» 19-05-2024

La lógica parda 8. El pensamiento animal: el instinto. Etología. La persistencia y la nostalgia del instinto. El tr´ñansito entre instinto e inteligencia.

En el enfoque dado al tema, todos aquellos procesos mentales u operaciones en lo real cuyo fin es entender y dominar el mundo, es pensamiento… si ademas posee la doble universalidad de ser aplicable en todo tiempo y lugar y prever el futuro. Desde este punto de vista y aparcando todas las tediosas trifulcas sobre que es y hasta donde llega el pensamiento o el instinto, voy a considerar pensamiento aquello que cumpla con los parámetros dichos. No se puede descartar que todos aquellos esfuerzos por separar la inteligencia de los animales de la del homo sapiens son intentos interesados en entronizar al ser humano en un lugar especial, más cerca de Dios que de sus primos hermanos. Es evidente que el instinto (que reside en el cerebro exactamente igual que la inteligencia) es más rígido, menos flexible que ésta última. El instinto se nutre de respuestas estereotipadas pero siempre queda un espacio para la improvisación para enfrentarse a problemas no catalogados en el instinto o para eludir su férreo marcaje a la búsqueda de nuevas opciones. 

 

El límite que separa el pensamiento del instinto es la duda (tal como avanzó Descartes). El instinto no es dado a proponer más de una respuesta a las provocaciones del medio. Los animales dudan en determinadas ocasiones normalmente entre dos estímulos equipotentes por ejemplo la lucha o la huida. Semejante elección requiere una ponderación de posibilidades que incluye muchos parámetros. Por supuesto la inteligencia aumenta con la complejidad de la especie, gradualmente, de modo que el salto no es brusco. Así, en los 7.000.000 de años que nos separan de nuestro ancestro común con los primates ha habido muchos eslabones… pero todos perdidos. Hoy entre nosotros y los primates no hay nadie (ninguna especie intermedia), lo que justifica la gran distancia intelectual (que quizás no es tanta) que sin embargo no se manifiesta en la genética. Todos nuestros eslabones perdidos han desaparecido aunque nos han dejado un registro fósil que aumenta cada día. Este tema lo traté en “La condición humana 3. Evolución”. También he hablado -en una serie específica- de “La nostalgia del instinto”, que se puede añorar como un paraíso perdido en el que la duda no existía ni por tanto, la presión para decidir. De cualquier modo lo que menos me interesa de este problema (si lo es) es el deslinde. Probablemente dios tendrá más interés que yo en efectuarlo para que no se le cuele ningún animal en el paraíso.

 

El instinto es una forma de afrontar el mundo y de dominarlo en el que la universalidad es un dato y la previsión innecesaria, hasta que se enfrentan con un animal que sí la ejerce: el hombre. En cuanto el hombre desaparezca de la faz de la tierra (para lo que no parece que falte mucho) la anticipación del futuro resultará ociosa. En cualquier caso en este momento la previsión es una cuestión intraespecífica. Como se evidenciaba en la tabla, el problema de los universales está mayormente automatizado, las cosas son lo que parecen, la tópica viene de fábrica, y la supervivencia (del individuo y de la especie) está estrictamente codificada. Pero el instinto no se opone a la inteligencia sino que se superpone a ella. tenemos los mismos instintos que nuestros primos pero controlados por nuestro córtex frontal, hasta que éste es incapaz de controlar la situación y se desmanda, toman el control los primeros y emerge la bestia que llevamos dentro. 

 

De acuerdo con la teoría de los cerebros aditivos cada nueva fase no lleva aparejada la desaparición de la anterior sino su arrinconamiento, su desuso, pero no su desconexión. En un momento dado -antes de la aparición del neocórtex- el cerebro procedió a una unificación (armonización operativa) de las diversas partes del cerebro, prácticamente autónomas mediante la corteza cingulada exterior (CCE) que las recubrió. La cosa mejoró pero quedó lejos de la perfección.  El neocórtex supuso la aparición de la consciencia como órgano y por tanto la denominación de inconsciente o suconsciente a todo lo que escapaba a ella. Freud (y el sicoanálisis) hicieron posible conocer ese subconsciente (mediante manifestaciones indiciarias como el sueño, los actos fallidos y la enfermedad o malfunción), con las limitaciones comunes a cualquier conocimiento abductivo. El conocimiento del cerebro por medios directos recién empieza ahora. La diferencia entre el pensamiento y el instinto es una diferencia de fase y siempre estamos en peligro de una regresión, porque las fases no se superan, se superponen. No es de extrañar que ante esta situación de inestabilidad la humanidad se decantara por el maniqueismo, la división de las conductas por consideraciones extravagantes (en el sentido que el derecho romano da a la palabra).

