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» 24-11-2020 |
Resulta que tenemos menos gripe, menos mocos (¿menos resfriados’) y menos piojos. Dice el refrán que no hay que por bien no venga. Pero si el aumento de la distancia social, las mascarillas, el lavado de manos y la ventilación reducen estas “enfermedades” ¿no nos está diciendo que vivimos inmersos en prácticas insalubres? Hemos oído miles de veces que la mejor vacuna es la prevención. En nuestra loca espera de la vacuna del virus, lo que nos explota en la cara es que la prevención no se aplica con la racionalidad y la eficacia con que se debería. Durante años me ha parecido alucinante que si estás comiendo venga alguien y te salude dándote la mano. ¿para qué me las he lavado? La costumbre de lavarse las manos antes de comer (que en mi infancia era más rígida que lavarse los dientes) desapareció en aras de lo friendly. Es evidente que mientras la higiene avanzaba en los aspectos relacionales (aspecto, simpatía, relación), disminuía en los aspectos ajenos, y que en caso de conflicto, prevalecía lo relacional.
El asunto merece una reflexión. La única evidencia posible es que la higiene avanza en lo concerniente a determinadas áreas “sociales” mientras es olvidada en otras áreas menos relacionales. Hay varias causas. En primer lugar la sensibilidad social (derivada de los conocimientos científicos) depende de la sensibilidad científica. A nadie le extrañó la reaparición de los piojos que durante siglos fueron la marca de la miseria. Es evidente que los parásitos evolucionan y que si la sociedad se higieniza, los parásitos se adaptan. Pero el figurativismo (el postureo) tampoco son ajenos a esta higiene selectiva que se ocupa más del exterior que de los estructural. Vivimos entre cucarachas y ratas como si eso fuera una condena. Ambas transmiten enfermedades. Consentimos que mosquitos (incluso importados) nos obliguen a respirar un ambiente químico. Empieza a ser hora de que nos enfrentemos a la realidad de que todos esos compañeros de viaje no son inamovibles y que determinadas prácticas higiénicas los hacen desaparecer.
No es que seamos más guarros que el resto de los europeos. Hay muchos que nos ganan. Pero tampoco es una cuestión comparativa. Nos gusta gastar agua en el inodoro, detergente en la ropa, inundar los desagües de compresas, papel higiénico, toallitas higiénicas y palitos para las orejas. Es cierto que compramos lo que nos venden, incitados por la publicidad, pero también es cierto que eso no nos dispensa de nuestra responsabilidad frente al medio ambiente. La higiene es una cuestión social, pero no en el sentido de la responsabilidad que tenemos como grupo sino de que la higiene está al servicio de las prácticas sociales, del postureo. Todo eso tiene que cambiar por el medio ambiente y por nosotros mismos. La higiene no es postureo, es una fórmula de convivencia, pero de convivencia real y no aparente. Si tu culo tiene que estar limpio no debería ser a costa del medio ambiente. Dicen que barrer es cambiar el polvo de sitio. ¿Es cagar cambiar la mierda de sitio?
El pensamiento predominante de: ¡que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros! (Montoro dixit) es inviable. No se trata de arreglar, de limpiar, de borrar sino de no manchar, de prevenir, de celar. La energía atómica sería perfecta si no dejara unos residuos casi eternos. Solo por eso no es viable. Y lo mismo para la energía petrolífera, el gas, el carbón, etc. Solo las energías limpias no dejan (casi) residuos y por lo tanto son las únicas viables para el planeta. El desarrollismo (primero inventa y luego limpia) no tiene hoy sentido. No se puede ensuciar y limpiar sino evitar manchar. Estamos en la prevención. Y la prevención lo afecta todo; desde la higiene al consumo pasando por la energía. Todos esos envases que hacen más atractivas y más cómodas las compras son inviables. De nada sirve bajar el consumo de bolsas si en las bolsas reutilazables abundan los artículos blindados de plásticos. Reciclar no es la solución. Hay que dejar de producir residuos inviables.
En la higiene ha habido crímenes como los fluorocarbonados de los sprays, los detergentes, los jabones, etc. Nuestros ríos ya no los soportan. Está bien no oler a sudor (lo que para muchos animales resulta feromónico, es decir, atractivo) pero no a costa del medio ambiente. Los perfumes (de intenso aroma) se inventaron para tapar los olores corporales. En Versalles se orinaba tras las puertas y se cagaba en las caballerizas (los más discretos). Los perfumes eran necesarios. Hoy no lo son. Todavía me mareo cuando entro en el ascensor tras la vecina que sale a la calle recién perfumada. Ya han empezado los anuncios de colonias y perfumes navideños. ¿Volverás a dar la espalda al medio ambiente? No todas las higienes son iguales. Prevenir es la clave.
El desgarrado. Noviembre 2020.