Provença 318, 3º 1ª
08037 Barcelona
SPAIN
Office: 10h30 / 14h30
Phone: +34 93 530 56 23
mail: info@ob-art.com
» 13-09-2020 |
Empecemos por decir lo que es la contaminación de género. El pensamiento masculino - a grandes rasgos- es analítico (descompone, reduce, desmonta). El pensamiento femenino -a grandes rasgos- es sintético (suma, añade, compone). Para alguien que descompone, el pensamiento concomitante de género no existe. Para alguien que suma el pensamiento concomitante es un dato de continua asimilación. Las mujeres (para resumir en una palabra un género) están perpetuamente contaminadas por el pensamiento masculino mientras ellos están prácticamente exentos. Cuando los hombres (para resumir) dicen igualdad están diciendo que las mujeres sean iguales a los hombres (la igualdad absoluta no existe. Como lo matemáticos saben una cosa solo puede ser igual a otra, es decir relativa). La igualdad consiste en que los hombres permitan a las mujeres ser iguales a ellos (el canon, el modelo a seguir). Por eso la igualdad no sirve. Es contaminación de género.
También sabéis que hombres y mujeres (más allá del método analítico y sintético) piensan de forma distinta. Los hombres razonan en busca de una verdad universal (y universal quiere decir que sea igual para hombres y mujeres). Las mujeres “razonan” desde el cuidado, un cuidado que no es ético sino que es epistemológico (pensar y conocer). El cuidado es cuidado de los otros (niños, mayores, iguales) y cuidado de sí mismas (lo que se ha confundido siempre con coquetería, seducción, provocación). El instinto maternal que hemos entendido siempre como cuidado y pretensión de los niños solo es una parte del cuidado femenino (como forma de pensamiento). ¿Cómo explicar si no el cuidado de los maridos, de los mayores, de la familia, de los iguales? No por casualidad las enfermeras son una profesión femenina. Pero también las cuidadoras del hogar, de los mayores… Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer quiere decir que el hombre se dedica a razonar y la mujer a cuidarle.
Una cierta liberalización de la mujer (en general hipócrita) capitaneada por esa igualdad citada (esa concesión) está poniendo en contacto estas dos realidades de la diferencia de géneros: las síntesis femenina (que copia todo lo que vale) y la diferencialidad de pensamiento “razonante” y cuidadoso: las mujeres han alcanzado el dudoso honor de ser iguales a los hombres. Pueden bajar a la mina, ser policías, boxear, lanzar martillo, des-cuidar a los suyos trabajando fuera de casa sin conciliación posible, emborracharse, utilizar un lenguaje soez, prostituirse, o practicar una promiscuidad de “usar y tirar” al más propio estilo masculino. Los hombres no se han contaminado y siguen sin cuidar ni lo más mínimo de sus hijos, mayores o iguales. La operación de falsa igualdad ha sido un éxito… para los hombres.
En un blog anterior hablé de la testosterona como pulsión de muerte. Los “machos” no le tienen miedo al virus y desoyen las directrices de prevención en un insensato alarde de masculinidad, dirigido a encontrar parejas sexuales y en un claro conflicto de intereses entre los biológico y lo sociológico. Pero el problema no está ahí. El problema es que las mujeres sintéticas suman esas posiciones insensatas como atractivas, tal como sumaron en su día la supuesta igualdad y la identificación con las actitudes del macho. Es evidente que cada madre debe lidiar con el problema de cuidar por igual a todos sus hijos y potenciar el machismo de los varones. Y es evidente que la mayoría fracasan. Pero no quiero decir con eso que sean culpables. Se las pone en una situación que son incapaces de resolver. Como cuando se les pide que envíen sus hijos a defender a la patria (entendida como estatus indiscutible). La fórmula de sintetismo y cuidado es contradictoria. Ese es el problema del feminismo (sin ánimo de descubrir nada).
He visto a muchas chicas gozando de la compañía de su “macho” en el metro exhibiendo ostensiblemente su cara descubierta. Un “macho” que no le teme a nada es un macho elegible. La biología así lo indica. Pero no solo tenemos un cerebro. Tenemos varios y el cerebro biológico (ese que le indica al macho que sea promiscuo y disemine su semilla por doquier) se opone al cerebro social (que mira por la especie y por la unidad familiar) y al individual que solo piensa en sí mismo (y que abandona a su familia en busca de la felicidad). Haraway y Puig entienden la ontología como relacional. A diferencia de los hombres que piensan que el ser es anterior a todo (menos a dios) ellas piensan que el ser no es anterior a sus relaciones (¡pero el feminismo, tampoco!). Esa relacionalidad es el origen del cuidado. Pero esa relacionalidad tiene los pies de barro por cuanto el pensamiento sintético de las mujeres se nutre de la relación con el pensamiento del hombre: “la razón”, la verdad, la metafísica.
Las mujeres copian el pensamiento masculino, no por afinidad sino por síntesis. Aplicando estrictamente un pensamiento de cuidado el coranavirus sería vencido de inmediato. El micropoder, el micropensamiento, les pertenece. Pero no es así. La contaminación del pensamiento masculino en el femenino ha llegado demasiado lejos. Las mujeres -en muchos aspectos- copian el pensamiento del hombre- ese pensamiento desarrollista (cada vez más), progresista (siempre adelante), antiecológico (esquilama), colonialista (domina), unisexual (o bisexual, pero opuesto a altersexual). Nos acercamos al fin del planeta y será por que el hombre ganó la batalla del género. Como decía el chiste un esqueleto en un armario es el testimonio de alguien que jugaba al escondite… y ganó. Esa será nuestra victoria. Y la solución del problema pasa por la victoria del feminismo, por el fin de la contaminación. De las contaminaciones.
El desgarrado. Septiembre 2020.