» 23-10-2020 |
¡Aleluya! Las comunidades autónomas, ocho meses después, comprenden que la solución para el coranavirus es un marco legal nacional con una dirección local. Durante la primera actuación gubernamental el problema para las comunidades no fue otro que su autonomía. No entendieron que era más importante el fondo que la forma. Evidentemente la oposición se opuso radicalmente y consiguió que fuera imposible la dirección nacional. El gobierno tiró la toalla y dejó que cada autonomía dirigiera su empresa. Hoy son las autonomías las que tiran la toalla, a su vez, y exigen esa dirección nacional que reprobaron hace unos meses. ¿Falta de entendimiento? Es probable, pero cuando lo que está en juego son vidas deberían ser más cuidadosos. Durante meses el juego político consistió en echar la culpa al otro (el juego nacional de los partidos). Hoy,ocho comunidades piden el estado de alarma. Se ha acabado el juego: o jugamos todos o rompemos la baraja.
El gobierno gana y las comunidades pierden. La cláusula de cierre es que las comunidades tengan las riendas: marco legal nacional y dirección local. ¡Era tan fácil! Solo era necesario que las autonomías no se hubieran encabronado en que aquello era un intromisión filoanticonstitucional. Solo el Gobierno se percató de que aquello era dramático mientras para las autonomías era una intromisión imperdonable. Hemos perdido seis meses… y muchas vidas. Dos cosas son evidentes: el juego político es nefasto para las vidas de los ciudadanos (no se trata de mejorar la sociedad sino de mejorar la posición particular de cada partido) y el estado de las autonomías adolece de grandes defectos, y no precisamente los que detecta la ultraderecha (el doble gobierno supone una doble moral y una doble gestión). Dos enseñanzas que deberían promover que mejoráramos esa constitución que tantos quieren congelada.
¿Que es la crispación política? Es la impotencia, la imposibilidad del acuerdo, la antipolítica. Decía Clausevitch que la política era la prolongación de la guerra por otros medios. Nuestra política es la continuación de la guerra por los mismos medios: la guerra. En nuestra democracia hemos entrado en guerra dos veces (las dos con Aznar). Contra Irak y contra Marruecos. Poco cruentas pero guerras al fin (la intención es lo que cuenta). En Irak perdimos a 18 militares y en Perejil perdimos cualquier tipo de credibilidad bélica que hayamos podido tener. Pero hay otra guerra interna que es peor: la crispación. Los jóvenes no está inclinados a entrar en la política. Pero es absolutamente necesario que lo hagan porque son los votantes y los dirigentes del futuro. Sin embargo los políticos parecen querer evitar que los votantes existan (como nos explica ese documental de Netflix que tan bien lo explica). Eso no es democracia. Es autocracia y no estoy hablando de forocoches. Los políticos no quieren votantes, porque son imprevisibles, quieren súbditos y eso no nos aleja de las monarquías absolutistas. Como esos jueces decimonónicos con puntillas (y en otros lares con peluca) que manejan su sala como si fuera su reino. Necesitamos modernizarnos. El absolutismo no es de recibo ni en las salas de los jueces.
Es difícil que el gobierne la acierte pero esta vez ha ocurrido y los gobiernos regionales y la oposición le pusieron el palo en la ruedas para que se estrellara. Fue imposible prolongar el estados de alarma y ahora tenemos que retornar a él. Todo fue una estrategia política y no hubo ni un atisbo de mejorar la vida de los ciudadanos. Estamos en manos de irresponsables, de energúmenos cuya meta es gobernar y para nada mejorar la vida de los ciudadanos. Es eso lo que tenemos que votar: irresponsables, energúmenos, desalmados. Si alguien se salva es el gobierno aunque eso no me parece que sea razón suficiente para votarlos. Dudo mucho que hayan hecho todo lo que se podía hacer. Lo que es seguro es que la oposición y los gobiernos autonómicos no han estado a la altura, ¡ni de coña!
El desgarrado. Octubre 2020.