Provença 318, 3º 1ª
08037 Barcelona
SPAIN
Office: 10h30 / 14h30
Phone: +34 93 530 56 23
mail: info@ob-art.com
» 30-04-2020 |
Lo he notado personalmente: esta situación me crispa. De hecho la realidad es que la situación lo agrava porque lo que realmente crispa es la comunicación sin contacto. Ya era evidente que las redes sociales incentivan la crispación. Lo que se dice en Twiter no se dice a la cara. Lo que se posturea en Instagram no se posturea en vivo y en directo. El contacto mejora las relaciones sociales. Probablemente el fallo de sicópatas, iracundos y locos es que el contacto no les calma. Tenemos un respeto natural por los demás que se pierde cuando se pierde el contacto. Al fin y al cabo el sexo es el contacto íntimo y todos sabemos que tras un sexo satisfactorio la empatía se dispara. Son cuestiones hormonales pero son así. Quizás sea la gran lección de esta coronacrisis: la piel es la piel y a ti te encontré en la calle.
El contacto físico es indispensable. En un mundo como el nuestro habíamos llegado a pensar que la distancia no solo era deseable sino indispensable. No es así. Somos una especie social, heredera de la socialidad del despiojamiento y de las caricias sociales de nuestros primos simios. Y social quiere decir tocarse. Recuerdo a Angel Pawlosky invitando a tocarse al público, en una actuación memorable. Lo que no quiere decir que esas caricias se conviertan en rutina. Cada caricia tiene que tener una intensidad inigualable. Las caricias no son gestos, son comunicación… de emociones. Quizás debiéramos ir pensando en excluir las caricias estereotipadas, socioestipuladas, los postueos: los dos besos en el aire como presentación, el estrechón de manos como saludo, el abrazo como ficción de afecto. Hemos devaluado el contacto. Como el beso nomvale nada añadimos un refrotón en la espalda como queriendo decir “es verdad”. Cada abrazo, cada saludo, cada beso, deben ser auténticos y sino, no merecen la pena. El beso como choque de mejillas quizás tendrá sentido a partir de ahora, pero hasta ahora era una pantomima del cariño, una caricatura.
Somos emociones mucho más que racionalidades. Nuestro ser se conmueve con la solidaridad, el altruismo, la tolerancia. El cine, la literatura, la publicidad lo saben y se aprovechan. ¿Por qué no nosotros? Quizás la metafísica antropocentrica (machista para los no iniciados) ha borrado esos rastros de humanidad-debilidad de sus banderas. Quizás, como dice la posmodernidad, lo que debemos hacer es abandonarla. Quizás por eso el futuro del mundo es femenino. Ellas nunca han dejado de apreciar esas cosas. Aunque, últimamente, cada vez se parecen más al mierda-modelo masculino. Probablemente esa será nuestra peor herencia como hombres: haber acabado con nuestra única solución.
Sé que no podéis besaros, pero mientras esperáis el momento, pensad en lo que significa un beso, un abrazo un apretón. Sobre todo de vuestros mayores, los grandes damnificados de esta inflación de cariño. Los abuelos y los padres son los grandes depositarios de ese cariño que no se demuestra con cuidados ni con atenciones, ni con regalos. Se demuestra con afecto, y el afecto tiene sus canales privilegiados. Los que el puto virus nos ha negado. Decía Victor Manuel ¿donde van los besos que no hemos dado? Yo os lo diré (no porque sea más listo sino porque estoy más cabreado): a la mierda.
El desgarrado. Abril 2020.