» 02-05-2021

La muerte de la metafísica 9-15. La trascendencia 2. Las trascendencias socio-culturales.

Hay otras trascendencias que las vitales ya comentadas. Son las trascendencias socio-culturales. Es la trascendencia de segunda generación y la metafísica la respeta escrupulosamente: 1) el espíritu, 2) la religión, 3) el legado, que se efectúa por las obras realizadas, que sobreviven al autor y que pueden ser culturales, políticas, sociales o científicas. En este caso la trascendencia se produce en una segunda escena posterior a la materialidad de la vida por lo que podríamos identificarla con una cierta trascendencia espiritual de contenido variado.

 

1) El espíritu. La total diferencia de los productos de la mente con la consistente materialidad del cuerpo contribuyen a hacer pensar que las manifestaciones intangibles de la mente son un estadio posterior a la materialidad: el ánima, el alma, el espíritu. El animismo: un nombre que se queda sin cuerpo, cuando éste muere, y con el propietario del cual muchos podrían tener cuentas pendientes (no olvidemos que el miedo no necesita ser real, puede ser imaginado); el lenguaje (¿cómo mueren las palabras?); el alma, pronto entendida como inmortal y esotérica; las ideas, los sueños, las alucinaciones de los locos, la omnipotencia de las ideas, todo ello forma un acerbo de inmaterialidad (relegado al inconsciente) que parece una instancia distinta con una característica excepcional: su inmortalidad, su amenaza y su misterio. Pero también el poder que supone comunicarse con los muertos, hablar con ellos o tenerlos como amigos lo que va desde el chamán hasta los médium alcanzando a los sacerdotes y a los políticos (el espíritu liberal o republicano). En definitiva: el alma (sea lo que sea), trasciende a la muerte del cuerpo y nos muestra un más allá, como mínimo tenebroso.

 

2) La religión. El más allá es una oportunidad que las religiones no podían desaprovechar. La oportunidad de ofrecer la inmortalidad es inigualable en la tierra. Ni reyes, ni caciques ni políticos podían competir con esa oferta, y por supuesto, ni riquezas, ni placeres… nada es comparable con la vida después de la muerte. La mitología ya distinguía entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres, si bien no permitía que los hombres accedieran a la inmortalidad de los dioses, pero las opciones eran infinitas. Las grandes religiones optaron por el paraíso para los justos lo que no solo era una promesa, sino una forma de someter al pueblo en su tránsito por la vida. La palma se la lleva el cristianismo que ofrece una vida ulterior y eterna, física (el alma recupera al cuerpo en la resurrección), llena de los máximos placeres que se resumen en la vista (convivencia) de dios y la ausencia de dolor -la felicidad para Aristóteles-, dolor que se reserva para los condenados al infierno, los que no se comportaron en vida como la religión prescribía (y el poder aspiraba). La trascendencia cristiana es tan absoluta que eclipsa a la filosofía y a la ciencia durante siglos.

 

3) Pero también se puede trascender por el legado. Los “grandes hombres” nos legan sus obras jurídicas (Hamurabi), sociales (Rousseau), culturales (el renacimiento), científicas (Aristóteles, Fleming, Einstein), artísticas (los reyes constructores, Pericles, Goya). Es una trascendencia delegada pero también lo es la trascendencia en la descendencia. El lenguaje no se esconde de esa aspiración: pasar a la historia, trascender, legar a la humanidad, etc. Filosofía, arte, conocimiento, ciencia (oficial), tecnología, economía, política… todos los campos (y cada día se crean nuevos) permiten la trascendencia por el legado: la fama, el reconocimiento. El triunfo. Y a falta de ello siempre nos quedará el famoseo, los pocos minutos de gloria que nos auguró Warhol o bien las inacabables horas en una parcela sectorial como la información del corazón o los reality. ¿Quién no tiene corazón?

 

En este cajón de sastre han caído conductas discutibles y conductas apreciables. Pero hay más, porque la trascendencia no está en los genes humanos como no lo está en los genes de los animales de los que provenimos. El silencio de los corderos no es previsión, es evidencia: huelen la muerte cuando ésta ya ha empezado. Pero no era genético, era cultural. En cuanto el hombre pensó (previó), se planteó la muerte y la posibilidad de superarla, y no dejó de maquinar sobre la trascendencia. Los ajuares funerarios lo explicitan con rotundidad; las pirámides lo defienden con fortaleza (con escaso éxito, todo hay que decirlo). La causalidad simple (uno de los principios de la metafísica) ha existido desde que el género humano empezó a pensar. Pero ¿qué ha hecho la metafísica con este afán sinsentido? De entrada instaurar esa  causalidad. Después apoyar la transcendencia como opción viable. La espiritualidad le gustó desde siempre. Una promesa de futuro que sus predicados no podían garantizar. La ontología (la preponderancia del ser sobre el devenir), ocultó la evidencia del destino inexorable del ser humano: la muerte. La metafísica ha dado siempre la espalda a la muerte (definitiva) porque no quería un mundo sin esperanza y supuso que la esperanza era la trascendencia.

 

Cuando apareció la evolución de las especies para decirnos que la muerte es vida, ya no hubo vuelta de hoja. Las ciencias del devenir estaban definitivamente borradas de su programa. Todavía discute la verdad de la evolución, como discute la verdad de la termodinámica (una ciencia estadística). El dogma era el ser, y la verdad absoluta. Zarandajas como el devenir o la verdad fraccionaria eran inadmisibles. Y así estamos. Con un sistema de pensamiento obsoleto (sin menospreciar los éxitos logrados) pero obsoleto al fin. La trascendencia socio-cultural se debate entre la pamema y el delirio. Es la zanahoria con la que se engaña al burro. Nada nos hará inmortales (lo que por otra parte sería una putada), ni siquiera nuestras grandes obras (que no disfrutaremos).

 

Probablemente la culpa es de la propiedad privada. El legado es una herencia y como todas las herencias, contraproducente. La loca empresa tecnológica que nos ha conducido a comer mierda, a respirar mierda, a trabajar por un sueldo de mierda, a vivir en una casa de mierda y a ser profundamente infelices…  excepto en el reto de la competencia y la comparación (el sabio que recogía las hierbas que el otro tiraba), está llegando a su fin. El planeta se muere. La trascendencia física más importante la hemos fallado. Nos quedamos sin contexto. La natalidad se agota. La lucha por la supervivencia se ha convertido en la lucha por el beneficio económico. Reponemos nuestros cuerpos con alimentos transgénicos, nuestros pulmones con aire contaminado y bebemos aguas de las cloacas (literalmente). Los niños no saben lo que es un pollo vivo y pronto no sabrán lo que es un manantial. La metafísica -en el caso hipotético que solo sea su culpa- ha llegado a su fin. El predominio del hombre se ha mostrado ineficaz. Quizás deberíamos dar paso a las mujeres. A la metaética del cuidado, la previsión, el respeto, la creación de vida, la convivencia pacífica, etc.

 

Cuando el hombre se enamora su nivel de testosterona baja drásticamente (mientras el de la mujer sube). Como explicó Lorentz hace 60 años: hay que inhibir la agresión para dar paso al vínculo. ¿Por que sube el nivel de la mujer? Porque cuando te la juegas con un bicho agresivo lo mejor es estar preparada… aunque también por que hay que luchar por la elección hecha. Me parece una metáfora perfecta. ¿O no es una metáfora?

 

El desgarrado. 2 de Mayo (día de la madre) 2021.




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