» 28-04-2024 |
Hoy solo podemos acceder al conocimiento de la mente mediante sus manifestaciones. Las inteligencia empieza por la distinción entre presencia y representación. Lo que es y lo que sirve para algo o para alguien. Lo que remite a sí mismo y lo que remite a otra cosa. De la representación se pasa al simbolismo, cuando la representación se hace arbitraria, un acto de la voluntad. Con estos elementos se pueden realizar las clasificaciones, las listas de cosas que tienen algo en común: lugar, forma, utilidad, tiempo, etc.. Son los rudimentos de la teoría de conjuntos: la inclusión, subconjuntos, las particiones, la división de lo sensible. La clasificación induce la abstracción cuando la pasión por clasificar se atreve con todo. Abstraer es destacar una cualidad en detrimento de otras, por su especial significancia relacional. A la que se llega por un acto de la voluntad que si es grupal es el consenso (y si es inconsciente: el inconsciente colectivo). Así se forma la voluntad común que es el germen de la sociedad volitiva (a añadir a la instintiva).
El salto de los símbolos percibidos (que muestran algún tipo de vínculo perceptible) a los arbitrarios es el gran salto: el salto de las imágenes a los símbolos, de un mundo de presencias a un mundo de representaciones. El simbolismo con más potencia de futuro es el lenguaje que evolucionó de la presencia (el lenguaje onomatopéyico, ideográfico) a la representación (el lenguaje simbólico, arbitrario). El lenguaje supone un gran impulso para el desarrollo de la inteligencia pues supone un gasto mínimo de energía en las representaciones mentales, a la vez que la operatividad más extraordinaria tanto material (por el contenido) como formal (por el continente). Estas últimas dan lugar a la metáfora y a la metonimia (sinecdoque), como avanzada de una multitud de figuras del lenguaje: formas de combinación. Las cosas que se presentan juntas en la naturaleza, o se parecen se, representan -en la mente- las unas a las otras. Esta representación -inicialmente en imágenes- se va convirtiendo en símbolos. Mientras que en la metáfora los términos tienen alguna semejanza entre sí (en ausencia) en el caso de la metonimia la relación entre los términos tienen es más concreta (en presencia), ya sea causa-efecto, parte-todo o continente-contenido, entre otros.
El mecanismo de la inteligencia se origina en la necesidad de conocer el mundo para dominarlo, para sobrevivir. Está ligado al instinto de supervivencia. En una especie tan escasamente dotada de defensas naturales, la presión de la supervivencia debió ser inmensa. Pero ¿por que no tenía defensas? Simplemente había optado por la adaptación al entorno en tiempo real (la inteligencia) y no en tiempo evolutivo (el instinto y las armas estructurales). Eso le permitía desarrollar respuestas específicas para cada caso, para lo que desarrolló la facilidad de crear herramientas. Esta pulsión de dominación se añadía a la heredada por evolución de la dominación instintiva (alimento, territorio, procreación). Bien se puede decir que somos una especie marcada por la dominación. En la metáfora y la metonomia está el germen de la causalidad que será fundamental para el desarrollo operacional de la inteligencia.
Todo esto es un relato: una explicación plausible de que como “pudieron” ser las cosas, una posibilidad. ¿Que valor de verdad tiene? De verdad absoluta: ninguno. De verdad relativa, fraccionaria, probabilidad, tan alto como cuidadosos seamos en la formulación de hipótesis, que no conduzcan a contradicciones o absurdos. Si bien el eslabón perdido paleontológico va aflorando poco a poco, el eslabón perdido mental solo podemos colegirlo por sus consecuencias; es un diagnóstico y no una realidad. Tiene el valor de la razonable aceptación (siempre provisional) de lo que no ha sido rebatido: el método científico… en este caso basado en datos indiciarios que jamás aceptaría un tribunal ecuánime.
¿Se produjo la mente de una vez, en un momento dado o surgió muchas veces en circunstancias distintas? o dicho de otra manera ¿cómo se estabilizan los cambios, sean éstos mutaciones genéticas, recombinaciones de genes, producto de la selección natural, o de la epigénesis. Sabemos que la vida es flujo de energía del entorno al individuo que se ha estabilizado… temporalmente. Lo que se originó o no de una vez, debió ser el mecanismo (los mecanismos) de estabilización pero no la vida como proceso mucho más complejo que el de estabilización. La palabra es irreversibilidad, vencer a la flecha del tiempo. Hace mucho que la termodinámica (y singularmente su segunda ley: la entropía en un sistema cerrado aumenta) trata de este tema y lo hace con métodos estadísticos (estudia el comportamiento de los sistemas en su conjunto y no en su detalle (cada uno, al estilo newtoniano). La vida es una cuestión que solo se puede enfocar desde la probabilidad (termodinámicamente) y podemos estar seguros que lo mismo ocurre con la mente. Sin embargo la ciencia considera que el tiempo es reversible en los procesos físicos y que existe alguna probabilidad de que el vaso se reconstruya y ascienda del suelo a la mesa de la que se cayó, rompiéndose. Todo es relato, relativo, probabilidad (menos esta afirmación que, como toda premisa que empieza por “todo”, es un absoluto). Estamos inmersos en paradojas. Conocer la mente desde la mente es un proceso recursivo, con las limitaciones que comporta.
¿Cómo se desarrolla la inteligencia? La inteligencia tiene un sustrato físico que es el cerebro, el cerebelo, la médula y otros… y en última instancia el sistema nervioso compuesto de neuronas. Todo este sistema se ha desarrollado a lo largo de la evolución por un sistema de “adición” es decir añadiendo nuevas secciones a las ya existentes a medida que se necesitaban. No es un sistema de sustitución lo que implica que las relaciones entre esas secciones deben ser cuidadosamente implementadas para garantizar la coordinación… a posteriori. Recordemos que la selección natural no tiene objetivos. Al principio los diversos módulos se desarrollan independientes y con sistemas de relación débiles o inexistentes. McLean los dividió en tres fases (mezclando lo anatómico y lo funcional): el cerebro reptiliano, (la médula y el cerebelo) el cerebro mamífero (el sistema límbico) y el cerebro racional o humano (córtex frontal). En el momento de la aparición del córtex frontal (con su labor de dirección consciente) se evidenció la necesidad de coordinar todo el sistema. (Ver “señoras y señores 70. Gina Rippon…”
El cerebro desarrolla una nueva estructura -por encima de la antigua- que se extiende sobre el cuerpo calloso (la unión entre los dos hemisferios que en aquel momento era uno). Envuelve las estructuras más antiguas del cerebro; el tallo medular, el tálamo, la amígdala, el hipocampo, la ínsula y el cerebelo. Es el córtex cingulado anterior (CCA). La labor de este CCA es la conexión y coordinación de los sistemas cerebrales que envuelve. Pero esta conexión a posteriori no logra la perfecta unificación y cada cerebro se puede mostrar autónomo en determinadas circunstancias. Es nuestra esquizofrenia congénita que se compadece mal con la identidad única. No somos uno, somos muchos. El córterx frontal tiene voz propia: la consciencia, en contraposición a las otras fases que no acceden a nuestra consciente y que por tanto corresponderían (groseramente) al subconsciente o inconsciente. Como Freud explicó la vía de acceder al consciente de este inconsciente son los sueños y los actos fallidos, con valor indiciario o diagnóstico. Hasta épocas muy recientes no se ha iniciado un programa de conocimiento de la mente mediante observaciones directas que prometen llegar al conocimiento de… nosotros mismos.
El desgarrado. Abril 2024.