» 15-02-2021

La 14-84 Legislatura. La política catalana frente a su destino.

Dice Rancière que la política no es ni una forma de vida, ni un conjunto de instituciones, ni una forma de gobierno. Añade que no es la lucha por el poder, ni el ejercicio del poder, ni la legitimación del poder. La política es un conflicto, un error, un disentir, un no conformarse (no consensuar). La política es una lucha consigo misma, una falta de acuerdo consigo misma. También dice que política y democracia son lo mismo. Nunca comprenderemos la crisis de la democracia si no entendemos que es la propia crisis de la política. Y para entenderlo -que no es fácil- la política catalana nos puede ayudar. Voy a analizar todas estas afirmaciones tratando de aplicarlas a la política catalana. Una política con mucha historia, no como la USAna que apareció hace poco más de dos siglos y que parece que la acaba de clausurar, al absolver (refrendar) a un político golpista (una contradicción en los términos) pues la política, si más no, es una superación del nacimiento, la riqueza, la virtud, la fuerza y el saber como títulos determinantes del ejercicio del poder (Platón).

 

La política es una forma de superar esos cinco títulos. Porque no hay que vencer sino que hay que convencer y la tarea de convencer es infinita. Los cuatro títulos eran formas de vencer y la política aspira a otra forma. Pero por paradójico que parezca, para no imponer esos títulos no queda más remedio que caer en el litigio, en el conflicto, en el error Y la cosa se convierte en todo eso, porque no hay manera de encontrar el título que procura esa forma de política y es ahí cuando Rancière toma el toro por los cuernos: No se encuentra el título porque no existe, porque no hay título para justificar la política. Y de ahí el litigio, el conflicto. La política no es una forma de consenso, de acuerdo, de pacificación. La política es una forma de disenso, de sentir de forma contraria, de oponerse y de no acomodarse. Decía Hegel que, contra la dialéctica de la vida, hay que procurar la ternura común por las cosas, lo que hace que no se contradigan. Lo que dice Ranciére es que ese consenso es imposible. Hay que vivir (la política) en la confrontación, en el conflicto, en el error. Por la tanto la política no es una forma de vida, una adecuación de conductas y de voluntades. La política es lucha, pero no por el poder sino por la propia vida. Lo que está en juego es la igualdad y la libertad.

 

La política es la imposibilidad de entender la democracia, porque la democracia es el gobierno de aquellos cuyo título para gobernar es inexistente. No es un acuerdo, un consenso, sino que es proceso de desacuerdo, un disenso. La política no es una esencia sino un proceso, pero un proceso de desacuerdo, de imposibilidad de un acuerdo. A lo largo de la historia la política (la democracia) ha creado toda una serie de instituciones, siempre al servicio de los títulos “legítimos” de poder. Pero no es posible identificar esas instituciones con la política o la democracia. La política es ese proceso de disensión, ese desacuerdo, difícilmente identificable con institutos labrados en piedra, ontologizados. La política no pueden ser  instituciones, detenciones en el camino, fosilizaciones del proceso. No son esencias paralizadas. Es un proceso de disenso en perpetua evolución.

 

Y tampoco es una forma de gobierno, una fórmula magistral que se aplica a la convivencia como remedio convivencial magistral. No es una casuística que resuelve los problemas que se van suscitando. La política es el problema. Sin problema no hay política y queda muy lejos de ser una fórmula milagrosa de resolución de problemas. La política crea sus fórmulas mientras evoluciona, mientras se produce como problema. Porque sus fórmulas son ella misma. Nada está preestablecido porque una vez más el proceso es la esencia de la política. La política es el conflicto. En una sociedad metafísica como la nuestra en la que la ontología es la esencia (y perdón por la redundancia), es difícil entender que el devenir sea el ser, o mejor dicho, que ocupa su lugar.

 

¿Cómo se aplica todo esto a la política catalana? Lo que estalla en Catalunya es  el propio concepto de política o de democracia. Ambos (Catalunya y España) entienden que enarbolan la política y la democracia en el sentido correcto, pero resultan opuestas (aunque son simétricas). En eso, resultan política y democracia, pero cuando cada uno de ellos quiere que sea su interpretación la que es la “verdadera” es cuando se rompe el disenso como proceso. Porque no es lo mismo el consenso en la contradicción, que el disenso, que no es posicional, que no admite posicionamientos rígidos. Esgrimiendo “razones” opuestas de raza, historia, geografía o cultura, cada uno se atrinchera en su razón. Es un “conflicto” (no precisamente rancierano) que no tiene solución porque no está hablando de política ni de democracia, están hablando de poder. Es una pelea de gallos cada uno de ellos buscando las prebendas del mando. Por supuesto, nada que ver con el pueblo, con la democracia con la política. Y no descarto que ambos estén absolutamente convencidos de sus razones. Porque el poder emborracha, no solo en su ejercicio sino incluso en su aspiración. Como la coca.

 

El desgarrado. Febrero 2021.

 




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