» 17-03-2024 |
El conocimiento científico del sexo se puede decir que empezó en los 60’ del siglo pasado debido al tabú que lo ha rodeado siempre. Freud había hecho sus pinitos pero su desconocimiento (el de la época) era enorme (la horda primigenia, el orgasmo vaginal). En su haber tiene que lo puso en la agenda del conocimiento científico. Los grandes antropólogos Frazer, Boas, Malinowsky, Med, aunque interesados, tampoco acertaron con el camino, perdiéndose en el folklore. Será Harris (60’) quien acabe con el relato y hable “culturalmente” del sexo. Reich, Kinsey (40’), y Master y Johnson (60’) se adentran en la cientificidad. Fueron los 80’ los que marcaron el zenit del aperturismo sexual (que habían iniciado los hippies en los 60’) y que a partir de entonces solo ha hecho que menguar. “El mono desnudo” de Morris de 1967 otorgaba el clítoris y el orgasmo, a la especie humana. El punto G (Gräfenberg) investigado en los 40’ hoy se afirma que no existe. Los padres han tenido siempre un gran rechazo a hablar de sexo con sus hijos (es recíproco) quizás porque supone reconocer que algo sucio está en el origen de la vida. Es por lo que la educación sexual ha sido tradicionalmente un fracaso. La fuente de (des)conocimiento para estos es el porno y los amigos. ¿Por qué todo este secretismo?
El sexo es una fuente inagotable de placer, y las fuentes de placer han querido siempre ser controladas por el poder. El placer, la felicidad, el bienestar son herramientas de control y no se puede consentir que cualquiera pueda acceder a ellas. Tanto el poder religioso (que lo relega a la otra vida), como el civil (que se arroga el monopolio del bienestar), así como las andanzas del poder militar con el bromuro (aterrorizado por la homosexualidad), han demonizado el sexo, con tal de controlarlo. El sexo es parte fundamental de las fantasías masculinas de dominación: prostitución, pornografía, esclava sexual, violencia de género, y -aunque de manera implícita- de la femenina del príncipe azul (ver “Señoras y señores” 100, 101, 102). Como en otros campos pensamos que todo lo que ocurre con el sexo es cosa nuestra, desde la violación al intercambio de mujeres pasando por la prostitución y la violencia de género. Como siempre nos equivocamos. Ni siquiera el beso -bisagra entre el amor y el sexo- es específicamente humano. Tanto chimpancés como bonobos lo practican, éstos últimos “con lengua”. Esto es lo que nos pueden enseñar nuestros primos sobre el tema. Sigo a Frans De Waal “El mono que llevamos dentro” 2020(2005), Booket, actualizado en “Diferentes” 2022, Tusquets.
Anatomía. Tanto el pene como los testículos de los bonobos son mayores que los nuestros, estos últimos también en el caso de los chimpancés. En las especies en que las relaciones de las hembras son con un solo macho (harén o monógamas) los testículos son más pequeños porque el semen no tiene que competir con el de otros machos. Las hembras de ambos antropoides presentan grandes tumefacciones en la zona ano-genital que aumentan con cada celo (estro). El clítoris está muy desarrollado.
Las relaciones sexuales. Las hembras bonobas prefieren la cópula de frente y los machos prefieren la tradicional por detrás (pero se avienen), aunque la vulva de la hembra no abre hacia delante como la femenina. La posición frontal permite la percepción de sensaciones visuales a las que la pareja ajusta su ritmo en aras de un mayor disfrute. Tampoco la posición del misionero es original de nuestra especie. El clítoris está muy desarrollado y sobre su existencia existen dos teorías: es un glorioso accidente (hembra pasiva) y es un órgano específico del placer adictivo (hembra activa). La primera teoría ha gozado de tradicional consenso, pero parece que hoy que ya no puede ser sostenida. Las hembras activas se encuentran en muchas especies. Así, tanto machos como hembras son susceptibles de ser incentivados por el placer sexual. Para nuestra especie el dominio sexual y el social se encuentran separados. La razón parece residir en la peculiaridad de nuestra especie de constituir unidades reproductivas, monógamas, estables : la familia nuclear. El hombre colabora en la alimentación y la defensa de las crías y para asegurarse de su paternidad exige la monogamia de la mujer. Las mujeres no tienen época de celo por lo que copulan durante todo el ciclo menstrual. Como tampoco presentan la tumefacción de la zona genital no es posible saber cuando ovulan (cuando son fértiles). El mecanismo para inhibir la excitación de hombres no deseados es el pudor (la ocultación de la vulva) lo que conduce en el extremo a la ocultación permanente de los órganos reproductivos y de la cópula. Este mecanismo de invisibilización solo ocurre en los antropoides cuando una pareja quiere ocultar su idilio para evitar los celos de los machos dominantes.
