» 18-12-2024

La 15-5 Legislatura. Ladran… luego cabalgamos.

Decía Twain que el socialismo era un tren en el que los pasajeros se había hecho con la locomotora. Lo decía en el sentido que los que han nacido para obedecer no pueden tomar las riendas. Es el enfoque habitual de los que detentan el poder y que -en un alarde de imaginación- justifican su misión por la ilegitimidad de los demás para desempeñarla. El conservadurismo es así. Pero hay otra manera de entender la frasecita:  no es un problema de reparto de papeles: los que mandan y los que obedecen (la dominación) sino la incapacidad de los nacidos para obedecer de asumir funciones de mando (la falta de cuajo). No impotencia sino falta de costumbre. Es en ese sentido en el que me explico que la izquierda la cague siempre. Porque la estúpida derecha: nacida para mandar por la gracia de Dios, es incapaz de mostrase mejor en el mando que sus oponentes. Resumiendo ambos son inútiles para gobernar los unos por su incapacidad de mandar  (el poder: siempre anhelado y nunca conseguido les enloquece) y los otros por su impotencia de hacerlo con un mínimo de coherencia y efectividad (solo saben gobernar para los suyos, a costa de los demás, es decir desde la desigualdad. Los unos pretenden hacerse con los mandos de la locomotora sin saberla gobernar y los otros solo son capaces de mantener a cada uno en el lugar que Dios les ha dado: sometidos a los que “naturalmente detentan el poder por la gracia de Dios. Es decir: mantener el tren en orden. El secreto de la antigua farsa.

 

Pero ambos se postulan como la solución: los unos para la igualdad -como solución para una desigualdad que es “natural”… lo que no significa deseable- y los otros para el orden natural de las cosas. En cualquier caso: natural.  Evidentemente la posición de los conservadores es topológica y la cambiarían si les hubiera tocado en el otro lado de la tortilla. Ideológicamente no hay color. Solamente desde la estupidez se puede pensar que la sociedad puede funcionar desde la desigualdad, y aún menos, si la ideología que se le opone es la ley del más fuerte, del más competitivo, del de mejor cuna, del más sabio… del mejor nacido o preparado. Nuestras virtudes sociales -ya presentes en los primates: solidaridad, altruismo, generosidad, empatía, no son virtudes cívicas manipulables desde la ideología sino sólidos pilares biológicos de una opción: la sociedad, la comunidad, que la evolución escogió como la más adecuada para el hombre pensante (en el caso de la izquierda: para el hombre y la mujer pensantes). Finalmente las dos facciones son exactamente iguales: pretenden la mejor parte del pastel, la dominación pero partiendo desde distintas posiciones, y con distintas ideologías (si a la liberal se le puede llamar tal). Los mimbres de que están hechos los políticos de uno y otro bando, son exactamente iguales. Por eso se ponen de acuerdo siempre en lo esencial… por más pataletas y trifulcas que pretendan posturear para apoyar su ansia de votos, es decir de poder. 

 

Están de acuerdo en su irresponsabilidad, en lo sagrado de su misión difícilmente pagable con dinero, de lo importante de su figura, de su necesidad inevitable. Y por eso legislan y aplican las leyes evadiendo su responsabilidad y disponiendo de múltiples instituciones que corrijan las desviaciones como el aforamiento, el indulto, la amnistía, conculcan la separación de poderes poniendo en nómina a los jueces en defensa de la ideología propia y en contra de la ajena. Por eso se colman de prebendas, de sobresueldos que compensen su entrega estoica y ejemplar, hasta llegar a la corrupción del “¡por que yo lo valgo!”. Por eso se invisten de honores y dignidades que los sitúan sobre el bien y sobre el mal. Los partidos políticos son asociaciones mafiosas sin democracia interna (más bien autoritarios), financiados ilegalmente, que acuden dopados a las elecciones,  y que mediatizan de tal manera las elecciones que las hacen innecesarias… si no fuera porque la ficción de democracia necesita de algún gesto -por inútil y nimio que sea- para avalarla. Por eso han hecho de la mentira, la iniquidad y la mezquindad su sustento, del poltronismo su objetivo, del cazavotismo la razón de su vida, y del pueblo su felpudo. Pero cuando todas estas cualidades se proyectan hasta lo estratosférico en cuando las cosas les van bien al contrario.

