» 29-01-2021

La resaca del coranavirus 44. La dignidad del paciente-ciudadano.

Es posible que penséis que con la que está cayendo el tema de la dignidad es accesorio. No solo somos razpnes, somos también (y a veces, antes) emociones. Anteponer las razones a las emociones (eso tan masculino) es una mala manera de hacer las cosas. Los médicos son especialistas en humillar, despreciar, ignorar las emociones de los pacientes-ciudadanos. Los médicos (y soy consciente de que la práctica médica fue diseñada por los hombres) anteponen sobradamente la razón a la emoción. El dolor es algo ajeno a los médicos que priman los beneficios finales (nunca garantizados) sobre el sufrimiento físico o síquico del paciente. De hecho el paciente es un bicho (a veces un ratón de laboratorio) inevitable entre la enfermedad y el triunfo de la ciencia (y del propio médico). ¿Pensabais que solo había leña para los políticos y para los periodistas? Pues no. Aquí hay leña para todo el que la busca. XXV siglos después de inventarse la medicina (con nombre y apellido) se han creado las primeras unidades del dolor. 2.500 años para alcanzar la dignidad del ser sufriente. ¡Prisa, lo que se dice prisa, no se han dado!

 

Dice Rancière que las inteligencias son iguales, y con ello establece que no existe un maestro y un alumno (un político y un ciudadano) entre los que se produce una brecha en la que uno es el sujeto de saber y otro es objeto de saber. El maestro se constituye en el establecimiento de esa brecha. Sin la brecha maestro y alumno serían iguales (lo que ocurre hoy en día en tantas aulas para desesperación de los directores). Sin embargo las cosas podrían ser de otra manera. Ambos podrían trabajar juntos en plano de igualdad para enriquecerse mutuamente. La escuela Summerhill (tras la que estaba Rusell) en el SXX siguió esta idea dejando que los alumnos no siguieran las pautas ni los programas de los maestros sino que se desarrollaran a su ritmo. Pensar que todos los alumnos tienen el mismo ritmo de desarrollo es una locura. Es evidente que una educación personalizada en el SXX era imposible, pero ¿es imposible ahora? Pero, a lo que vamos. El médico es el maestro y el paciente es el alumno y lo que está en juego no es el saber, sino la salud. El médico (como el abogado) juega con la ventaja de que sus cliente-paciente está desesperado, porque está al borde del abismo y eso le hace ser doblemente superior… maestro, Dios. Una relación en la que uno lo sabe todo y lo puede todo y el otro no puede sino obedecer y asentir y sentirse infinitamente agradecido. Es obsceno ver los regalos que reciben los médicos de sus pacientes por hacer su trabajo.

 

Pienso que la mayor razón del negacionismo científico-médico viene de una dignidad herida. Al maestro se le puede admirar pero no se le puede querer. El sistema de dominación médica ha llegado al cabo de la calle. Las emociones son demasiado fuertes y la humillación es una de las más potentes. Pero el negacionismo político (obviar sus directrices, ordenanzas o leyes) viene de lo mismo: la arrogancia, la falta de interacción (la absoluta falta de democracia directa), las mentiras reiteradas, la crispación, la corrupción. Probablemente el caso de los medios también es el mismo: el desprecio por la dignidad es lo que hace que los ciudadanos abandonen un sistema de información que está vendido a los partidos políticos. Es difícil encontrar un día en el que los medios no insulten a los ciudadanos, a su inteligencia pero sobre todo a su dignidad. La premisa es muy simple: los ciudadanos son idiotas, influenciables, volubles, y probablemente cabrones, mentirosos, arteros, ignorantes y pasotas (esto último es prácticamente un resumen).

 

Platón estableció siete formas (títulos) de gobierno (de dominación): cuatro son de antigüedad: los viejos, los padres, los señores y los nobles; la fuerza y el saber  son las dos siguientes y entonces Platón (siguiendo lo que ocurre en su Atenas) establece un título de gobierno absolutamente insólito: los que no están en ninguna de la clasificaciones anteriores (ni nacimiento, ni fuerza, ni saber, ni virtud, ni antigüedad). Y le llamó como Clístenes en  su decreto de 508 (AC) había nombrado a su nueva clasificación de los distritos rompiendo con las tradicionales divisiones de fratias o familias cacicales: demos (barrio, distrito, división, pueblo…). La democracia no nació a favor del pueblo (como se ha demostrado reiterada e históricamente) sino contra el gobierno de los caciques. Este sistema de recurrir al pueblo como subterfugio del gobierno que se quiere derrocar será un clásico por la sencilla razón de que invocar al pueblo es tener la seguridad de que ese pueblo jamás, he dicho jamás, podrá acceder al gobierno. Pero esto os lo explicaré más detenidamente en otra entrega.

 

Finalmente solo nos queda la dignidad (lo que pide la eutanasia es la posibilidad de salir de este mundo con dignidad), pero cometemos el error de dar la callada por respuesta. Es evidente que nuestra democracia ha prescindido del pueblo, de su soberanía y de su colaboración. La revolución francesa utilizó al pueblo como coartada para desplazar la monarquía absoluta. El pueblo, el demos, ha sido la coartada eterna. En nuestro nombre se han hecho todas las revoluciones pero nunca hemos sido los beneficiarios. Ha llegado el momento de exigir lo que nos prometen desde hace XXV siglos y que nunca nos han dado. O como mínimo que nos quiten del título: aristocracia, oligocracia, o quizás fasciocaracia serían más explicativos. Solo recuperaremos nuestra dignidad y nuestro título luchando. Y si no os seduce pues ¡ala a poner el culo! La esclavitud puede ser voluntaria.

 

El desgarrado. Enero 2021.




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