La sexualidad de los bonobos es peculiar: forma parte de su vida social. Tienen relaciones sexuales de todo tipo y con todo congénere (o similar) -parece que excepto con la madre-, incluida la masturbación, el beso y los movimientos provocativos, y es evidente que gozan con ellas (es la única especie que experimenta aceleración del ritmo cardiaco y contracciones uterinas en el clímax). Distinguen entre las reproductivas (en las que hay eyaculación) y las festivas, en que no o dicho de otra manera existen relaciones totales y relaciones parciales. . La homosexualidad no existe como relación exclusiva con el propio sexo sino que es una parte más de su actividad sexo-social. Para un bonobo tener relaciones sexuales es como para nosotros darnos dos beso de saludo: una cuestión social. Si para nosotros el beso es sexual y social, el bonobo ha ampliado a todas las relaciones sexuales el distintivo de sociales. Podríamos decir que los bonobos son bisexuales pero no es cierto. Son pansexuales. Si hubiera más sexos habría más relaciones. Decir bisexual es distinguir de los heteros y los homo. Aquí no hay distinción posible: con todos, todo el tiempo y de todas las maneras. El sexo es procreación, mecanismo de apaciguamiento, muestra de afecto, modo de obtener comida, modo de aliviar tensiones, etc. La prostitución (entendida como intercambio de sexo por otros bienes) es normal entre los bonobos.
La confusión de la paternidad. Las hembras se benefician de incitar a los machos al sexo y promover la promiscuidad (De Waal 2005, 109). La respuesta es el infanticidio. Muchos mamíferos presentan la conducta de acabar con la vida de las crías engendradas por otro macho cuando toman el mando de un colectivo. De esa manera favorecen la persistencia de sus genes y aceleran el celo de las madres a las que han privado de sus hijos, de modo que estén dispuestas para la procreación con el nuevo macho. Las hembras tratan de defender a sus crías pero sus posibilidades son escasas. Es aquí donde aparece la confusión de la paternidad. Si todas copulan con todos es imposible saber quién es el padre de cada cría Y por lo tanto el infanticidio sería contraproducente, pues acabaría quizás con la propia progenie. Los machos tienden a favorecer a las crías de las hembras con las que han copulado y a través de este impulso reconocen la necesidad del infanticidio. Los bonobos, reyes de la promiscuidad no conocen el infanticidio. Aun así la estrategia primaria de las hembras de chimpancé para evitar el infanticidio es el aislamiento. No es el caso de los que se reincorporan a su grupo en cuanto han dado a luz y vuelven a copular a los pocos meses. La práctica del sexo produce una hormona afectiva (oxitocina) que además de facilitar el coito y la lactancia inhibe la agresividad. Hacer el amor dificulta hacer la guerra.
La familia nuclear. Nuestra especie ha optado por una estrategia diferente. Si bien nos parecemos a las hembras bonobos en que la ovulación no es inmediatamente detectable, y que su actividad sexual se amplía a todo el ciclo menstrual, también presentamos diferencias: la hinchazón genital y el sexo a discreción. En el caso de la hinchazón genital dado que es una señal engañosa nuestra especie escogió no enviar ninguna señal en absoluto. La reducción del sexo a discreción y la ocultación del acto y las partes sexuales, tiene relación con la elección de nuestra especie hacia la familia nuclear: la unión estable de un hombre y una mujer para el desarrollo de las crías. Las características son: la gente se enamora, tiene celos, conoce alguna forma de pudor, busca la privacidad sexual, persigue una figura paterna, y valora los emparejamientos estables.
