora las armas de este nuevo terrorismo de partido que controla la política. Y todo esto tiene un nombre: fascismo. Y aquí lo dejo para una segunda parte.

 

El desgarrado. Julio 2023

 

 




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