» 18-05-2024 |
También el relato (el mito) fue un sistema de pensamiento que, como todos, perseguía la universalización de sus propuestas (la certeza absoluta, la seguridad en todo tiempo y lugar) y la predicción del futuro, la anticipación de lo por venir. Para lo segundo el relato copia a la naturaleza y realiza propuestas que son “como si” fueran naturales. Este parecido con la vida se obtiene -además de por copiarla- por la: secuencialidad, causalidad, necesariedad (un tipo de necesidad consistente en no hacer intervenir secuencias que no son relevantes para la narración, y que caracteriza a todos los relatos desde el mito hasta el cine), intriga (despertar el interés es vital. Sin público no hay relato). Respecto a lo primero el relato sacrifica la esencia de verdad por su apariencia: la verosimilitud (derivada de su parecido con lo real). Como en todos estos sistemas de pensamiento míticos se producen fallos pero también aproximaciones a la verdad, en este caso, entendida como la verdad natural, la naturaleza en su apariencia. El relato ha sido tratado profusamente en este blog en “El relato”, “Relato”, “La novela y el relato”“La muerte de la metafísica” 10 y 13, “El relato. La fuerza del pensamiento débil” “Videoarte y relato”, etc. a los que os remito.
El relato toma otra característica de verdad para reforzar su posición: la función ejemplarizante el valor de paradigma (el particular que tiene validez general). El mito llegó a ser la lógica de nuestros antepasados. No solo explicaba la historia de un pueblo sino también sus orígenes, su nacimiento y su consolidación y de paso el origen del mundo (cosmogénesis). Pero era también un modelo de comportamiento social y moral (no otra cosa son los cuentos infantiles: una escuela de socialización y de ética… aunque a veces se les vaya la mano, por lo menos desde los estándares actuales). Sin olvidar el valor épico y epopéyico que tienen como materialización de las fantasías masculinas y femeninas ya expuestas en “Señoras y señores”98-102: fantasías cognitivas y sexuales. No puede ser tildado, por ello, sino como de sistema de pensamiento. De hecho los mitos marcan una fase de la evolución de la inteligencia (ver “La condición humana 4”) que no sabemos cuando empieza (probablemente con la domesticación del fuego 300.000 años atrás, cuando la noche pudo ser habitada y se contaban historias junto al fuego, y que acaba con la aparición del logos hace 25 siglos.
El relato -pronto asociado con la poesía y la música- forma parte -como literatura- de la historia de los orígenes del arte como pensamiento, pero tras la catástrofe racional (la aparición del logos) conserva en gran manera su capacidad de verdad como se muestra en la novela y en el cine. ¿Cómo una especie autodenominada racional funda y usa la novela (un relato de ficción sin valor científico) es una paradoja más de las que rodean al imperio de la razón: la metafísica.? Que las noticias (un uso científico del relato centrado en la información veraz) hagan uso del “contenido humano” de las informaciones es asombroso, a no ser que estemos todavía inmersos en un sistema mítico. El cine con sus biopics, su final feliz y sus rancias moralinas socio-políticas no es menos sorprendente. El mito no solo no cede ante la presión del logos sino que recupera espacio inexorablemente. No en vano la palabra “mítico” se ha hecho omniabarcativa.
Todo lo dicho hace referencia al contenido del relato, pero no podemos quedarnos ahí. La forma: el lenguaje, tiene también una importancia sustancial. El lenguaje es la moneda que usa nuestra mente para lidiar con la realidad, traducirla y manipularla. Simbolizamos la realidad en palabras (hay otras simbolizaciones pero ninguna se la compara). Mas allá de si el lenguaje funda la inteligencia (como el dinero funda el capitalismo), es evidente que es el sustento de la misma. Los argumentos formales (independientes de lo que significan, de lo que contienen) son los preferidos del pensamiento en cuanto son intocables por lo real. La lógica (formal) es el ejemplo perfecto. Lo que pretende la lógica (y lo consigue parcialmente) es que el procedimiento de pensamiento sea independiente de lo que significa, dependa exclusivamente de la forma. Y digo parcialmente porque aunque la forma de las premisas es determinante no se consigue el sueño de la independencia, que no supondría otra cosa que la desconexión de las palabras de las cosas (Foucault). A la cadena de significados Saussure unió la cadena de significantes. Los atractores métrica, rima, acento, ritmo de la poesía, son formales.
La importancia de la lingüística no ha cesado de aumentar en los últimos dos siglos. La división del signo en significante y significado, forma y contenido (Saussure), la lectura del mundo como lenguaje (semiótica, semiología), el giro lingüístico, (el mundo son palabras) la gramática generativa de Chomsky (nacemos con una gramática bajo el brazo), la inclusión del contexto (Peirce). Los estudios críticos -que empezaron en las universidades americanas como estudios literarios (Criticism) ,desembocaron en los estudios sobre género, sexo y colonización en la ampliación de la opresión a otros colectivos que el de los trabajadores. La posmodernidad (el intento más serio de acabar con la hegemonía de la metafísica) y su consecuencia más visible: la deconstrucción, pasa por la gramatología de Derrida y por el irrepresentable de Lyotard.
El pensamiento científico participa activamente del relato y aspira al relato definitivo: la teoría del todo. La pugna entre humanistas y científicos, entre racionalistas y empiristas, se zanjó con el triunfo de la ciencia sobre la filosofía merced al uso del empirismo racionalista experimental. El libro de Brickman y Sokal “Imposturas intelectuales” zanjaba la cuestión desautorizando a los humanistas como charlatanes, enredados en las palabras. Sin embargo a los científicos les gusta la filosofía (cuando la hacen ellos) y raro es el libro de divulgación científica que no acabe con un capítulo de reflexión filosófica. Incluso hay científicos que creen en Dios lo que solo tiene parangón con los médicos que fuman o los dietistas obesos. La teoría del todo debe ser una teoría simple (la navaja de Okham así lo exige). Pero desde el descubrimiento del átomo nada ha dejado de complejificarse. El zoo de partículas actual es inmanejable y el 95% del universo nos es absolutamente desconocido (y no me refiero a viajar) en forma de materia y energía oscura. Llámesele coherencia, homegeneidad o verosimilitud un buen relato tiene que ser como un buen argumento. Los matemáticos lo llaman “elegancia”.
Gran parte de las trabas que la ciencia encuentra en su reflexión son filosóficas (no porque pertenezcan a ese campo sino porque fueron formuladas cuando aún no se habían separado ciencia y filosofía): Los principio de identidad, contradicción y tercio excluso aristotélicos se han demostrado inhábiles en el quehacer científico, en el micromundo (física cuántica) y en el macromundo (astrofísica). El principio antrópico huele profundamente a filosofía. Por otra parte el parecido entre la física teórica y la filosofía (su trasfondo racional) es innegable. Es cierto que la filosofía no ha sido capaz de desarrollar una fulgurante tecnología como la científica, pero tampoco era su cometido. No son los problemas (que convergen) sino el sistema de especialización y competencia lo que nos separa cada vez más. Y desde luego, la fantasía del héroe es más marcada en los científicos que en los filósofos… a juzgar por las continuas referencias a los premios Nobel que aparecen en los libros de divulgación científica. El relato está ahí y la teoría del todo no hará sino corroborarlo. Somos dependientes del relato. Sin ir más lejos todo esto que tenéis en las manos no es sino un relato.
El desgarrado. Mayo 2024.