Y todo ello pasa por la confianza del macho en que la progenie le pertenece, lo que implica que el hombre tenga medios para conocer si las crías son suyas, y la fidelidad de la mujer. La pérdida de la promiscuidad y la dedicación al cuidado de las crías se compensa con qué todo macho puede formar una unidad familiar, cosa que entre los primates depende de la jerarquía. El escaso dimorfismo sexual y el pequeño tamaño de los testículos del macho hacen pensar que esta opción se tomó hace milenios. Muchas de las restricciones morales que rodean a la relaciones sexuales provienen de este acuerdo, pero mientras los chimpancés y los bonobos tienen crías cada cinco o seis años la especie humana aumentó esa tasa de natalidad de natalidad hasta prácticamente una cría al año. La explosión demográfica estaba servida. Finalmente la familia nuclear subviene a las mismas necesidades que las estrategias de otros primates: las mujeres buscan tanta protección y asistencia como pueden obtener y. los varones buscan sexo.
Dominación. Los efectos de la dominación masculina y los privilegios que conlleva siguen estando presentes en nuestra sociedad. Cuando los machos dominan, tienen la facultad de obtener sexo por la violencia: la violación en el caso humano y la cópula forzada en los animales. Forzar una hembra es una opción que no está al alcance de un bonobo y si lo está al alcance de un chimpancé. La opción de la violencia (para obtener la obediencia de la hembra y no para perjudicarla físicamente) se encuentran en el mismo caso. Sin embargo nuestra especie sería la campeona de la violación y de la violencia (impulsada por los celos). La hembra también tiene sus armas de dominación. Además de la obtención de comida a cambio de sexo (a lo que los machos se ven a veces forzados) nos encontramos con la obtención de otros bienes a cambio de sexo, como protección. La confianza de una hembra joven, y por tanto su atrevimiento, fluctúa con el volumen de su hinchazón genital. Al revés que nuestra especie chimpancés y bonobos tienen una clara preferencia por las hembras veteranas, lo que provoca que el acoso de las más jóvenes para obtener comida, sea más intenso. La provocación al sexo mediante la exhibición de la tumefacción genital es habitual.
Crianza cooperativa. Nuestra sociedad está organizada para una crianza cooperativa: una multitud de individuos que trabajan juntos en tareas que benefician al conjunto. “A menudo las mujeres supervisan conjuntamente a los menores, mientras que los varones acometen empresas colectivas como la caza y la defensa del grupo. De este modo la comunidad consigue más de lo que pueda aspirar a lograr cada individuo por sí solo, como conducir una manada de bisontes hacia un precipicio o tirar de redes repletas de peces. Y esta cooperación depende de que todos los machos del grupo tengan la oportunidad de reproducirse. Todo varón debe participar de los beneficios del esfuerzo cooperativo, lo que implica una familia a la que llevar el botín. También implica que todos deben confiar en todos. Su actividad a menudo los aparta de sus parejas durante días o semanas. Solo si hay garantías de que a nadie le pondrán los cuernos, los hombres estarán dispuestos a partir juntos para cazar o hacer la guerra. El dilema de cómo promover la cooperación entre rivales sexuales se resolvió de un solo golpe con el establecimiento de la familia nuclear. Este convenio brindó a cada varón la opción de reproducirse y por ende, incentivos para contribuir al bien común. Así pues, en el vínculo de pareja humano se encuentra la clave para el increíble nivel de cooperación que distingue a nuestra especie. La familia y todo lo que la rodea nos permite elevar las alianzas masculinas a un nuevo nivel, desconocido en otros primates” (De Waal 2005, 133) .
El desgarrado. Marzo 2024.