» 25-10-2024 |
El periódico francés “Liberation” publica esta semana una portada en la que reza: “¿Y si España tiene razón?” En el cuerpo del artículo destaca que el país europeo que mejores resultados económicos vuelve a repetir, para este año, es España. ¿Qué diferencia la economía española del resto? No desde luego el informe Pisa sobre educación, la I+D+I, el desarrollo industrial, las mejores universidades, el empleo… Es algo mucho menos llamativo: el modelo inmigratorio: España apuesta por la integración -y si me apuráis- por el mestizaje. Que un periódico del país que inventó el chauvinismo cuestione tan siquiera su modelo de integración frente a uno de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España), los desheredados del mediterráneo, es más que significativo. Y de eso quiero hablaros de inmigración, chauvinismo, patriotismo y -como no-: metafísica.
La ultradrecha hace una extraña amalgama de patriotismo y xenofobia. Por una parte la defensa de la nación, de la integridad nacional frente a las costumbres extranjeras y la inmigración, la soberanía nacional (que no popular) y en definitiva el Estado absoluto, y por otra parte la pureza de la raza, el chauvinismo más absoluto, la expulsión de los extranjeros que buscan una vida mejor en nuestro país, la denostación de su religión y su cultura, etc. Y lo hacen con inquina, con insidia inusitadas, propagando bulos y difundiendo consignas racistas por más que evitan cuidadosamente el término. Tampoco les gusta que se les asocie con los nazis -a los que evidentemente idolatran- ni que les llamen fachas cuando su ideario -con la definición de Habermas en la mano- lo cumple a la perfección. El nazismo llegó al poder por las urnas y se entronizó como dictadura por las armas en un golpe de estado memorable (sesenta millones de muertos). La ultraderecha actual tiene el mismo ideario, la misma carencia de democracia y -como define Habermas- el mismo patriotismo, análisis sesgado de la realidad, violencia, utilitarismo (el fin justifica los medios) y coraje convertido en acoso y abuso.
Cuando Kant escribió -en el ambiente humanista de la Ilustración- la “Crítica de la razón pura”… que no está de más recordar que quiere decir: no estudio de hechos sino de posibilidades de existencia, es decir dogmatismo cero; no imperio de la razón (entendimiento) sobre la experiencia (sensibilidad) sino fusión de ambas, y “pura” en cuanto complementaria de “práctica” es decir el mundo moral. Cuando a finales de SXVIII -en plena era de la Revolución francesa- revolucionó la filosofía, echó en falta una distinción lingüística entre los conceptos “ser” y “estar”, es decir el estatismo y el devenir, lo fijo y lo mutable. Curiosamente, en la traducción española, aquella distinción no era necesaria puesto que en el idioma español (si identificamos los idiomas por la nación que los usa, lo que implicaría que el catalán se llamara andorrano) los verbos (conceptos) “ser” y “estar” se distinguen con inflexibilidad. Y ese hecho lingüístico marca una diferencia idiosincrática fundamental: la ausencia de metafísica del pueblo español. Nuestro libro fundamental, “El quijote” es un libro iconoclasta (trata de acabar con los libros de caballerías… y lo consigue) y -asómbrense- es un libro de humor. En España no ha habido filósofos de importancia porque el tema a reflexionar que se avenía con su carácter: el devenir estaba excluido de la cultura metafísica europea. En resumen: la distinción entre lo que se es (español racial) y lo que se está (español por elección) es para los españoles esencial. La inquisición fue un movimiento religiosos en un país en el que la tolerancia era proverbial (la convivencia de moros, cristianos y judíos, y la dogmática separación). De hecho las dos Españas de Machado son la tolerante y la dogmática.
De todos es sabido (Weber) que Europa se construye en el ideario protestante: el ideal de la riqueza es grato a Dios y la religión es una cuestión personal y no de Estado. En un país como España, en el que la religión dogmática se había fortalecido inusualmente para controlar la laxitud de costumbres sociales que nos caracterizaba históricamente, esa revolución fue imposible… y por tanto la modernidad. Y quien habla de religión puede hablar exactamente igual de política: fuimos el país europeo de las asonadas, los golpes de Estado, los pronunciamientos militares. El dogmatismo sabía como meter en cintura a aquellos libertinos. La leyenda negra nos pintó como un país de dogmáticos cuando éramos un pueblo de liberales ferozmente reprimido por unos dirigentes político-religiosos, en mutua retroalimentación mutua. Cuando la riqueza florecía en Europa nuestros dirigentes religiosos defendieron la condena de la usura que fue como condenarnos a la pobreza. Hoy sabemos que la riqueza de un pueblo es su capacidad de endeudarse. Para ellos, aquello ofendía a Dios. Y procuraron una religión pública, de Estado, institucional. ¡Y así nos va!
Si hubiéramos sido el pueblo intolerante que la religión y la política pretendían que fuéramos -y que protagonizaron una unión contra natura en la “cruzada” española de la dictadura militar contra la democracia republicana- el turismo no habría sido posible. La fotografía de la extrajera, desnuda y hippy, junto a la payesa ibicenca de hábito cuasi monjil, debería haber sido nuestro cartel turístico, y así lo entendieron los extranjeros que nos escogieron como lugar de vacaciones incluso durante la dictadura. Somos tópicamente un país anarquista y ello no refleja sino esas dos Españas que han sido nuestra perdición: el pueblo y el poder. El titular de “Liberatión” es la victoria de la tolerancia (en el tiempo) sobre el chauvinismo (en el espacio). De: el estar, sobre el ser, del conservadurtismo sobre el progresismo. Europa empieza a pensar que “estar” (la ausencia de dogmas… ¡y Dios sabe que Europa es cada vez más dogmática!) es mejor que “ser”. Evidentemente un político -sea de la cuerda que sea- solo puede ser conservador: de su poltrona, de sus privilegios, de sus votantes. No existen políticos de izquierdas si “de izquierdas” significa progresistas, evolutivos, abiertos al cambio. ¡Y que decir de un religioso que ha pretendido fijar hasta la marcha del mundo en un acto de creación original!