 

Las elecciones (el cazavotismo poltronista) no se puede dejar al albur de unos méritos demostrados, de una idoneidad comprobada, de una honorabilidad a toda prueba. Ni tan siquiera de unas cualidades: de gestión, oratorias, de eficacia de simpatía o den de gentes. No. Todo vale. El filibusterismo, la delincuencia, la peor catadura, la zafiedad manifiesta: el crimen organizado. Hemos sobrepasado tan ampliamente el estadio del insulto y la descalificación que nos parece que las cosas mejoran cuando solo recurren e ello. El libelo, la calumnia, el ataque por cualquier medio (el PP tiene cuatro portavoces, cuatro voluntades dedicadas a destruir -como sea- el prestigio de su enemigo).  Llamarlo oponente o rival sonaría ñoño. Veinte ministros son demasiados pero cuatro perros de presa destinados a la trifulca son -por lo visto- el equipo básico de la confrontación política. Los familiares han entrado en la pugna como objetivos, como en las peores películas del género en que son los rehenes preferidos, la medida de la iniquidad de los villanos. Solo falta un paso para que esto sea como en las películas (no las de políticos sino las de supevillanos): el atentado, los sicarios, el terrorismo portavoz. No sería nuevo. La ultraderecha -con la que coquetea la derecha con desparpajo, con naturalidad, “sin complejos”- ya utilizaba los atentados históricamente.

 

¿Por qué está tan desesperada la derecha? Porque a la izquierda los referentes oposicionales habituales le dan resultados muy positivos. La economía va bien (y no porque en nuestro entorno vaya bien, que la situación de los grandes es patética). El empleo sube en una situación de avance de la robótica. El turismo (nuestra industria nacional) no por molesto resulta menos espectacular. Los derechos individuales -sin estar boyantes- han mejorado notablemente respecto a las etapas conservadoras y las prestaciones sociales (en especial las pensiones) han dado un salto cualitativo. Tenemos paz social (hasta el punto que la patronal ha llegado a enfrentarse con la oposición conservadora). Se podría pensar que ha sido el “rodillo” socialista el que libre de trabas ha protagonizado el empujón. Pues no. estamos en un gobierno a precario en que cada ley se pelea individualmente, y al decir se pelea quiero decir: se dialoga, lo que añade un tufo a democracia que ya habíamos olvidado. ¿España va bien? No, en absoluto. En primer lugar porque el término España es patrimonio de la derecha que lo posee en exclusiva desde que la dictadura la convirtió en “Una, grande y libre”, se vendió al oro americano de las bases de guerra y consintió alegremente en que África empezara en los Pirineos. Y en segundo lugar porque todas las mejoras citadas tienen sombras sobradamente conocidas.

 

Nuestra situación en Europa es como no había sido nunca mientras la oposición se desprestigia contrariando los intereses de la nación (no del gobierno) en su cruzada de reconquista. Y no será porque la situación no sea particularmente convulsa con dos guerras y la ultraderecha adueñándose del poder democrático (exdemocrático habrá que decir). Periódicos franceses e ingleses se preguntan si la política española es la más acertada sobre todo en relación al tratamiento de la inmigración. ¡Que nos tomaran como modelo es más que un sueño! La crisis energética provocada por la guerra de Ucrania fue brillantemente resuelta con la excepción ibérica que habría que unir al jamón y al secreto ibérico como manjares -en este caso- políticos. La inflación si no resuelta se vio prontamente atajada. Ya nadie se acuerda de la prima de riesgo, e incluso se empieza a pensar que los pigs son ellos. ¿Triunfalismo? Nunca he votado a Sánchez (por insuficiente, lo reconozco) pero que su labor no sea magnífica no cabe en cabeza alguna (excluyo a los que piensan con las tripas o con la calculadora). La pregunta es ¿Aceptaría usted que el próximo gobierno del PP y VOX alcance los mismos logros que éste? Si no está informado no responda. Si dudáis comparad el último gobierno de Rajoy con éste (y no me refiero a los ladridos sino a los logros), el de la ley mordaza, el desmantelamiento de la energía verde, la carta blanca a las eléctricas, los rescates a la banca, el incumplimiento de las sentencias contra la banca, las reducciones de derechos individuales, la congelación (en la práctica) de las pensiones, el de los ridículos en las relaciones internacionales, las sentencias por corrupción al PP (sentencias. No imputaciones), etc. Haced balance y -algarabías aparte- pensad si en los últimos mil años hemos estado mejor… alguna vez…todos. No: unos cuantos. Y sopesad, además, que seguramente no será el búho (ni quitándose las gafas pierde el parecido) sino la hija del frutero de la ultraderecha la que  tomará el poder. Privatizar será poco: ¡será la desamortización del patrimonio popular del pueblo!

 

El desgarrado. Diciembre 2024.

 




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