 

El mecanismo biológico básico del comportamiento consiste en la detección de una variación en el entorno potencialmente peligrosa y la puesta en acción de una gran cantidad de energía (existente en depósitos especializados: glucógeno) mediante hormonas como la adrenalina para producir una respuesta de huida o lucha (Laborit). A la decisión de la elección de una u otra se accede mediante las múltiples formas de decisión (pensamiento) -desde la prueba y error hasta el logos- de que disponen los seres vivos (que son  los que disponen de mecanismos para mantener su complejidad frente a un entorno que reclama la aplicación de la entropía, es decir la igualación termodinámica).  La vida es desequilibrio termodinámico dinámicamente estable y la muerte es la paz termodinámica. El impulso de muerte (pasivo) es, simplemente tirar la toalla, dejar de luchar por la singularidad de la vida. El secreto de la vida no es como se origina sino como se mantiene, como se estabilizan las reacciones bioquímicas (como se irreversabilizan) que mantienen el desequilibrio energético antinatural entre el individuo y el entorno. Este proceso de la vida es exactamente el mismo que el de la existencia del universo: la irreversabilación del reparto desigual de energía. El individuo es una condensación de energía dinámicamente estable, provisionalmente.

 

El pensamiento es pues, finalmente la decisión/respuesta sobre el reparto de energía. En este sentido todo ser vivo piensa, toma decisiones aunque sean ajenas a eso que llamamos consciencia, aunque pertenezcan a la especie y no al individuo, aunque se trate de mera irreversabilidad puramente física de estados de irreversibilidad de la energía. La moneda con la que se especula con la existencia del universo, con la vida y con la consciencia (los tres grandes tránsitos o cambios de fase) es la energía. Solo hace falta llamarla Dios para que se cierre el círculo. Quizás la teoría del todo debería tratar realmente de todo. Hay otros mundos y están en este. Tras este paréntesis sobre el universo (que quizás debería haber tenido una sección específica) volvamos a nuestro tema. 

 

Hay dos temas interesantes en el tema de animales y personas y son los tránsitos entre unos y otros. La etología estudia el comportamiento de los animales en cuanto es susceptible de darnos pistas de nuestro propio comportamiento. En “La condición humana” 1-4 traté este tema: evolución, paleontología, pensamiento. La conclusión fue que hay más cosas que nos unen que las que nos separan. La evolución es un continuo y el salto que se muestra entre primates y humanos es consecuencia de la desaparición de las especies intermedias y no de un salto real. Nuestras coincidencias con los primates son significativas y no solo genéticas sino también operativas. Las estrategias sociales (la armonización de lo individual con lo social) ha tomado distintas estrategias en los grandes monos y nosotros,  pero siempre buscando lo mismo: la supervivencia del individuo y de la especie. El otro tránsito es el del instinto a la inteligencia.  Los grados de libertad que se presentan en uno y otro se gradúan en la respuesta única del instinto a la multiplicidad de posibilidades que da la inteligencia y que llamamos libre albedrío. Pero la inteligencia supone el abandono del instinto y eso no se puede hacer drásticamente (se caería en la indefensión) por lo que el tránsito debe ser paulatino. Cada sustitución de cada aspecto del instinto por su homólogo de la inteligencia se debe realizar con sumo cuidado, con una gradualidad exquisita. Y eso supone que se muestran mezclados en distintas proporciones en cada fase. Nuestra actualidad instintiva no es una lacra sino una defensa.

 

El desgarrado. Mayo 2024.




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