Somos hijos de mil leches: centroeuropeos, africanos, asiáticos, mediterráneos, hasta el punto que los íberos nos parecen una rareza y no el origen de nuestro linaje… hijos también, de mil dogmas religiosos. Tenemos fama de anarquistas pero también -interesadamente- de dogmáticos (la reserva espiritual de occidente, la inquisición, la colonización de América). Carecemos del rechazo natural que los sajones tienen por los extranjeros y, por eso nos hemos convertido en un país de acogida y no solo porque tenemos un pasado de emigración huyendo del dogmatismo de turno, sino porque somos así: nos fiamos poco de lo instituido, lo fijo, lo inamovible, somos antiautoritarios, cruzamos la calle por donde no se debe y nos rebelamos contra la imposición de forma violenta. Pues bien, a este pueblo de tolerantes irredentos la fortuna económica le sonríe precisamente por no cerrase a un racismo rancio, una xenofobia interesada y unos pueblos necesitados de ayuda. Quizás Dios si existe.
¡Claro que no es fácil! La difícil situación de ellos se convierte también en difícil para nosotros, pero son seres humanos que buscan lo mismo que nosotros: una vida mejor. Es decir, a pesar de las diferencias de raza, religión o costumbres, somos mucho más parecidos de lo que nos pretenden hacer creer. De hecho la especie humana es la especie con menos variación intraespecífica del universo (Arzuaga). El argumento económico de que los migrantes empeoran nuestra economía se derrumba. Somos la mejor economía europea. Y que sigamos siéndolo depende de nuestros votos. Cada voto a la ultraderecha, a los conservadores a ultranza, es un paso hacia la pobreza. Cada extranjero que trabaja en nuestro país, es una paso hacia el bienestar de ambos, de ellos y de nosotros. Parecemos olvidar lo que significó el nazismo (la preponderancia de la raza aria por exterminación de las razas impuras), y los métodos que utilizaron para conseguirlo: la guerra exterior y la depuración interior.
Es evidente que los ultradogmáticos no pretenden argumentar. Cuando se recurre a la intoxicación de la opinión pública, a los bulos, al catastrofismo, a la negación de la evidencia histórica y a la simulación (ocultación de la intención) es que se está renunciando a dialogar, a alcanzar un acuerdo consensuado, democrático, humano. No serán los políticos los que nos salven de la chusma facha, de los ultradogmáticos, ultraconservadores, ultraderechistas que siempre han estado ahí tomando por la fuerza las riendas de nuestro destino. Para ellos es una posibilidad de empleo que el chaqueterismo que les caracteriza no dejará pasar. Como siempre estamos solos ante el destino y como siempre saldremos adelante. Y solo hay dos caminos: la revolución o el voto. Lo demás son milongas… incluido Milei.
Hablar de nazismo sin hablar del pueblo judío es imposible. La lección histórica es imborrable. Que la ultraderecha esté a favor de las actuales acciones del estado judío (no confundir con el pueblo judío, o con la religión judía) es sintomático. Más allá del lavado de cara que supone -como si el holocausto no fuera con ellos- lo que se trasluce es la violencia, el pragmatismo, la lectura sesgada, el nazionalismo, la irreflexión del coraje desatado, es decir el fascismo. Quien defiende ahora la limpieza étnica es el Estado judío frente a los Estados árabes. Es fácil hacer lecturas en clave religiosa, histórica, política o caracterológica pero lo evidente -causas aparte- es el genocidio, la limpieza étnica, la solución pragmática, la realpolitik. Y esta afirmación no es antisemitismo sino antifascismo. El pueblo judío se ha convertido en una meta-nación que desde su posición económica privilegiada influye en los gobiernos a favor de posiciones del Estado judío o la religión judía. La trinidad católica se impone finalmente a la dualidad sionista. El pueblo-Estado-religión judías conserva la ancestralidad de los pueblos más arcaicos, en una no separación a ultranza de religión, política e idiosincracia (antropología) o en la existencia de un Dios vengador. No significan la modernidad sino la ancestralidad más vetusta y eso incluye la guerra como medio de solucionar conflictos de todo tipo. Pensaréis que la lección de tolerancia que he iniciado al principio ha acabado finalmente en intolerancia manifiesta. Tolerancia es respetar lo que no se entiende. Es un ejercicio de sentimientos y no de razones. Y me temo que entiendo perfectamente lo que Israel está haciendo con palestinos, libaneses… y lo que venga. Todo mi apoyo a ese pueblo que sé que se opone al imperialismo criminal sionista; todo mi apoyo a esa religión cuya ancestralidad necesita una urgente renovación, pero con el respeto que merece la fe. Pero mi condena más firme a un Estado imperialista, xenófobo, racista, dogmático y genocida. Amén.
El desgarrado. Octubre 2024.