» 11-10-2020

La resaca del coranavirus 20. Coranavirus y razón.

Todas las pandemias tienen efectos sociales: el miedo al contagio, la marginación de los afectados, las medidas extremas contra los susceptibles de infectarse. Pero esta pandemia tiene características especiales. En primer lugar es la primera pandemia mundial “on line”. Nunca la información ha sido tan instantánea y exhaustiva como en ella. Pero además, ha afectado a todo el mundo (por primera vez en la historia). Los medios de comunicación física de masas han propiciado esta situación. Asistimos a la primera auténticamente mundial pandemia de la historia. Las consecuencias son devastadoras en el sentido que la mutabilidad es mucho más amplia y la posibilidad de fabricar vacunas para tantísima gente, prácticamente nula. Como he dicho en otros blogs sobre el tema el “imparable progreso” ha sido detenido en seco por el virus. Ni el progreso es ineluctable ni el desarrollismo es capaz de conseguirlo todo. Nos habían engañado con esos dos pilares del antiecologismo: progreso y desarrollismo.

 

Ante la imposibilidad de acceder a un tratamiento o una vacuna, las medidas aplicadas son sociales: evitar los contactos. Pero los contactos son eminentemente sociales, lo que implica que la única solución que tenemos -en un mundo superpoblado y masificado-, agolpado en grandes urbes, en unos pocos destinos y en escasos locales, es romper el vínculo social. Éxito significa masificación. El éxito consiste en vender millones, aglutinar millones, conglomerar millones. Incluso informar a millones. Todas las medidas preventivas son sociales: alejamiento, mascarilla, prohibición de los contactos, de las aglomeraciones, de los encuentros. ¿Hemos entendido que estamos ante un virus que ataca fundamentalmente la relación social?. La relación social es algo que no forma parte de las preocupaciones actuales. Habíamos llegado a pensar que las redes sociales sustituían los contactos directos. Estábamos equivocados. Las redes sociales complementan los contactos pero no los sustituyen.

 

No, no lo hemos entendido. Los jóvenes -en el habitual alejamiento hacia los medios de información de los adultos- ni siquiera se han enterado. A ello han contribuido (¡y cómo!) los políticos enfrascados en sus luchas partidistas fraticidas, enzarzados en campañas de intoxicación y de “fakes” con absoluto desprecio por la vida y la verdad informativa. Pero no se han quedado mancos los medios de comunicación siempre alineados con una u otra tendencia política y más preocupados por destacar las contradicciones de las medidas que su absoluta necesidad. El individualismo, que nos hace despreciar las medidas que nos hacen masa, el machismo que nos acerca al desprecio de la muerte y el riesgo, las “ocurrencias” que se decantan por las ideas “originales” más que por las sensatas, la desconfianza hacia una administración que ha demostrado hasta la saciedad que solo defiende el culo de sus gestores, todo eso nos ha llevado a no escuchar, no entender, no seguir y no comprender las medidas que podrían salvarnos la vida. Las voces que han difundido la idea de que los jóvenes eran inmunes, las discusiones sobre la bondad de las mascarillas, la inminencia de la vacuna, los dimes y diretes sobre las medidas, etc. tampoco han ayudado.

 

Recuerdo al inefable Dr. Cabezas que en la eclosión del SIDA dijo en TV que los mosquitos, lo transmitían, al Ministro Sánchez Rof que afirmó que el bichito que causaba el síndrome de la colza se mataba si se caía de la mesa al suelo, o al no menos peculiar Rajoy diciendo que lo que salía del Prestige eran hilillos inofensivos. La historia de la estupidez administrativa e institucional tiene un largo recorrido. Otra cosa fue la afirmación de Aznar asegurando la existencia de armas de destrucción masiva en manos de los iraquís o la existencia del comité de expertos en la actual crisis. La verdad, primero se convirtió en arma arrojadiza contra los opositores políticos y finalmente se convirtió en algo accesorio, innecesario en una guerra sin cuartel por la intoxicación. Incluso se le dio un nombre que la redimiera: la posverdad. Lo asombroso es que los ciudadanos les perdonamos sus mentiras, sus trapacerías y sus estupideces y les seguimos votando.  Y no es que la solución sea no votar, sino no votar a los mentirosos, corruptos, e intoxicadores. Porque también es culpa nuestra por no informarnos más allá de la cortina de humo que extienden interesadamente.

 

La consecuencia natural del virus (la resaca) sería que somos profundamente sociales hasta el punto de ser incapaces de no abrazarnos, besarnos, encontrarnos o tocarnos, despedirnos de nuestros muertos o recibir a los recién nacidos. Pero no. La respuesta es que somos tan chulos como para ignorar el peligro, tan estúpidos como para creernos ocurrencias como inyectarnos lejía o negarnos a la hipotética vacuna, tan libres como para no seguir las normas, tan listos como para no informarnos, tan astutos como para saltarnos las disposiciones, tan desconfiados como para creernos la teoría de la conspiración (¡cómo si fueran capaces de urdir un plan por simple que fuera!) etc. ¿Y si simplemente fuéramos tan sociales como para apreciar ese vínculo tan importante que nos une y tratáramos de conservarlo? El individuo es el análisis y la sociedad es la síntesis. Si lo que quieres es construir y no derribar, apuesta por la síntesis y olvídate de ese individualismo que -como poco- lo que hace es separarte de tus seres queridos. Lo importante de las redes sociales no es “redes” sino “sociales”.

 

Quizás ha llegado el  momento de dejar de discutir todo lo que nos dicen y arrimar el hombro… aunque razones no nos faltan para iniciar la revolución. Pero para la revolución hacen falta cojones y de eso no andamos sobrados. Nosotros como la policía solo jugamos a la guerra en tiempo de paz. Que así sea.

 

El desgarrado. Octubre 2020.




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